Una pelea de gallos cambió la historia de estas galleras. ¡Una mera riña de gallos! El cielo no deja de burlarse de nosotros.
Un aficionado de la gallera Norte poseía un formidable gallo de pelea, un colorado retinto criado por él. Otro aficionado, pero de la gallera Sur, tenía otro, un giro pata negra de casteo propio. Acordaron un combate, que tuvo lugar en la parte que llaman Palacio del Pueblo de La Vegueta, en el centro de su plaza amurallada. ¡Oh, qué día tan trágico! Yo estaba allí. Supe después que el representante de la gallera Norte no había asistido a esa célebre riña. Repetía constantemente que sí había estado, y yo no dudaba de que hubiera terminado por creer su propia historia.
Me llevó mucho tiempo acostumbrarme a las personas que mienten sin motivo. Como las personas no deben mentir, en general no engañan. Nosotros nos horrorizamos ante la mentira, un pánico que se remonta siglos atrás, pero ciertas personas no tienen ese sentimiento y faltan a la verdad haciendo gala de gran imaginación. El representante de la gallera Norte mentía por placer, pero tal vez no le esté haciendo justicia. En él, cuando se trataba de gallos, la verdad y la fantasía están tan mezcladas que seguramente jamás sabía cuál era cual. Vivía en un mundo propio.
El representante de la gallera Sur, mejor dicho el cuidador, puso un veneno sutil, pero de acción rápida, en los espolones de su gallo. Después de unas breves pasadas y revuelos, y, sin llegar a pico, el gallo del Norte cayó muerto. No necesito decir que hubo bastantes pasiones malsanas ese día de sol en el lugar de la riña. Mucha gente, y no gente, estaba allí. Hubo toda clase de disputas mientras el dueño del gallo ganador recogía sus apuestas y se retiró a pasar la noche. Por la mañana, había una gran multitud ante sus puertas. El veneno había sido descubierto. Se buscó al envenenador, pero éste había huido disfrazado de sirviente y, dirigiéndose en camello al embarcadero de Caleta de la Villa, partió hacia La Graciosa en barquillo.