Llegó el verano y cantan incansables los grillos, bien atrincherados en sus inaccesibles agujeros. Todo parece casi mejor. Como desde hará ya quince años se organiza de nuevo el programa «Vacaciones en Paz» en el que, gracias a la desinteresada generosidad de las familias de acogida, se ofrece a niños saharauis una experiencia vital única en la que se combinan tolerancia, aprendizaje, salud, amistad, cariño y cultura. Bienvenido sea. Este año está previsto que pasen con familias españolas los meses de julio y agosto un total 9.850 niños procedentes del exilio en los campos de refugiados de Tinduf, en el Sudoeste de Argelia.
Pero no nos felicitemos muy deprisa, que no todas las miserias pueden reducirse a base de grandes vasos de refresco, gafas de sol del kiosko y chapuzones subvencionados en la piscina municipal. Las múltiples y laboriosas células de la «Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui», que animan la encomiable actividad por todo el país, deben decidir especialmente en estos días, entre propugnar hasta sus últimas consecuencias la coherencia con su defensa de los derechos humanos o cargar más que nunca con todas las lacras de la cobardía, porque, pongamos los puntos sobre las íes, saben, mejor que nadie que, en el caso de los pequeños varones, se trata siempre de criaturas que proceden de un ambiente rigurosamente mahometano en el que se les mutila genitalmente entre los cuatro y siete años para cumplir con sádicos mandamientos religiosos. ¿Vamos a seguir siendo ser tolerantes con la tortura siempre y cuando ésta venga dictada por la familia? Vaya fiasco.
Para que el programa sea completo debe intervenirse, urgentemente, en favor del derecho de todos estos niños a su integridad física. De otro modo, es posible que a más de uno de estos chavales se le pasen las horas pensando en irse a esconder para siempre con los grillos, aun a costa de dejarse la opípara merienda completamente sin tocar.
José Francisco Sánchez Beltrán