Verdes de envidia

Pedro San Ginés decidió coger el toro por los cuernos, y lo hizo poniendo sobre la mesa las reivindicaciones que plantea el Comité de Empresa de los Centros Turísticos. Y con esta "inocente" medida, ha conseguido dar ...

9 de febrero de 2007 (05:14 CET)

Pedro San Ginés decidió coger el toro por los cuernos, y lo hizo poniendo sobre la mesa las reivindicaciones que plantea el Comité de Empresa de los Centros Turísticos. Y con esta "inocente" medida, ha conseguido dar ...

Pedro San Ginés decidió coger el toro por los cuernos, y lo hizo poniendo sobre la mesa las reivindicaciones que plantea el Comité de Empresa de los Centros Turísticos. Y con esta "inocente" medida, ha conseguido dar donde más duele a los representantes sindicales y, sobre todo, abortar esa especie de chantaje en el que se podía caer, negociando un convenio colectivo a pocos meses de las elecciones.

Por eso, y antes de que las protestas, las críticas y hasta las posibles medidas de fuerza llegaran en plena campaña electoral si no se lograba alcanzar un acuerdo, San Ginés ha optado por "desenmascarar" al Comité de Empresa, simplemente haciendo públicas sus peticiones. Una lista de exigencias que ha indignado a buena parte de la sociedad, y que ha conseguido incluso ruborizar e incomodar a muchos trabajadores de los Centros. Tanto que ahora, los propios representantes sindicales han decidido dar marcha atrás y han retirado muchas de sus exigencias.

Porque una cosa es el legítimo derecho de todo empleado a mejorar sus condiciones laborales, y otra exigir a su empresa desde empastes y prótesis dentales, hasta créditos de 12 mil euros a devolver sin intereses para poder adquirir su primera vivienda. Y por eso, la dirección de los Centros Turísticos ha conseguido su objetivo. Ha conseguido que la sociedad de a pie, los que trabajan para cualquier empresa privada o por cuenta propia como autónomos, sientan de todo menos solidaridad hacia los sufridos trabajadores de los CACT.

De hecho, el hacer públicas estas demandas ha servido para abrir aún más esa brecha entre los trabajadores públicos y el resto de los asalariados, que siguen considerando casi un premio de la lotería conseguir un trabajo en la administración pública. Y es que quién no quisiera que las reivindicaciones laborales que les quedan por alcanzar fueran que su empresa le pagara los empastes, las prótesis dentales y las lentillas, que le aumentaran el sueldo por encima incluso de lo que marcan los presupuestos generales del Estado para los empleados públicos, que le creara un Fondo de Pensiones con carácter retroactivo o que aumentaran el valor de las pólizas de seguro de vida e incapacidad o invalidez con las que ya cuentan.

Por eso, cuando cualquier lanzaroteño lee una mínima parte de esa larga lista de demandas, y ve que él no tiene ni póliza de seguro a costa de su empresa, ni 49 días de vacaciones más otros seis de asuntos propios (ahora pedían siete), ni un sueldo muy por encima de la media de su sector profesional, se acaba indignando, sobre todo porque sabe que todo eso sale de su bolsillo, ya que en definitiva se trata de dinero público.

Y es que esta lista hecha pública por la Comisión Negociadora de los Centros dejaba a los trabajadores como esos niños que nacen entre algodones y que a falta de más cosas que pedir, terminan pidiendo la luna.

Los representantes sindicales, por su parte, no pudieron negar ni un ápice de lo dicho por la dirección de los Centros, y su respuesta fue acusar a San Ginés de intentar poner a la opinión pública contra los trabajadores. Además, eso sí, aclaraban que como en toda negociación, se pide al alza para conseguir unos mínimos, aunque finalmente se han dado un baño de realismo y han tenido que moderar sus demandas.

Sin embargo, no deja de ser curioso que el propio Comité de Empresa admita que hacer públicas sus reivindicaciones les echará encima a la sociedad lanzaroteña. Como tampoco deja de sorprender que a cualquier trabajador le hierva la sangre al ver las condiciones laborales de otros, especialmente si son funcionarios. Y es que, más allá del hecho de que a los trabajadores públicos se les paga con el dinero de todos, en el fondo lo que subyace es la pura envidia. Y de la mala. Porque muchas veces no sólo es hacia el funcionario, sino también hacia ese compañero al que le aumentan el sueldo cuando consideramos que trabaja las mismas horas o menos, o hacia aquel que siempre sale antes y nadie le dice nada, o al que siempre se libra de los encargos que no quiere hacer nadie.

Probablemente esto no se pueda aplicar a todo el mundo, pero sí es innegable que es un mal muy extendido, y parece que lo único que provoca una reacción es lo que sentimos como un agravio comparativo con respecto a otro empleado. Y es que la mayoría de los trabajadores no sólo no piden la luna, sino que se conforman cada vez con menos para conservar su trabajo, para no tener problemas, para no hacer peligrar su estabilidad. Y estamos tan acostumbrados, que hasta nos parece un lujo y un dislate pensar que alguien pueda recibir empastes y aparatos dentales gratuitos. Sin duda, en el caso de este ejemplo concreto es evidente que hacer frente a ese pago no es misión de los Centros Turísticos, pero sí es una reivindicación social que ya se tenía que haber conseguido hace muchos años, y de la que el Estado sigue sin hacerse cargo. Y como esas, muchas otras en terreno sanitario, educativo y de pensiones y jubilación.

Y precisamente por eso, con una situación social y laboral cada vez más precaria, chocan aún más semejantes demandas. Porque mientras a unos no les alcanzan las horas para compaginar su trabajo con su vida personal, no llegan a pagar la hipoteca y con suerte consiguen juntar un mes al año de vacaciones, otros ya han conseguido el cielo y las estrellas, y ahora persiguen la luna.

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