Problemas de todos

La inmensa mayoría de los lanzaroteños habrá entrado una o mil veces en Los Jameos del Agua, en la Cueva de Los Verdes o habrá recorrido las Montañas del Fuego. Sin embargo, también la inmensa mayoría habrá pasado por ...

26 de septiembre de 2008 (07:09 CET)

La inmensa mayoría de los lanzaroteños habrá entrado una o mil veces en Los Jameos del Agua, en la Cueva de Los Verdes o habrá recorrido las Montañas del Fuego. Sin embargo, también la inmensa mayoría habrá pasado por ...

La inmensa mayoría de los lanzaroteños habrá entrado una o mil veces en Los Jameos del Agua, en la Cueva de Los Verdes o habrá recorrido las Montañas del Fuego. Sin embargo, también la inmensa mayoría habrá pasado por allí sin imaginarse que para otros, entrar a un centro turístico es algo prácticamente inaccesible. Y todo por una silla de ruedas. Por eso, el estudio que esta semana presentaban los Centros Turísticos para intentar eliminar las barreras arquitectónicas y hacerse más accesibles para las personas con discapacidad cobra especial importancia.

No hay plazos de ejecución y ni siquiera se está hablando de cambios radicales, ya que conseguir que alguien que no puede caminar recorra una cueva parece casi una utopía, pero al menos se pretenden acometer a corto plazo pequeñas obras, como rampas sobrepuestas, para que puedan acceder a algunos de los lugares más emblemáticos de la isla, que hasta ahora les estaban prácticamente vedados.

Hace unos años, una mujer viajó con su silla de ruedas hasta Lanzarote. Tenía ganas e ilusión por recorrer la isla y, aunque consiguió su objetivo a base de entusiasmo, la tarea se tornó casi titánica y refleja lo mucho que queda por avanzar en este tema. Afortunadamente, en aquel momento la buena voluntad de los trabajadores de los Centros Turísticos facilitó las cosas. Acceder a los Jameos del Agua por el montacargas de la cocina fue una de las soluciones improvisadas sobre la marcha para que no tuviera que quedarse en la puerta. Sólo pudo llegar hasta la parte superior, pero tomar un refresco en el bar con vistas al lago de los cangrejos ciegos, aunque la distancia le impidiera verlos, fue suficiente aliciente. Y más aún lo fue que en Timanfaya, y al ver que era imposible subir a una de las guaguas que transportan a los turistas, un trabajador autorizara hacer el recorrido en un vehículo particular, e incluso se prestara a conducirlo él mismo, haciendo un viaje aún más especial por la magia del fuego de los volcanes.

Sin duda, una experiencia inolvidable que, además, demuestra que hay cosas que sí están al alcance de la mano y se pueden solventar. Y al igual que en los Centros Turísticos, en muchísimos otros lugares que siguen sin estar adaptados para que pueda acceder a ellos una persona con discapacidad. Los casos más sangrantes, sin duda, son los de las propias administraciones públicas, ya que incluso muchos ayuntamientos resultan inaccesibles y dan la bienvenida con una escalera insalvable.

Pero los ejemplos son más, muchos más de los que uno puede imaginar cuando sus dos piernas le responden y son capaces de llevarle donde quiera. Entrar aun restaurante, por ejemplo. O pasar a un baño no adaptado. Acceder a la playa. Hasta desplazarse por la calle en una acera repleta de obstáculos en forma de baches.

Todos estos ejemplos constituyen una realidad en la que habitualmente no reparamos. Aunque algunos de estos casos, también afectan directamente a los padres que sacan a pasear a sus bebés en cochecitos o silletas, y que muchas veces se enfrentan a un camino más que complicado.

Por ellos, por los que afrontan la vida con la dificultad añadida de no poder caminar o, al menos, por todos los demás, que tarde o temprano pueden encontrarse en esta situación o tener a alguien cercano sufriéndola, deberíamos tomarnos más en serio este tema. Evidentemente, hay limitaciones que nunca se van a poder superar del todo, pero si un discapacitado puede traerse cuatro o cinco oros olímpicos (o paraolímpicos) de Pekín, cómo no va a poder entrar a una cafetería, hacer un trámite en el ayuntamiento o disfrutar de un aperitivo en una gruta mágica tocada por la lava de los volcanes y por César Manrique.

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