Este domingo 18 de mayo, se celebró una nueva manifestación de la plataforma “Lanzarote tiene un límite”, que parece ser una sucursal local de “Canarias tiene o un límite”. O algo así, quien sabe, ya que es bien difícil seguir la pista de las innumerables contorsiones de la izquierda para ir cambiando de nombre, el cúal es uno de sus métodos clave de supervivencia: engañar al personal que no tiene memoria, es decir, la mayoría.
He de señalar que estuve en la manifestación, me refiero a que yo estaba en la playa y la manifestación pasó por mí. Así que decidí acercarme a la misma para estudiar las proclamas, la cartelería y al personal. Como buen ciudadano demócrata, para estudiar la propuesta.
Lo primero que advertí es que todo eran quejas al turismo, a la vivienda vacacional, al cemento y cosas así. Lo de siempre, una queja por la carestía de la vivienda disfrazada de turismofobia. Incluso una chica puso una pegatina en la ducha de la playa advirtiendo a los turistas que mucha gente en la isla no tiene acceso al agua, como si fuera culpa del turista y no de los políticos ineptos y corruptos que estos mismos manifestantes han elegido desde la noche de los tiempos. La izquierda vive de culpar al otro, de convertir al visitante en verdugo y al votante en víctima. Son expertos en el arte de hacerte sentir culpable por respirar, por existir, por ducharte.
Ni una palabra, eso sí, contra el Presidente. Nada contra Pedro I el Sostenido, que lleva siete años en La Moncloa sin construir una sola solución más allá de sus monólogos narcisistas y sus decretazos embalsamados en progresía. Ni un cartel contra Ábalos, su mano derecha caída, ni contra los whatsapp en los que se reían de Podemos mientras cocinaban el Real Decreto-Ley 37/2020, que acabó siendo una carta de amor a los okupas y a los tenedores con corbata. Se ríen de todos y luego legislan en serio.
Pedro, que no da puntada sin ego, votó en contra del interés general como quien respira, por reflejo. Porque Pedro, ya lo sabemos, vende España por un retuit y una investidura. Ha hipotecado a una generación en nombre de su continuidad. Y mientras tanto, los chicos de la manifa le llevan el café con leche ideológico. Ni una crítica. Ni una duda. Sólo banderas.
Todas estas faltas de críticas al principal responsable y pirómano del país, ya te dicen que se trataba de una manifa sectaria de la izquierda sin naturaleza transversal en la sociedad. Probablemente financiadas por los socialistas y la elitista Fundación César Manrique, los cuales solo viven para vivir bien ellos y que les den al resto de la sociedad.
Y, eso sí, la manifa iba bien cargada de banderas de siete estrellas verdes, que son como los Pokémon del independentismo canario: brillan, chillan y no existen. Unas enseñas sin historia, sin épica, sin épica excepto la de Cubillo, que jugó a revolucionario en bata de baño desde Argel mientras dejaba un reguero de estupideces que terminaron, oh causalidad, con 583 muertos en Los Rodeos. Poner esa bandera en una manifestación es como ondear la bandera de la torpeza y el delirio. Y, aún así, la izquierda las abraza como si fueran la sábana santa. Porque aquí todo lo que no sea mainstream, aunque sea absurdo, es cool.
Así que sí, otra manifestación más, otra procesión de dogmas sin crítica, de slogans sin soluciones, de víctimas autoproclamadas que se abrazan entre ellas como quien se lame las heridas en corro. No piden responsabilidades reales. No señalan a quien legisla, a quien puede cambiar las cosas. Sólo al turista, al empresario, a las personas ahorradoras, al otro.
Y claro, luego votan. Votan lo que les duele y se quejan de la herida. Aplauden al pirómano y acusan al bombero. Son, en definitiva, las groupies de Pedro Sánchez, las cheerleaders del desastre, el coro de plañideras con pancarta.
Felicidades. A disfrutar lo votado.