No somos nadie

Por Luis Pérez Aguado Hubo un tiempo - ayer, sin ir más lejos- en que la ética y el sentido común era la tónica general de los ayuntamientos. La palabra dada iba a misa y, aunque listos los hubo siempre -por lo menos desde que la raza humana está en ...

17 de octubre de 2011 (15:37 CET)
Por Luis Pérez Aguado
Hubo un tiempo - ayer, sin ir más lejos- en que la ética y el sentido común era la tónica general de los ayuntamientos. La palabra dada iba a misa y, aunque listos los hubo siempre -por lo menos desde que la raza humana está en ...

Hubo un tiempo - ayer, sin ir más lejos- en que la ética y el sentido común era la tónica general de los ayuntamientos. La palabra dada iba a misa y, aunque listos los hubo siempre -por lo menos desde que la raza humana está en este mundo- el sentido común impedía que muchos vividores se llenaran los bolsillos de forma descarada. Entonces, si trincaban a algún munícipe en escándalo monetario se le tildaba de delincuente por muy concejal que fuera. Hoy, por el contrario, al mangante vividor que desequilibra los presupuestos generales se le valora por lo espabilado que salió.

Hoy, los partidos políticos, igual que el enterado de turno, utilizan a destajo la institución a la que han ido a servir para servirse de ella. Los ayuntamientos están empezando a dejar de ser prestadores de servicio para convertirse en agencias de colocación para amigos y familiares. Un conocido me contaba, apenado, que había sido rechazada su solicitud a examen para ocupar un puesto de portero en un colegio. Tenía un primo concejal en el ayuntamiento y las normas prohibían que los familiares entraran a formar parte de la plantilla municipal para evitar los tráficos de influencia. Eran otros tiempos, claro.

Hoy son primos lo que más abunda en los ayuntamientos. Primos, cuñadas o hermanos de alguien. Por eso no es nada extraño encontrar en las administraciones públicas personas sin preparación que ocupan puestos de responsabilidad. Lógicamente, luego, el favorecido - y no porque su bonito despacho se lo haya ganado, precisamente, con el sudor de su frente- requerirá un asesor que, a su vez, tendrá la necesidad de ser asesorado por una tercera persona, para que, finalmente, sea el técnico quien termine resolviendo el problema. Así se van unos cuantos sueldos, generalmente, muy abultados, sin rentabilidad para el municipio ni repercusión alguna en el bienestar de los ciudadanos.

Aunque no siempre suceda así, es más que probable que cuando un concejal necesita asesores, posiblemente, es que sobra el concejal. ¿Por qué no se puso, entonces, al asesor en las listas electorales en lugar del concejal que parece que es un inepto? Se entiende que los técnicos municipales son los expertos en las distintas materias y en las correspondientes concejalías. Por tanto, son en ellos en los que se debe apoyar el concejal. No en asesores externos ni en personal de confianza que en muchísimas ocasiones son tan inexpertos como el concejal, lo que demuestra que aquí ha funcionado el amiguismo.

Lo cierto es que, ya sea por la cuota que la formación política le toca asumir y tiene que colocar al que se quedó fuera, ya sea como pago de favores, ya sea por amiguismo, ya sea por la excusa más inverosímil que nos quieran vender, lo cierto, repito, es que quienes pagan los platos rotos son los administrados.

Puestas así las cosas, no es de extrañar que los presupuestos se vayan en pagar al personal que trabaja en él, que es de lo que se vienen quejando ciertos ediles incapaces de la política, que nunca les gustó trabajar, y que han encontrado la excusa perfecta para no hacer nada. Ya me dirán qué hace el personal y cuál su cometido en ese ayuntamiento si el municipio no tiene dinero para arreglar aceras, ejecutar obra alguna o realizar cualquier tipo de gestión. Algo no funciona, me parece a mí.

Son muchos los desmanes económicos que se cometen y que nunca nadie quiere ver. ¿A cuenta de qué viene que estos vip de la política tengan que cobrar por asistir a los plenos o a una comisión si esos cometidos forman parte de las obligaciones inherentes al cargo? Imaginen a cualquier profesional, funcionario, profesor o médico que cobre por cada día que acuda a su trabajo, a dar clase o asistir a una operación. Lo correcto, digo yo, sería descontar por no acudir a lo que forma parte de sus obligaciones y no al contrario. Aquí, me parece, falla algo.

¿A cuenta de qué las dietas de los cargos superiores tienen que ser dobles que las de los demás? Es que acaso "por razón de su cargo" ¿ya no viene acompañado de un llamativo y deslumbrante sueldo y otros muchos conceptos entre ellos gastos de representación que además hay que gratificar su gestión con hoteles de mayor categoría, pasajes en primera y "otros muchos" dispendios? Luego a estos excesos en gastos - otro mejor pensado que yo dirá que lo correcto es llamarle robo- de un dinero que no es suyo, los caníbales de la política se atreven a denominarlo déficit público. No somos nadie.

Confundir la política con la arbitrariedad es un mal muy español que no conseguimos erradicar, probablemente porque las leyes se hicieron para que las cumplan otros. Suceden cosas tan extrañas en este mundo de Dios que si uno no pudiera comprobarlas serían imposibles de creer ¿Cómo es posible que un alcalde, porque las arcas del municipio están en las últimas, tiene potestad - y la desfachatez- para bajar los suelos de los trabajadores y funcionarios de su ayuntamiento con el único objetivo de poder aumentárselo él y sus afines en el gobierno? Estas cosas suceden aquí mismito, pero nadie parece capaz de ponerle el cascabel al gato. Triste.

Habrá que preguntarse por qué todavía no se ha puesto coto a la subida personal e indiscriminada de estos representantes del pueblo y por qué no existe criterio para impedir que lo hagan según sus descarnadas apetencias y libre albedrío.

Partiendo de la base que a mayor responsabilidad y capacidad debe corresponder mayor suelo - cosa que no dudamos que deba ser así- en igual medida -ya que cobra por esa responsabilidad- se le debe exigir y penalizar cuando no cumpla, cometa desmanes o se duerma en los laureles. Pero eso sí, como somos tan españoles y misericordiosos, por aquello de que quien hace la ley?, para valorar quién y hasta dónde llega esa responsabilidad volvemos a dejar el criterio al propio alcalde, que es quien decide las dimensiones que deben tener sus bolsillos.

Me parece a mí, que, visto lo visto, una reestructuración, seria y concienzuda, está haciendo falta.

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