Dimas, San Dimas, eres mi héroe. Yo, que durante tanto tiempo pensé, que eras un tramposo político y que sólo te interesaba la política, para poder llegar al dinero fácil y sentirte el dueño del mundo, veo ahora, que sólo eras ...
Dimas, San Dimas, eres mi héroe. Yo, que durante tanto tiempo pensé, que eras un tramposo político y que sólo te interesaba la política, para poder llegar al dinero fácil y sentirte el dueño del mundo, veo ahora, que sólo eras un magnífico y grandioso conseguidor, de los hermosos y honestos deseos y desvaríos de la mayor parte de los poderosos y también de los más humildes de esta isla y hasta de fuera de ella.
Te admiro, en estos momentos que afortunadamente ha salido a la luz, toda tu honrosa, admirable, callada y desinteresada labor en pro de una isla mejor, más justa y más equitativa, dabas a todos, lo que realmente le pertenecía y ansiaba, a los pobres, ilusión y fe, a los ricos, más riqueza. ¡Qué hermosa justicia! A cada cual lo suyo, ¡aleluya!
A pesar de que hacía tiempo que había dejado de creer en los Reyes Magos, me doy cuenta ahora, nunca es tarde si la dicha llega, que sí, que existen los Reyes buenos, que son capases de sacrificarse por los demás, para que no nos falte una buena carretera o un buen palacio de congreso. Y todo lo has hecho por unas míseras comisiones, que incluso en tu magnificencia dabas a los pobre en forma de buenas garbanzadas.
¡Qué desagradecido soy!, ¡qué mal pensado! Creyendo, iluso de mi, durante tanto tiempo, que tu proceder nos llevaba al camino de la autodestrucción como pueblo. ¡Qué ciego estaba! Cuando la verdad es que sólo tú, en tu infinita sapiencia y como un gran adelantado a su tiempo, al que no supimos entender, te mandemos a prisión, sin darnos cuenta, como ya ocurriera en el pasado a los grandes sabios, que fueron quemados en la hoguera del desconocimiento y la incultura, que eras un elegido.
Afortunadamente, en tu suma inteligencia, te reponías, como el ave fénix, resurgiendo una y otra vez de tus cenizas o de tus condenas. Condenas impuestas por desdichados jueces, a las órdenes de ignorantes aprendices de políticos, que en su infinita envidia, al ver cómo un súper hombre como tú, contaba una y otra vez con el beneplácito del pueblo, para dirigir su futuro.
Unos jueces incapaces de ver lo que todo el pueblo, en su legendaria cultura, veían, un hombre que se flagelaba continuamente, dispuesto a beber los más amargos tragos, incluso ir a prisión, sólo por el bien de esos conciudadanos que tanto quería.
Todos esos que te repudiaban en público, diciendo auténticas aberraciones ante los demás, esos mismos, iban corriendo de noche y a oscuras a pedirte consejo, para tal o cual obra, que hipócritas, te criticaban en público, lo que a espaldas te suplicaban.
Afortunadamente, tú, en tu sabiduría, tenías en tu recto proceder, la equidad para el mejor reparto y como el gran sabio que eres, únicamente te quedabas con las míseras migajas que te servían para poder mantener en una pobre y humilde, pero decorosa y honesta situación, a tu familia.
Empresarios, alcaldes, policías, concejales, monárquicos, carceleros y creo, que hasta el cura de mi pueblo, iban en peregrinación hasta tu humilde celda, que como buen samaritano, tenías para bien recibir. A todos dabas unas palabras de aliento, todos ellos obtenían sus peticiones, sólo a cambio de la voluntad.
Como el gran padre, tenías a tus hijos en sacrificio y a disposición de la obra y a tus mejores amigos, como desinteresados intermediarios, para realizar los trabajos desagradecidos y más penosos, que los demás no deseaban llevar a cabo por el esfuerzo y sacrificio que estos representaban. Nadie quiere ser recaudador de impuestos.
Y ahora, que por fin, se hace la luz sobre tus virtudes, obras y milagros, vemos, como todos esos que te han acompañado en todo tu peregrinar por estas tierras, se ocultan en las catacumbas y como auténticos fariseos niegan y reniegan de tu persona. Afortunadamente y como ya pasó en la historia, todo permanecerá en las sagradas escrituras, en aquel momento en la sagrada Biblia y ahora, época moderna, en un sumario judicial.
Y ante todo lo relatado, unos pensarán, qué gran falsedad, otros dirán, cuánta verdad. Todo es cuestión de fe, se tiene o no se tiene, yo, sólo me limito, en mi desvarío, a divertirme.