Llevaban años yendo a la misma roca. Pasaban horas en silencio que parecían días. La mirada de su padre, fija en el horizonte, a veces le intimidaba, llegaba incluso a preguntarse a sí mismo si realmente conocía a aquel señor con bigotes. Desde siempre había querido ir a donde iba papá y eso ponía celosa a la pequeña Victoria, pero a él le daba igual. Lanzaba la caña y esperaba. Observaba a su padre y luego al horizonte queriendo buscar ese punto, ese lugar donde su maestro tenía los ojos puestos.
El cubo color azul y agua ocre nunca había sido testigo de su escaso olfato depredador. Tenía la costumbre de sacar el anzuelo de los peces de papá con sumo cuidado como si su tímida adolescencia no quisiera dañar ni un ápice a ninguna de las criaturas del señor.
Pero aquella no era una mañana normal. Lo de anoche aun le rondaba la cabeza «¿qué significaba todo eso? ¿Qué iba a pasar a partir de ahora?» Siempre había sido un niño silencioso, pero aturdido, esa mañana, aun lo era más, temiendo que su padre pudiera averiguarlo. «Seguro que se me nota en la cara. ¿A quien quiero engañar? ¿No seria mejor decirlo y acabar con todo?»
- Aguántame aquí la caña, Julián, ¿qué te pasa hombre? ¿te aburres? no te desesperes....jajaja, recuerda que la paciencia es la madre de la ciencia....jajaja
«¿Ahora?...¿sería un buen momento contarlo ahora?...parece que está de buen humor...mmmm...no, creo que no...¿y si se enfada? ¿y si me castiga o me pega? ¿y si jamás quiere volver a ser mi padre? ...no puedo. ¿Qué pasaría si no dijera nada?...no, seguro que se me nota... lo mejor será que lo confiese y asuma mi responsabilidad como hijo. Pero, no entiendo...¿qué hay de malo?...Si, ya sé, todos lo dicen, pero ¿por qué?...al fin y al cabo yo no hice ningún daño a nadie...además fue una casualidad...casi ni me di cuenta, ni siquiera lo busqué, no se como ocurrió...estaba en mi cama, desnudo, las sabanas limpias olían tan bien, pensaba en ella, esa mujer de la tienda...y cuando menos lo esperaba ocurrió...juro que no sé como pasó, lo juro, yo también me asusté. No supe que hacer y me quedé así, quieto, cerré los ojos queriendo negarlo todo y soñar rápidamente.
Esta mañana parecía todo normal pero sé que no es así. Yo sé que ocurrió y que soy culpable... Dios mío, ¿qué he hecho?...No aguanto más, quiero el perdón, yo no soy malo» El suave movimiento de la punta de la caña chica es indicio de que hay una presa al otro lado de la tanza, incluso para el reojo de alguien que tiene su mirada en el infinito. Con gran alegría, el viejo pescador se gira hacia su pequeño mientras piensa que por fin su hijo se desvirgó ante la mar.
Pero antes de que pueda articular palabra observa que su mocoso ya le esta mirando, ante su sorpresa, con la nariz hinchada y un torrente de lágrimas silenciosas en la cara.
La perplejidad del buen padre le impide preguntar que pasa hasta que el pequeño tartamudeando, temblando y con voz muy bajita le dice: Perdóneme Padre: he pescado.
David Sergio