A veces cuesta darse cuenta de los vertiginosos cambios de la sociedad. A veces cuesta recordar o imaginar cómo se vivía hace sólo unas décadas. A veces es necesario pasar una tarde, por ejemplo, en la residencia para mayores ...
A veces cuesta darse cuenta de los vertiginosos cambios de la sociedad. A veces cuesta recordar o imaginar cómo se vivía hace sólo unas décadas. A veces es necesario pasar una tarde, por ejemplo, en la residencia para mayores de Haría, para adentrarse un poco en unos años que, en definitiva, no son tan lejanos. Es lo que ha querido hacer esta semana La Voz de Lanzarote, y la excusa perfecta ha sido conocer cómo celebraba Lanzarote antes la Navidad. Y sin duda, la diferencia abre un abismo entre el hoy y el ayer.
Mientras la mayoría de los niños lanzaroteños han escrito este año interminables cartas a los Reyes Magos, Eusebio recuerda que un año, allá por la posteguerra, su hermano y él se dieron con un canto en los dientes cuando recibieron como regalo un kilo de naranjas. Eran tiempos duros, y en eso coinciden casi todos los habitantes de esta residencia. Para la mayoría no existían los festivos, y ni la Navidad ni el Año Nuevo eran excusa para no acudir al campo o atender al ganado. Tampoco abundaban los regalos ni las comilonas de hoy en día. No había dinero para grandes fiestas.
Ésa era la realidad del Lanzarote de mediados del siglo pasado, por más que a veces se tienda a pensar que los cambios sólo han sido para mal.
Hoy, pocos niños pasarán el 6 de enero sin juguetes en Lanzarote, y desde luego ninguno tendrá que trabajar. Y recordar esto sirve para no caer en el error de idealizar el pasado y condenar los nuevos tiempos de forma sistemática.
Sin duda lo que se vive hoy en día tampoco es lo ideal. Los propios abuelos de la residencia se llevan las manos a la cabeza al ver la cantidad de juguetes que reciben sus nietos, porque en unas pocas décadas se ha pasado de un extremo al otro. De no tener nada a tenerlo todo, o casi todo. Y de valorar cada pedazo de pan a hacerle ascos cosas que para otros serían un lujo. Pero una cosa es intentar luchar contra eso y educar a un niño inculcándole valores por más que esté creciendo en plena sociedad del consumo, y otra pensar que se criaría mucho mejor pasando necesidad o perdiéndose, por ejemplo, los nervios en el estómago de la noche del 5 de enero.
Y es que aunque habría que hacer un esfuerzo para enseñar a los más pequeños el valor de las cosas, o la realidad de otros niños que siguen sufriendo todos los días del año, no debemos dejar de alegrarnos por el camino recorrido al menos en una parte del mundo. Porque aunque esta era de consumo conlleva muchos aspectos negativos, también está ligada a la sociedad del bienestar, que es el gran logro en el que hay que seguir avanzando.
Probablemente, por ejemplo, el niño que reciba en Mauritania uno de los juguetes recogidos estas Navidades en Lanzarote por la Asociación de Vecinos de Los Lirios tenga una de las mayores alegrías de su vida, y quizá sea una pena que a veces, en el primer mundo, ni los pequeños ni los adultos tengan capacidad de valorar ni sentir eso con cosas tan sencillas. Pero aunque la sonrisa de ese niño suponga para todos una gran lección, obviamente nadie desearía acudir a esa misma clase para aprenderla. Ni a la del Lanzarote de principios del siglo pasado, por más que muchos miren atrás con nostalgia.
El problema es que el tiempo, además de pasar demasiado rápido y con demasiados cambios, también lleva muchas veces a distorsionar parte de la realidad. Y cuando se habla de los valores que se han perdido, muchas veces se olvida los que se han ganado. Sin ir más lejos, un ejemplo de ello está en el actual debate sobre la familia. Los sectores más alarmistas hablan de que está en peligro por los nuevos modelos de pareja o por las actuales facilidades para el divorcio, como si fuera mejor un hogar unido a la fuerza o sin amor, o como si un padre a la antigua usanza pudiera reemplazar a los de las generaciones más recientes, que en muchos casos han aprendido a disfrutar realmente de sus hijos, que ya no les tratan de usted y saben lo que es que su padre sea quien les bañe al llegar del trabajo o no escatime besos y abrazos.
Obviamente cada época tiene sus ventajas y sus inconvenientes, pero se trata de saber valorar lo bueno del presente, porque depende de cada uno. Además de sociedad somos individuos, y como tales debemos hacer que, no sólo nuestras Navidades, sino cada día, sea siempre mejor que cualquier tiempo pasado.