En circunstancias normales, si la política y los políticos en este país fueran tomados en serio por alguien, las declaraciones de la secretaria general del PP acusando al PSOE de utilizar las fuerzas de seguridad del Estado para ...
En circunstancias normales, si la política y los políticos en este país fueran tomados en serio por alguien, las declaraciones de la secretaria general del PP acusando al PSOE de utilizar las fuerzas de seguridad del Estado para espiar al principal partido de la oposición, supondrían un auténtico escándalo.
Sin embargo, la realidad es otra. Lo cierto es que la mayoría de ciudadanos consideramos un circo todo lo que tiene que ver con la política, y no damos mayor crédito a los ataques verbales y acusaciones que se hacen unos a otros. Por más que suban el listón, elevando el tono de los insultos y las culpas, nadie hace caso, exceptuando los periódicos y noticiarios que participan y viven del mismo espectáculo.
A la gente no le importa nada de lo que digan, y mucho menos nada de lo que se digan entre ellos. Los escándalos de corrupción pasan desapercibidos, porque la incredulidad general a lo más que lleva es a un "bah, todos son iguales". Sus promesas merecen tanta consideración como una moneda de tres céntimos. Y sus bravuconadas o amenazas no valen la tinta con la que son escritas en titulares cada vez más ignorados. En definitiva, la decadencia y desvirtuación del concepto "política", así como la imagen de aquellos a quienes se asocia el término, ha alcanzado simas que se creían insondables, sin que el fondo, y eso es lo peor, llegue a atisbarse todavía.
La cosa no tendría mayor importancia si habláramos de fútbol o del mundillo rosa. Que la gente dejara de interesarse o no diera crédito a unos señores que se dedican a dar patadas a un balón o a vender exclusivas de sus divorcios, sería motivo incluso de algarabía. Pero que la política y todo lo que tiene que ver con la política sea sinónimos de basura es algo que perjudica a la sociedad en su conjunto, no sólo a quienes se dedican profesionalmente a ello.
El mayor error que podemos cometer los ciudadanos en estos momentos es desentendernos de la política, aunque es lo que naturalmente tendemos a hacer. No debemos confundir la democracia actual con la Democracia, con mayúsculas, del mismo modo que no debemos confundir la política mediocre, pendenciera y repleta de bajezas con el arte de satisfacer las necesidades y mejorar la calidad de vida de una comunidad de individuos cualesquiera.
No es pequeño el reto. Frente a la degradación paulatina y constante, quienes tengan fuerza y coraje para ello han de hacer el esfuerzo de sobreponerse a ese tentador "que les den a todos", y construir alternativas o contaminar las fuerzas políticas actuales con otra forma de ver y hacer. Nadie agradecerá el esfuerzo, nadie tenderá alfombras, nadie confiará en las buenas intenciones y nadie dará palmaditas en la espalda. De hecho, lo normal es que la decadencia siga su curso de cualquiera de las maneras y que por el camino quien ose interponerse a esta evolución inversa no gane sino sinsabores, enemigos y problemas de salud.
Cada época tiene sus aventuras y sus aventureros. Hoy, con el mundo entero ya descubierto, una de las mayores aventuras en la que puede embarcarse cualquiera al que le pique el gusanillo de superar lo imposible, es meterse en política con ganas de mejorar las cosas. Nadie los reconocerá ni los distinguirá de quienes entran para trepar rápido siguiendo los cauces establecidos, convirtiéndose en parte del problema a su vez. Su propia imagen se verá inevitablemente contaminada e impregnada por la peste de alrededor, y serán objeto de las descalificaciones indiscriminadas, en la misma medida que quienes sí lo merecen. No obstante, como los héroes genuinos, sabrán reconocerse a ellos mismos en su fuero interno. No necesitarán nada más. Y nosotros, aunque jamás les reconoceremos ni les agradeceremos, necesitamos esta clase de héroes más que ninguna otra cosa.