La vida está repleta de decisiones que tomar. La mayoría de estas decisiones son intrascendentes y sólo afectan a la persona implicada. Me lavo los dientes o no me los lavo, me acuesto ya o sigo leyendo un poco más, veo este ...
La vida está repleta de decisiones que tomar. La mayoría de estas decisiones son intrascendentes y sólo afectan a la persona implicada. Me lavo los dientes o no me los lavo, me acuesto ya o sigo leyendo un poco más, veo este programa de televisión o veo aquel otro...
Pero a algunas personas, algunas veces, se les presenta una situación en la que de su decisión va a depender que el futuro de una comunidad enorme de individuos vaya por unos derroteros u otros muy diferentes. Una decisión puntual e irreversible sin matices. Blanco o negro, el camino derecho o el izquierdo. La píldora azul o la roja.
A Carlos Espino le tocó vivir una de estas excepcionales situaciones el 4 de Junio del 2008. Fernando Becerra se presentó en su despacho con una propuesta. Una tentadora propuesta que, de haber aceptado, habría acabado por conformar un Lanzarote totalmente diferente al que hoy conocemos. Totalmente diferente.
Especulemos un poco. ¿Cómo sería nuestra isla en estos últimos días del año 2009 si Carlos hubieraoptado por aceptar el soborno? ¿Qué clase de realidad paralela habitaríamos hoy si en vez de denunciar el caso a la Guardia Civil y grabar la conversación del día siguiente, Carlos Espino se hubiera dejado llevar por la avaricia y la senda fácil del no buscarse problemas con gente muy influyente?
Por de pronto, y suponiendo que Carlos Espino hubiera tenido el poder de convicción necesario para desbloquear la situación en el sur de la isla, tal y como le pedían, los hoteles ilegales de Yaiza habrían dejado de ser ilegales, y las mil viviendas de Costa Roja habrían acabo construyéndose. Espino se habría llevado 900.000 euros calentitos, a buen recaudo en un banco de Suiza, y desde sus medios Jorge Coll y compañía habrían dedicado todas las loas y parabienes imaginables a la gran gestión y labor del nuevo delfín de la política conejera: don Carlos Espino, ese hombre.
Ni Tribunales Populares,ni Vistos Buenos,ni Cafés de Periodistas, ni Zurriagazos machacando constantemente ora Carlos, ora Manuela. Nadie habría sabido que los Centros tenían contratada la comida a Chacón, nadie habría hablado de viajes a China, ni de estudios a 30.000 euros, ni de asesores.
En el Congreso socialista celebrado en Diciembre del 2008, la plancha de Damián Peña ni siquiera habría llegado a concretarse y, en caso de hacerlo, no habría recibido la menor atención por parte de televisión o revista alguna.
Mientras tanto, Dimas habría seguido a lo suyo, trabajándose el Plan General de Arrecife y reuniéndose cada tanto con Juan Francisco Rosa para coordinar acciones. Los niveles de crispación política habrían descendido a sus mínimos históricos, el pacto PIL-PSOE habría gozado en lo sucesivo de una salud a prueba de bombas. Dimas por un lado, Espino por el otro, ambos igualmente corruptos e indiscutidos y ambos con una gruesa cartera con la que comprar voluntades puntuales. Los grandes empresarios contentos, los medios de comunicación servidos, el pacto sólido y estable... La política insular viento en popa y a toda vela, simplemente a cambio de actuar como los políticos de Lanzarote actuaron toda la vida de Dios, mirando para otro lado y poniendo la mano bajo la mesa.
Por supuesto, nunca nadie habría sabido nada. Carlos era la última línea, de ahí que con él estuvieran dispuestos a tomar más riesgos y a pagar más de lo normal. Si él hubiera caído, detrás no habría habido nada más que campo abierto y expédito para el pillaje empresarial de altos vuelos. El pueblo no se habría enterado de la misa la mitad, como nunca se enteró. Sí, habrían existido las típicas sospechas de siempre, los típicos rumores (mira ese Espino, que de la noche a la mañana va en Mercedes y tiene un yate en Puerto Calero... ---Bah, mal pensada que es la gente, habrá pedido un crédito, como todo el mundo).
Ni que decir tiene que nunca se habría producido la situación de inestabilidad institucional que hemos vivido durante los últimos meses. La Operación Unión no habría existido, y tanto PIL como PSOE habrían acabado el 2009 gobernando las dos joyas de la corona, Cabildo y Arrecife, en franca comunión y hermanamiento.
Ellos seguirían saqueándonos y nosotros seguiríamos tragando. Ellos seguirían construyendo aquí y allá, repartiéndose comisiones, plantando campos de golf, puertos deportivos, levantando más hoteles, más urbanizaciones, más de todo. Hubieran podido seguir enchufando a diestro y siniestro. Nadie se habría enterado de que Enrique y Rubén participaron en la apertura de un Teatro que nunca debió abrir sus puertas al no contar con los permisos pertinentes. Ubaldo Becerra y Jose Miguel Rodríguez seguirían siendo los hombres fuertes de Dimas en Arrecife. Matías Curbelo y Segundo Rodríguez seguirían trapicheando aquí y allá. La Cámara de Comercio habría acabado comprando aquel edificio en Puerto Naos y Fernando Becerra habría acabo siendo uno de los tíos más poderosos y respetados de la isla, el "conseguidor" que todos quieren tener a su vera.
La imagen de Lanzarote no habría quedado en entredicho por sus constantes corruptelas. Ni portadas en El País, ni 59 segundos, ni sumarios públicos. De cuando en cuando algún Saramago impertinente habría puesto el grito en el cielo, alguna Fundación metomentoda, en fin, nada importante. Porque, después de todo, nadie querría oír verdades incómodas. Lanzarote habría podido seguir siendo el paraíso de los turistas y de la corrupción, el lugar en el que la cosa pública funciona de otra manera, y los votantes se especializan en no querer saber. El lugar donde unos pocos viven como reyes y el resto se conforma con sobrevivir, sin hacer mucho ruido.
Todo esto es más o menos lo que habría pasado en Lanzarote si Carlos Espino, aquel 4 de Junio, hubiera decidido aceptar la propuesta de Fernando Becerra.
En lo personal, podemos concluir algunas obviedades sobre la situación de nuestro protagonista: Dejó de ganar una pasta gansa. Dejó que los medios de aquellos a los que no se vendió le acribillaran y difundieran toda clase de burradas sobre su persona. Dejó que en su partido le crecieran los enanos. Y, por último, se vió apartado, como Secretario General del PSOE, de las dos principales instituciones que gobernaba. Ese fue el precio que pagó por elegir la opción que eligió. Un alto precio, sin duda. Un precio que, sin embargo, seguramente no será tan alto cuando en el 2011 los resultados que merece, no su partido, sino él personalmente, consiga. Es una lástima que tanta incompetencia como hay a su alrededor, en sus propias filas, le pueda privar de cobrar esa deuda que el destino tiene con él, pero a mí me gusta creer que las buenas acciones siempre tienen recompensa, y en este particular caso me parece que muchos lanzaroteños (obviamente otros no) estamos en deuda con Carlos Espino. Otra cosa es que vayamos a pagar esa deuda, que no lo sé.