Un conocido escritor dijo que un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro, y esa frase parece una advertencia y una pesada losa para la capital de la isla. Porque poco a poco, Arrecife está perdiendo no sólo su memoria, sino ...
Un conocido escritor dijo que un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro, y esa frase parece una advertencia y una pesada losa para la capital de la isla. Porque poco a poco, Arrecife está perdiendo no sólo su memoria, sino también su identidad. En realidad, más que perderla está dejando que muera poco a poco, que se derrumbe después de años de abandono. Un exponente de ello es el emblemático Sitio del Cabrerón, del que hoy aún hablan con nostalgia los que han superado los 80. Pero para los más jóvenes, lo que en su día fue el antiguo hospital, la cuna de expósitos, la residencia de militares y el escenario señorial de los Bailes del Candil, hoy es sólo un rincón desaliñado, lleno de escombros y suciedad.
Es sólo un ejemplo del camino que están siguiendo muchos bienes inmuebles protegidos de Arrecife, porque una cosa es la norma y otra su cumplimiento. Y mientras se aprueba el nuevo Catálogo de Protección del Patrimonio Histórico Artístico, esos edificios se van yendo a la ruina. A veces, por la propia picardía de sus propietarios, que prefieren abandonarlos hasta poder justificar su demolición y dar mejor y más provechoso uso a un suelo que hoy tendría gran valor en el mercado. Otras, simplemente, porque los herederos de esas paredes cargadas de pasado no tienen recursos suficientes para mantenerlas como se debería, como se hace en muchas ciudades de todo el mundo, que cuidan al detalle su casco histórico, donde suelen tener su mejor carta de presentación.
Cada vez que se pierde un edificio emblemático, se pierden las historias que vivieron sus pasillos, los secretos que guardan sus paredes, pero sobre todo las señas de identidad de la ciudad. Porque la modernidad, la necesidad de nuevas infraestructuras y diseños actuales no pueden suplir a la historia.
Por eso, aunque se puedan hacer nuevos parques, nuevos edificios o nuevos proyectos, la capital de la isla sigue teniendo su mayor encanto y su mayor esencia en ese Charco de San Ginés, en esa Iglesia, en esas puertas y ventanas que durante siglos han marcado la arquitectura de la isla. Pero el problema es que cada día que pasa, esas calles se van deteriorando un poco más. Las casas siguen envejeciendo y muchas han sido derruidas, dejando además los restos de escombros y nada que venga a reemplazarlas. Un paisaje bien distinto del que debería y merecería tener el centro histórico de Arrecife.
Ahora, con las elecciones a la vuelta de la esquina, se escucharán mítines y discursos de unos y otros asegurando que "Arrecife debe dejar de ser el patito feo de la isla", y que "hay que darle a la capital el cambio que merece". Pero después del 27 de mayo, volveremos a estar probablemente en la misma situación, si realmente no se coge el toro por los cuernos. Si realmente no se define qué merece la pena ser salvado y qué debe ser levantado desde cero, y se apuesta por ello con leyes contundentes y por supuesto con recursos económicos.
Arrecife tiene esqueletos de conserveras tristemente esparcidos por la capital, como recuerdos de los años en los que el olor a sardinas se colaba por los rincones. Tiene islotes convertidos en ruinas. Tiene edificios históricos que se van cayendo a pedazos, y también tiene importantes necesidades en nuevas infraestructuras, por ejemplo culturales. Pero lo que no tiene es una voluntad política de dar solución a todo ello y afrontar realmente el cambio que se necesita, y que deje entrar la modernidad, pero mimando al mismo tiempo su pasado.
Y no es que no haya voluntad en un partido o en otro. El problema es que no hay voluntad de conjunto. Y gane quien gane las próximas elecciones, y considerando que será casi un milagro que se obtengan mayorías absolutas, lo más probable es que se repita el triste espectáculo vivido en esta legislatura, en el que los proyectos, buenos o malos, se iban frenando por falta de consenso. Arrecife merece otra cosa. Arrecife merece tener memoria pero, sobre todo, merece tener futuro.