"Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que un ardiente sol lucía
dentro de mi corazón."
Antonio Machado.
El hecho de que la palabra ilusión -negativa en su origen latino y en todas las lenguas, como engaño, irrealidad, error, cosa "ilusoria", propia de "ilusos" -haya experimentado en español algo así como un "injerto" y haya dado frutos positivos -tengo ilusión, estoy o vivo ilusionado-, es enorme. Creo que los españoles, por poner esa maravillosa palabra en su sentido positivo, tenemos mayor posibilidad que los demás de tener la realidad que significa, es decir, de tener ilusión y vivir ilusionados.
La ilusión está inextricablemente entrelazada con lo más profundo de la vida humana: la imaginación; su carácter de orientación hacia el futuro, hecho de anticipación y temporalidad; su vinculación al deseo, gracias al cual nuestra vida mana como una fuente; su condición de ingrediente a toda vocación verdadera; su raíz en la condición amorosa del hombre; sus vicisitudes en la presencia y en la ausencia, incluso en la irrevocable de la muerte; su aptitud para volverse a Dios...
Pero hay una pregunta que a veces nos hacemos: ¿cuál es el estado de la ilusión en este año de 2006? En otras palabras, ¿cuál es el balance actual de esta sutil realidad, que no tolera fácilmente ser "maquillada" con cifras estadísticas?
Si se pasa una rápida mirada por la historia, se advierte que la ilusión muestra en ella enormes diferencias. Hace poco más de quinientos años, apenas realizada la unidad nacional, recuperada la España perdida desde la invasión árabe, la ilusión rebosaba por todas partes. No es ya que España hiciera grandes cosas, apenas creíbles; es que las hizo porque estaba poseída por una ilusión formidable que la arrastró a altas empresas, y que se refleja en la palabra de todos los hombres representativos de la época. Sería apasionante seguir desde entonces hasta hoy la curva de la ilusión del pueblo español.
¿Y hoy? Si nos atenemos a lo que públicamente se dice, con muy pocas excepciones, se pensará que la ilusión está en uno de sus puntos más bajos. Pero ¿es verdad?. Hace casi veinticuatro años, en el otoño de 1982, escribí un artículo con un título parecido, para acrecentar aún más la ilusión que existía por entonces. Y es que cuando un pueblo está desilusionado, desencantado, desalentado, se vuelve pasivo y se deja manipular: lo contrario de un pueblo ilusionado.
Creo que se ha conseguido persuadir a muchos españoles de que no puedan sentir ilusión; quizá de que no deben tenerla. Mi impresión es que, cuando olvidan lo que han leído o han oído, la tienen, y muy viva, acaso más que casi todos los demás países de nuestro entorno. Cuando vuelven a la vida privada, cuando están en sí mismos, conservan un grado considerable de ilusión; cuando recobran su espontaneidad y se atreven a proyectar, la sienten, referida a su ciudad, a su región, a la nación entera, al porvenir.
Basta conpensar que la libertad permite intentar, proyectar, imaginar y ponerse a realizar empresas que pueden ser atractivas e ilusionantes; que cuando hay libertad no hay derecho a la desilusión y al pesimismo, porque nuestro futuro está en nuestras manos ("tu mismo te has forjado tu ventura", repetía Cervantes); y que hasta cuando la libertad falta, siempre queda la que uno se toma. Y como dijo el poeta: "La ilusión es el camino. / La luz nuestro destino".
Francisco Arias Solis