Perder las formas...hasta el final

Por Mercedes Morales Un concejal o cualquier cargo electo por la ciudadanía se debe, al fin y al cabo a ésta, a los ciudadanos, a quienes decidieron en su día auparlo hasta la administración pública para que gestione los intereses de todos, incluso de ...

15 de febrero de 2012 (12:02 CET)
Por Mercedes Morales
Un concejal o cualquier cargo electo por la ciudadanía se debe, al fin y al cabo a ésta, a los ciudadanos, a quienes decidieron en su día auparlo hasta la administración pública para que gestione los intereses de todos, incluso de ...

Un concejal o cualquier cargo electo por la ciudadanía se debe, al fin y al cabo a ésta, a los ciudadanos, a quienes decidieron en su día auparlo hasta la administración pública para que gestione los intereses de todos, incluso de aquellos que optaron por otra fuerza política en su legítimo derecho, por cierto algo que parece se olvida con demasiada frecuencia.

A un cargo público se le deben exigir muchos requisitos. Tantos que si les hiciéramos pasar una prueba antes de las elecciones, muchos de ellos no pasarían a la última fase, la de enfrentarse a los ciudadanos. Pero en fin, si de algo estoy convencida es que un cargo público no puede, no debe nunca, faltar al respeto a un ciudadano o ciudadana, cualquiera que sea la condición de éste. Y de eso me quejo simple y llanamente.

El concejal de Festejos del Ayuntamiento de Teguise me faltó al respeto que, como ciudadana me merezco. Me faltó al respeto también como presidenta de una agrupación, cargo del que he dimitido hace tan sólo unas horas. Y cuando digo faltarme al respeto lo debería señalar en mayúsculas y quizá subrayarlo, porque el señor concejal, enfurecido por los nervios, por la falta de experiencia y, desde luego, por la mala educación, no sólo me gritó, sino que se atrevió y llegó a zarandearme por el brazo, como si de un animalito al que quiere domesticar se tratara.

Esperaba unas disculpas inmediatas. Pero no. El orgullo, que todo lo puede, anidó en este personaje, que ni siquiera se dignó a disculparse. Un simple "lo siento" o "lo siento mucho" hubiera bastado. Ni en sueños. Lejos de eso, aupado en la soberbia y usando todas las triquiñuelas imaginables trata de dar la vuelta a la tortilla y una situación verdaderamente reprochable, condenable e incómoda para él, como son loes hechos a los que acabo de referirme, me los reprocha a mí.

El cargo público, apoyado por sus compañeros, sale a la palestra a decir que la Murga Las Trompeteras se disculpa antes el concejal. ¿Disculparse? ¿Por qué¿ ¡Los pájaros contra las escopetas! Aquí la zarandeada fui yo, Mercedes Morales. Digan ustedes públicamente lo que quieran, manden cuantos comunicados se les antoje a los medios de comunicación, resten importancia al hecho de que un concejal agarre por el brazo a un ciudadano y le grite. Yo les pregunto. ¿Qué será lo siguiente?¿Nos castigarán en la plaza pública si nos portamos mal, si se nos ocurre criticar la gestión de los concejales?¿No son esos comportamientos más propios de otros tiempos?¿No presumen ustedes de ser una Corporación joven? ¿Son estos los principios de los jóvenes? Yo estoy segura de que no. Lo sé. Ahora les toca a ustedes demostrar que bajo esa capa superflua de cambio que han abanderado hace meses hay un pozo de tolerancia y de respeto. De no ser así, sólo me dejan como ciudadana la posibilidad de lamentar públicamente su conducta. Lamentar que no hayan sido capaces de recapacitar sobre una conducta absolutamente reprochable y, por el contrario, la refuercen y la respalden.

Me quedo sola, pero satisfecha por seguir considerando el respeto a los demás como un principio indispensable que me guía en la vida. Ojalá cunda el ejemplo entre quienes se creen tocados por la varita de los ángeles y no olviden que la única vara que les incumbe es aquella que los ciudadanos tocan cada cuatro años.

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