No hay muertes fáciles de explicar ni de entender, por más que la muerte sea algo tan natural como la propia vida, pero hay pérdidas que aunque no nos toquen de cerca, también consiguen removernos por dentro a todos, o a casi todos. ...
No hay muertes fáciles de explicar ni de entender, por más que la muerte sea algo tan natural como la propia vida, pero hay pérdidas que aunque no nos toquen de cerca, también consiguen removernos por dentro a todos, o a casi todos. Y es que es inevitable preguntarse cómo puede ser que un chico de 21 años pierda la vida en la carretera, y sobre todo cómo puede ser que esta muerte se produzca en unas circunstancias repetidas, y con un protagonista repetido.
Itamar ni siquiera conducía el vehículo. Iba de copiloto, exactamente igual que un joven que también falleció en un accidente registrado hace cinco meses y medio en la avenida de las Playas de Puerto del Carmen. El escenario esta vez era distinto, y la tragedia se ha trasladado a Puerto Naos, pero el conductor era el mismo. Y al igual que hace cinco meses, la Policía sostiene que este chico de 24 años no tiene carné de conducir, que el accidente pudo producirse por un exceso de velocidad, y que por si fuera poco podía estar bajo los efectos de sustancias tóxicas.
Y ante todas estas circunstancias, que deberán aclararse en los órganos adecuados, resulta aún más inexplicable la muerte. Las dos muertes en menos de seis meses. La pérdida de vidas de dos chicos de 20 y 21 años. Probablemente ellos nunca debieron subir a ese coche, pero lo que es seguro es que quien debía velar por ellos, el Estado, las instituciones, tampoco han estado a la altura.
Y ahora, la sociedad se pregunta cómo es posible que tras sufrir un accidente que le costó la vida a un joven, el mismo conductor haya podido volver a estar al volante de un coche, y una vez más sin carné de conducir y, según la Policía, con otros agravantes que precisamente pudieron ser causa del siniestro. Y la respuesta es tan sencilla como repetida: la culpa está en la lentitud de la Justicia, y también en la falta de controles en la carretera.
Las estadísticas publicadas la pasada semana por este mismo medio reflejan que el carné por puntos no ha dado los resultados esperados en Canarias porque, a diferencia de otras comunidades, el número de víctimas mortales en la carretera ha aumentado desde la entrada en vigor de este nuevo carné. Y es que de poco sirven las nuevas normas si no se vela por su cumplimiento. De hecho, en esta isla muchos conducen sin tener puntos que arrebatarles, porque ni siquiera tienen carné de conducir, como era este caso.
Es cierto que sería imposible controlar a todos los conductores en todo momento y en todos los puntos de la isla. Que sería imposible controlar todas las carreteras, aunque no sean tantas. Pero lo peor de este caso es que encima, el accidente se produjo en un punto negro conocido y denunciado, pero en el que sigue sin haber controles. Es vox populi lo que sucede en las inmediaciones de Puerto Naos, tanto en la explanada del puerto como en la carretera, donde algunos jóvenes arriesgan su vida y la de los demás con carreras y rallies que en más de una ocasión han terminado en tragedia. Y sin embargo, la zona sigue sin la vigilancia necesaria.
Es ahora, mientras una familia lanzaroteña llora la muerte de un nuevo joven, cuando las instituciones vuelven a demandar más presencia policial en la zona. Es ahora cuando todos nos rasgamos las vestiduras ante un suceso que pone los pelos de punta no sólo por la muerte de este chico, que ya sería suficiente, sino además por las esperpénticas circunstancias que han rodeado al suceso.
Y mientras tanto, además, se sigue sin fomentar como es debido el uso del transporte público para evitar que los jóvenes mezclen el alcohol con la conducción. Primero, por las propias carencias que siguen arrastrando en la isla los servicios de guaguas e incluso de taxis. Y segundo, por poner sólo un ejemplo, porque aún cuando se establecen servicios especiales estos terminan siendo deficientes.
Ése fue el caso que se vivió en Mancha Blanca, tras la romería de Los Dolores. Y es que a pesar del éxito y la participación de esta nueva convocatoria, el lado oscuro de esta gran fiesta lo vino a poner precisamente el servicio de guaguas que se había establecido para el regreso, y que enfureció a más de un vecino de la isla. Por un lado, por la mala señalización de las paradas. Por otro, por las interminables colas que se formaron, y que obligaron a pasar más de una y hasta de dos horas de espera, en plena madrugada. Y lo más grave del caso es que esa espera ha podido desmotivar a muchos de cara a próximas ocasiones, en las que quizá sí decidan llevar su propio coche.
Es cierto que la seguridad, la prudencia y la responsabilidad en la carretera empiezan por cada uno y son cosa de todos, pero también es cierto que son el Estado, las instituciones y los cuerpos de seguridad quienes tienen que proteger al resto de los irresponsables. Porque no se juegan sólo su vida, sino la de los demás. Y ya es suficiente con llorar las muertes que no han podido evitarse.