Unos 350 familiares esperaban noticias entre el miedo y la crispación

Lágrimas en Gando

La vieja terminal de Gando era un hervidero de policías, personal sanitario, trabajadores del aeropuerto, familiares y los primeros políticos, todos llegando a la vez a una angustiosa espera de noticias

21 de agosto de 2008 (01:39 CET)

Una hora después de que las cámaras de varios canales de televisión enfocasen por primera vez la columna de humo procedente del vuelo 5022 de Spanair que desde Barajas volaba a Gran Canaria, los primeros familiares de viajeros se acercaban a Gando en busca de detalles. Los allegados paseaban por los pasillos la ansiedad, la palidez y el miedo, mucho miedo, que les sumía por completo.

En un momento, a las tres y media de la tarde, la segunda planta de la vieja terminal de Gando era un hervidero de policías, personal sanitario, trabajadores del aeropuerto, familiares y los primeros políticos, todos llegando a la vez a una cita inesperada.

La abundante presencia de periodistas ante el salón de actos del aeropuerto, convertido en sala de acogida de los afectados, empezó a tener tintes dramáticos que eran percibidos con desagrado por algunos. No faltaron manos tapando cámaras y silenciando micrófonos, y alguna petición de "no me grabes, por favor".

La crispación, producto de un estado de nervios inconsciente, condujo directamente a las lágrimas. "¿Mi nieto está muerto?", casi sollozaba una abuela a través de un teléfono móvil bajo la presión de quien desea, más que nadie, aferrarse a un hilo de información sobre la suerte de los suyos.

A medida de que los periódicos digitales, la radio y la televisión iban ametrallando con datos provisionales, y casi siempre oficiosos, de fallecidos y heridos, las escenas de dolor eran más numerosas. Del miedo, a la crispación y de ahí, al llanto. Un hombre de mediana edad, con el rostro enrojecido, hablaba con alguien a través del móvil sobre un familiar que iba en ese maldito vuelo cuya suerte desconocía.

Sergio Bolaños, periodista gráfico que trabaja para el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, llegaba al aeropuerto en un fuerte estado de ansiedad. Un familiar suyo viajaba en ese avión. Lo mismo ocurría con Mónica, cuyos padres, "los dos", dijo, habían cogido ese vuelo tras pasar unos días de vacaciones en Asturias y Cantabria.

Mientras los familiares eran trasladados desde el salón de actos a una sala contigua, donde se habilitaría un hospital de campaña, diversos cargos públicos desfilaban por el impactante escenario en que se había convertido la planta dos del aeropuerto viejo con caras de circunstancias.

La delegada del Gobierno, Carolina Darias, llegó pidiendo tranquilidad, pero una hora después reflejaba a cara descubierta el drama que se vivía de puertas para adentro. No paró, por ejemplo, de pedir a los periodistas que respetasen a las familias que entraban y salían entre sollozos, lamentos y, en bastantes casos, sumidas en un llanto inconsolable a pesar de que seguían sin saber ningún dato oficial.

"Hay una lista, hay una lista", casi lloraba una señora con aspecto de haber sido sorprendida en la playa con la noticia del accidente. Una relación de víctimas cuya existencia negaban en todo momento los responsables del aeropuerto. "Es la compañía la que tiene que facilitarla", insistía Francisco Macho, director de Gando.

La hubiese o no, la más terrible de las sospechas ocupaba todas las partes del cerebro de los alrededor de 350 familiares de viajeros que ocupaban las salas habilitadas por el aeropuerto para su atención. Su única alternativa era volar a Madrid, en Spanair (otra vez), y prepararse para lo peor.

M. G./ACN Press

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