No hay excusa

Aimar tiene 20 meses y ahora es un precioso niño que sonríe continuamente, pero la falta de un diagnóstico médico certero podría haberle costado la vida. En su caso, tardaron cinco meses en detectar que padecía la ...

22 de junio de 2007 (06:42 CET)

Aimar tiene 20 meses y ahora es un precioso niño que sonríe continuamente, pero la falta de un diagnóstico médico certero podría haberle costado la vida. En su caso, tardaron cinco meses en detectar que padecía la ...

Aimar tiene 20 meses y ahora es un precioso niño que sonríe continuamente, pero la falta de un diagnóstico médico certero podría haberle costado la vida. En su caso, tardaron cinco meses en detectar que padecía la enfermedad celiaca. Para David fue aún peor, porque hasta que cumplió los dos años e ingresó "medio muerto" en el Hospital, nadie pudo decirle a su madre por qué su niño estaba perdiendo peso hasta el punto de dejar de caminar. De haber tardado aún más en conocer el diagnóstico, las consecuencias podrían haber sido irreversibles.

A Jesús Fuentes se le manifestó la enfermedad más tarde, pero no le dijeron que era celiaco hasta que tuvo 19 años, y consumir durante todo ese tiempo alimentos con gluten (una proteína que se encuentra en la semilla de cereales como el trigo o el centeno) le causó un principio de colon irritable e intolerancia a la lactosa. En otros casos puede llegar a ser peor y hasta se puede desarrollar un linfoma intestinal.

Sin embargo, y aunque uno de cada cien niños padece esta enfermedad, muchos médicos no saben ni tratarla ni detectarla. Y eso sí es verdaderamente grave.

Quizá no se puede pretender que un doctor sepa de todo y sea infalible, pero a lo que sí se puede aspirar es a que un pediatra no mande a un niño para su casa con vómitos, diarreas y sin prácticamente poder probar bocado durante semanas diciendo que no tiene nada. Al menos debería tomarse la molestia de hacer todas las pruebas posibles o incluso consultar con otro especialista en caso de ser necesario. Sin duda, como en todos los gremios, entre los sanitarios hay profesionales excelentes, pero también hay algunos que en ocasiones no terminan de asumir que lo que tienen entre manos es la vida de las personas.

Hace un tiempo, un pediatra decía en un debate televisivo que un médico se puede equivocar, "igual que a un ama de casa se le quema el potaje alguna vez". Y ahí está el problema: en que en los hospitales no se trata con garbanzos ni con lentejas, sino con personas. Y uno se puede relajar cocinando, sirviendo un café, reparando una tubería o incluso haciendo un balance de cuentas, pero no puede bajar la guardia ante un paciente o mientras conduce una guagua. Afortunadamente, seguro que la mayoría de médicos lo tiene claro y actúa en consecuencia, pero no siempre es así. Y encontrase con un profesional que no dé la suficiente importancia al paciente que tiene delante puede tener consecuencias muy graves.

En cualquier caso, el principal problema no radica solo en esos médicos, sino en el propio sistema sanitario. Las listas de espera, las interminables colas en urgencias y la saturación de trabajo que soportan la mayoría de los profesionales contribuye a que los ciudadanos no reciban la atención debida.

En lugar de insistir en que faltan médicos, la Administración debería llevar ya muchos años incentivando a los profesionales con los que cuenta y evitando que muchos de ellos se marchen al extranjero en busca de mejores condiciones no sólo económicas, sino también laborales. Debería dedicar esfuerzos al reciclaje de los profesionales contratados, con continuos cursos de formación para ir ampliando conocimientos y adaptándose a los nuevos avances. Debería evaluar cada cierto tiempo su trabajo.

En definitiva, se debería tomar la sanidad como algo mucho más serio, porque al igual que en el caso de la enfermedad celiaca, hay muchas otras patologías que pueden llegar a ser fatales si no se detectan a tiempo y se tratan correctamente. Y cuando se tiene entre manos la salud y la vida de una persona, no debería haber excusas que valgan. Al menos, no para hacer todo lo que esté en las manos de cada médico y, sobre todo, en las manos del Estado y del Gobierno de cada comunidad autónoma que, sin duda, podrían hacer infinitamente más de lo que hacen.

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