Es difícil, muy difícil, encontrar palabras que no se hayan dicho de Dimas Martín. O se le odia o se le ama e, incluso cuando se le ama, muchas veces se le termina odiando. Porque si su vida política ha estado marcada por ...
Es difícil, muy difícil, encontrar palabras que no se hayan dicho de Dimas Martín. O se le odia o se le ama e, incluso cuando se le ama, muchas veces se le termina odiando. Porque si su vida política ha estado marcada por sentencias judiciales e ingresos en prisión, no menos importantes y sonadas han sido sus rupturas con algunos de sus más fieles compañeros.
Porque las últimas fugas o expulsiones son sólo la punta de un gran iceberg de crisis internas que, casi siempre, han ido surgiendo vinculadas a las horas más bajas de su líder: a juicios y a ingresos en prisión. Y es que por más sorprendente que pueda resultar para cualquier mortal, aunque esté con la soga al cuello o a las puertas de Tahíche, Dimas nunca se resigna a pasar a un segundo plano, ni en la política insular ni en su partido.
Lo hizo en 2004, cuando le tocó cumplir condena por el caso de la compra de voto a un concejal, y lo ha hecho ahora, midiendo al detalle cada una de sus intervenciones públicas y organizando el partido, las listas electorales y los mensajes que deberán lanzar en campaña cuando él ya no esté para subirse a los escenarios.
La gran diferencia es que esta vez, su margen de maniobra se ha reducido a una mínima expresión. En enero de 2004 era presidente del Cabildo, parlamentario y líder de un partido que gobernaba en las principales instituciones de la isla. Hoy, ha entrado en la cárcel para cumplir la condena más importante de su vida, de ocho años de prisión, y fuera deja un partido debilitado, que ha perdido casi la totalidad de sus cargos públicos, que han terminado militando en Coalición Canaria.
Precisamente por eso, y aunque ya tenían un enfrentamiento histórico, ahora CC se ha convertido para Dimas y para los suyos en la encarnación viva del demonio. Igual que en su día, hace casi tres años, lo eran el Partido Socialista y Juan Fernando López Aguilar. Pero eso era cuando Dimas entraba en prisión y en España gobernaba el PP. Poco después, y tras la victoria del PSOE en las elecciones generales, López Aguilar pasó a ser "un caballero".
Es sólo una muestra de la esencia de Dimas Martín. Nunca ha terminado de fiarse de la mayoría de la gente que le rodea así que, conforme va acumulando enemigos, va "curando" heridas viejas y a veces hasta reconciliándose con los anteriores. Hasta Juan Carlos Becerra y Pedro de Armas han pasado a ser menos malos, a pesar de que en su día responsabilizó a este último de su entrada en prisión por el caso de la compra del voto a un concejal en Arrecife. Ahora, les ha tocado el turno a Higinio Hernández e Ismael Brito, que se sentaron con él en el banquillo en el juicio del complejo agroindustrial y salieron absueltos, después de aportar comprometedores testimonios que contradecían la defensa del líder del PIL.
Por eso, las últimas palabras de Dimas justo antes de regresar a prisión vuelven a ser mensajes repetidos. Mensajes en los que defiende su inocencia, en los que asegura que todo lo ha hecho por el pueblo y en los que se presenta como víctima de sus adversarios políticos y, sobre todo, víctima de traidores. Y es posible que en parte lo haya sido. Es posible que muchos se hayan aprovechado de Dimas Martín, y se hayan alejado cuando les ha convenido. Es posible que muchos hayan entonado el sálvese quien pueda cuando llegaban malos tiempos. Es posible que muchos se hayan visto con alas para volar por libre cuando el campo estaba supuestamente despejado. Es posible que muchos no entendieran, o no quisieran entender, que el PIL es y será sinónimo de Dimas Martín. Porque aún en los momentos más amargos, él está convencido de que puede volver a levantar el partido. A reconstruirlo de nuevo. A empezar de cero.
Dimas Martín se tiene fe. Siempre se la ha tenido. Y eso, aunque puede ser positivo, es un arma peligrosa, porque el líder del PIL también se ha tenido demasiada fe en su faceta de cargo público. Y ahí ha estado su perdición. Porque sin entrar a juzgar si realmente se ha beneficiado o no de su paso por las instituciones, lo concreto es que no se puede manejar cifras millonarias, en este caso en el complejo agroindustrial, sin una contabilidad que no deje margen de duda.
De hecho, esta vez no podrá decir que entra en prisión por hacer un bañadero para el pueblo, aunque fuera saltándose los pequeños detalles de conseguir informes y permisos. Ahora, Dimas ha vuelto a la cárcel por malversación de fondos públicos, y eso son palabras mayores. Pero aún así, y aunque ha ido perdiendo a estrechos colaboradores por el camino, sigue manteniendo el apoyo de no pocos lanzaroteños, que continúan creyendo en él a pies juntillas. Y es que si algo no ha perdido es su carisma, y se lo lleva una vez más hasta prisión. ¿Cuál es su secreto?? Simplemente, es Dimas Martín.