Venecia, entre dos mareas

2 de diciembre de 2019 (07:02 CET)

Antropoceno 12

Venecia amanece inundada. La peor "acqua alta" desde 1966 asciende 1,90 centímetros sobre el nivel del mar. Y subiendo. El agua ha inundado sin miramientos palacios, monumentos, basílicas, hoteles.... Venecia, la ciudad de la avaricia, del vicio, del lujo y la lujuria muere bajo la marea del turismo y del cambio climático. Dos mareas que se retroalimentan hasta límites incontrolables. No habrá dique, ni muro, ni obra humana que pare la catástrofe.

Mientras se inunda Venecia, las personas del tercer mundo huyen de forma masiva de la sequía extrema. Se esperan más de 140 millones de migraciones para el año 2050, continentes como África, Asia y América del sur sufren ya escasez de agua, malas cosechas, climas extremos. No habrá dique, ni muro, ni obra humana que pare la catástrofe. Podemos negar la relación entre las dos realidades hasta darnos de frente con ellas.

El capitalismo neoliberal en que se ha convertido la economía del primer mundo, nuestro modo de vida "privilegiado", se asienta sobre la explotación del tercer mundo en forma de esclavitud, extracción de recursos naturales, destrucción de hábitats, neocolonización, golpes de Estado, conflictos armados...El cambio climático no es la causa, es la consecuencia de un modo de vida basado en el tener sobre el ser, en el consumismo, en el urbanismo criminal, en la desigualdad  y en la deshumanización del homo sapiens hasta convertirnos en homo economicus (bien surtidos de tranquilizantes, ansiolíticos y narcotizantes varios).

Los países que conservan las materias primas necesarias para sostener el nivel de vida del primer mundo sufren la acción extractiva del neocolonalismo. El orden se mantiene en una suerte de impunidad pro navideña que reúne en la mesa paz y cinismo a raudales. Una explotación que incluye la destrucción masiva de espacios naturales que deberían ser patrimonio universal (como la Amazonia), la esclavitud (mercados de seres humanos de Libia), la neocolonización practicada abiertamente en Bolivia (litio), Chile (cobre), Venezuela (petróleo), o directamente el conflicto armado (camuflado con un barniz de defensa de derechos fundamentales que apesta).

En el primer mundo no nos queda tiempo sino para sobrevivir explotando este ritmo suicida que nos lleva a pasear por la Plaza de San Marcos con el agua al cuello pero, eso sí, vistiendo un último modelo de marca, comprado para usar y tirar. Porque nos sobra tanta ignorancia como soberbia y nos negamos a relacionar la catástrofe mundial con el consumo exacerbado en que vivimos. Sólo algunos científicos advierten del necesario cambio de paradigma socioeconómico como única receta para evitar la catástrofe mundial.

La historia de la humanidad repite de forma cansina el binomio crisis económicas-gobiernos radicales, ultra excluyentes, ultra violentos. El primer paso de esta calculada estrategia de huida hacia el abismo comenzó con el fomento institucional del liberalismo capitalista que genera mucho para pocos y poco para muchos, la desigualdad social alentada con una política institucional de recortes en servicios públicos, educación, justicia y sanidad, y continúa con la asunción de un inevitable conflicto armado para justificar la explotación del "otro".  La receta del neo capitalismo fomenta la continuación del consumismo desaforado con el inevitable aumento del fascismo, la exclusión y la violencia como medicina frente al miedo, la ignorancia y la desesperación. El yo frente al todos.

La marea del turismo y el océano Atlántico inundarán nuestras costas. Igual que en Venecia, o en archipiélagos como Kiribati, Vanuatu o Maldivas, Canarias sucumbirá bajo el agua. Será un proceso lento pero imparable, al tiempo que nuestros gobiernos se radicalizarán, la política seguirá el camino de la frivolidad, el dinero público se perderá año tras año en el negocio de la reconstrucción (dique tras dique) o en el rescate de la industria turística y las personas se perderán en un declive mental que ya ha comenzado y que provocará que las enfermedades mentales sean el primer problema sanitario del mundo (del primer mundo, claro).

Dirán ustedes que la perspectiva es pesimista. No, es realista, incluso optimista teniendo en cuenta el nivel de postureo del que hacen gala nuestros representantes políticos. Tras la publicitada declaración de emergencia climática, declaración de intenciones vacía de contenido, planificación, coordinación o partida económica, el gobierno no tarda un segundo en desviar partidas económicas para "subvencionar" la industria turística, asumir los costes de Thomas Cook y exigir el cumplimiento de los convenios de carreteras. Cambia el discurso, cambian la palabra emergencia por urgencia, pero continúan las políticas cortoplacistas de sometimiento al monocultivo turístico, eso sí, subvencionado. Si el estornudo de Thomas Cook les ha alertado, a pesar de la previsible, anunciada e inevitable quiebra, no puedo imaginar qué harán cuando dejen de venir aviones. Que van a dejar de venir.

No hay decencia, conocimiento, ni voluntad política para dar por terminada la fiesta. Mientras la industria energética y turística siga alimentando campañas electorales y girando puertas de gente sin alma que pierde la calma por una migaja de poder no habrá más que declaraciones de emergencia vacuas. Mientras se premie con el máximo puesto de representación pública al más servil entre los serviles, santificado en nombre de sacrosanto "Partido" y bendecido por saquear las instituciones engordando la caja b no habrá más que planes de rescate de postureo. Mientras la política se identifique con el cobro de comisiones de contratación pública (caso Gurtel), la malversación masiva del dinero público para la obtención de beneficio privado (casos Unión, Jable), la asunción de la función pública como herramienta al servicio del clientelismo (caso ERE`s), el fraude del dinero destinado a la cooperación internacional (caso Cooperación) o el uso del territorio como objeto de mercadeo al servicio del caciquismo local (casos Yate, Stratvs, Costa Roja..) no habrá futuro que esperar.

En definitiva, mientras la fiesta del neoliberalismo la pague la corrupción sólo se servirá barra libre. La resaca la pagaremos todos, ricos, pobres, más ricos, más pobres y otros animales.

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