Violencia Policial en Arrecife (o crónica de las «noches salvajes» de la U.I.P.)

Tomás Juan López GonzálezJunto a la «talentosa» sonrisa de Rodríguez Zapatero -algo antes, a decir verdad- arribaban a nuestra isla personajes de chulesca figura y nulos modales, sin duda menos contagiados ...

30 de agosto de 2005 (18:39 CET)

Tomás Juan López González

Junto a la «talentosa» sonrisa de Rodríguez Zapatero -algo antes, a decir verdad- arribaban a nuestra isla personajes de chulesca figura y nulos modales, sin duda menos contagiados de los valores democráticos que por doquier pregona el leonés «enamorado» de Lanzarote.

Las cinco furgonetas que, tan indebida como perennemente aparcadas, nos acompañan desde hace más de un mes en nuestro paseos por la avenida de la capital traían consigo a un número indeterminado de agentes de la llamada Unidad de Intervención Policial -U.IP.; antidisturbios para quienes hablan con más propiedad que pedanteria- que no han hecho más que sembrar el miedo entre la juventud que los fines de semana se intenta divertir en las zonas de ocio nocturno de Arrecife. Estos «azules», como queriendo rememorar pasados y peores tiempos, vienen haciendo desde hace demasiadas semanas alardes de no sé que antidemocrática prepotencia sin que ninguna autoridad policial ni política les pare los pies.

Así, estos aparentes forofos de americanadas del género policíaco, tipo COPS, practican cada viernes y sábado un sin fin de fantasiosas salvajadas convencidos ellos de que se encuentran en medio del Bronx neoyorquino. Obvian estos uniformados que han sido enviados a una isl a pequeña y relativamente tranquila. Y si saben de la realidad insular parecen empeñados en satisfacer a toda costa sus indebidas, casi delictivas, formas de entretenimiento. A costa del paciente ciudadano -mayoritariamente joven, pero ciudadano- al que han dejado de servir para pasar a intimidarlo, atemorizarlo, insultado y hasta golpearlo.

No hablo desde ningún tipo de odio hacia los cuerpos y fuerzas de seguridad; al contrario, hablo desde el conocimiento de lo que digo, desde la experiencia propia y cercana. Y, ante todo, escribo desde el convencimiento de que la reconversión de las fuerzas de seguridad en cuerpos represivos es un paso atrás que no nos podemos permitir dar bajo ningún concepto. Hablo, pues, desde el espíritu democrático y el amor hacia las libertades que tanto nos han costado conseguir y que un pandilla de irresponsables no nos puede arrebatar.

Efectivamente, desde el primer fin de semana en que están en la isla -el anterior a la llegada de Zapatero-, estos «azules» se han dejado notar. No como todo ciudadano de bien hubiese querido, es decir, haciendo acto de presencia en las noches de marcha, vigilando el narcotráfico, disuadiendo riñas o hasta deteniendo a los que se divierten a costa de fastidiar al resto. Al contrario. Llegaron para convertirse en la peor de las bandas nocturnas, la más temible. Hace ya más de un mes que me crucé cerca de la calle José Antonio con una pareja de ellos, que pregonaba con gestos la dictatorial frase de «la calle es mia», volteando sus porras trasladándonos al republicanismo bananero más profundo. Desde entonces, un sábado sí y otro también la imagen a la que nos quieren acostumbrar estos insensatos es la de las paredes que dan a la vía pública repletas de chiquillos de no más de veintiséis años con las manos en alto, la cara pegada al albeado, algún porrazo sobre sus cuerpos y un continuo «sí señor, no señor» propio del sadomasoquismo más visceral.

La primera vez que lo vi, tras la sorpresa, pensé que se trataba de alguna redada concreta. Me sorprendió, no obstante reconocer a gente de mi edad -tengo 21- cuya característica más apreciable es la normalidad. Jóvenes a los que mil veces habla visto divirtiéndose tranquilamente, cuando no acudiendo junto a mí a la universidad, a completar unaserie de estudios que los agentes que los acosaban ni siquiera habrán olido. La sorpresa se convirtió en rabia al observar que la «escenita» se repetía cada semana

La última, por desgracia, me tocó de cerca. La víspera de San Ginés unos amigos llegaron en coche a las cercanías de la calle José Antonio. Yo había quedado con ellos poco más tarde y llegué en mitad del numerito. Al parecer al agente le resultaba muy alto el volumen de la música que llevaba el auto. Mandó a parar y de forma prepotente instó a bajar la música. El desencadenante de los abusos que se producirían con posterioridad sería un «O.K.» que a modo de contestación dio la joven que conducía el coche -que sin entrar en asuntos personales diré que se trata de mi compañera de piso en La Laguna, una estudiante de quinto curso con 22 años. El agente esputó : «aquí los O.K. los doy yo», y ordenó que se bajaran del coche. Uno de mis amigos, que no entendía tanto desvarío policial, había olvidado llevar el D.N.I.

Excusa al parecer suficiente para que a partir de entonces fuese tratado como un delincuente de la peor calaña. Fue arrastrado hasta una pared. Al ignorar el protocolo a seguir cuando se practica un registro -por suerte somos muchos los que, por decentes, nunca hemos vivido esta experiencia-, volteó la cabeza, a lo que el salvaje policía respondió con un fuerte cachetón y la frase textual «como te muevas de doy una ostia más fuerte». Hubo insultos, vejaciones en mitad de la calle, golpes contra la pared hacia la que estaba vuelto y balones de pelo. Similar procedimiento con todos los asustados jóvenes de aquella desproporcionada fila. Pasado aquel mal rato de tortura de baja intensidad, cada chiquillo fue siendo llamado por su nombre y dejado en «libertad». Los salvajes se montaron en su furgón con las pilas cargadas y hasta el próximo día.

Esa fue, exactamente, la secuencia de los hechos. Al día siguiente, como no podía ser menos, era puesta la correspondiente denuncia acompañada de parte médico en la comisaría de Arrecife. Eso sí, sin la debida identificación de los agentes, que se negaron a cumplir con su obligación legal de comunicar su número de placa si un ciudadano, como es el caso, se lo solicita -con razones más que fundamentadas. Preguntado su número de placa, el agente en cuestión propinó un empujón y contestó a mi amigo: «tú has visto muchas películas». El resto de los uniformados, a los que presumirnos con el mismo nivel intelectual y de conocimiento de leyes echaron a reír. Sí, señores, así estamos.

Ahora bien ¿quién nos cuida de estos tipos? Porque si el típico «follonero» te pega una paliza esperas tener a la policía para que responda ¿Pero y si los que agreden son estos mismos «folloneros», aunque dotados con placas, pistolas y porras?

Sólo nos queda ahora confiar en la justicia. Cabe confiar también en que la ciudadanía torne conciencia del daño que se está haciendo a la legalidad, la libertad, la democracia y hasta a nuestra dignidad como pueblo, y denuncie todos y cada uno de estos casos. Exigir -aquí las confianzas valen menos- que quienes tienen competencias en el asunto reaccionen -y me refiero especialmente al Comisario Jefe de Arrecife y al Director Insular, Marcial Martín- y no esperen a que algo parecido le ocurra a un hijo suyo. Tampoco vendría mal, observando la deriva de esta U.1.P. - camino de convertirse en Unidad de Irresponsables Peligrosos-, echar mano de la cultura y releer aquel poema de nuestro Pedro Lezcano que decía bien claro: «... los invasores de la paz canaria, que cojan la maleta (..) /Qué cojan la maleta, que cojan la maleta, que cojan para siempre la maleta!»

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