Con frecuencia reciben ataques por su servicio, pero lo cierto es que Lanzarote esperaba como el agua de mayo la llegada de las compañías aéreas de bajo coste, y por fin están aquí. Una buena noticia para el sector ...
Con frecuencia reciben ataques por su servicio, pero lo cierto es que Lanzarote esperaba como el agua de mayo la llegada de las compañías aéreas de bajo coste, y por fin están aquí. Una buena noticia para el sector turístico, que en general no cree en los tópicos de que este tipo de aviones traigan turistas de bajo poder adquisitivo, pero también para los vecinos de la isla, que por fin tendrán más facilidades para cruzar el mar en busca de vacaciones, trámites o negocios.
Poder viajar a Madrid por menos de 40 euros ida y vuelta (y hasta por 20 euros si se consigue una oferta especial) resulta algo casi incomprensible, sobre todo cuando uno compara que puede llegar a gastar más en un taxi hasta el aeropuerto que en el vuelo en sí mismo.
Y se puede pensar que por ese precio, uno se arriesga a que le lleven a la Península cual sardina en lata, a que le obliguen a jugar al juego de las sillas (también conocido como overbooking), con el consabido riesgo de quedarse en tierra porque otro pasajero ha ocupado su asiento, o a que las maletas acaben en el Risco de Famara o en la cordillera andina, por decir algo. Pero lo peculiar es que eso, ya estaba pasando con las compañía tradicionales.
Independientemente de que uno haya pagado por su billete 50 euros o 300, cuando llega al aeropuerto debe armarse de paciencia y rezar o cruzar los dedos, según las preferencias de cada cual, para que su vuelo salga en el horario previsto, para que el avión no esté aún completando otra ruta o deba ser sometido a una reparación de última hora y para que él y sus maletas lleguen juntos al mismo destino. Y si ya se pretende coger a una conexión con otro vuelo en el aeropuerto de destino y que no surja ninguna complicación, ahí sí es necesario un verdadero ejercicio de fe y encomendarse a todos los santos.
Por eso, sorprenden las críticas que a veces se escuchan contra las compañías de bajo coste o contra las que ofrecen precios inferiores a la media. Porque desde hace tiempo, todas las empresas de transporte aéreo han venido rebajando la calidad de su servicio y sus prestaciones. Por un lado en lo más nimio y evidente, como la supresión de la comida a bordo del avión (que ahora ha pasado a ser de pago y a precio de un cinco tenedores, con la desventaja de que cuando uno está en el aire no tiene muchas opciones para cambiar de restaurante). Y por otro en lo más importante, como el intentar exprimir los aviones como si de limones se tratara, programando vuelos con un margen mínimo entre uno y otro, lo que no sólo fomenta una escala de retrasos, sino que hace descender la escala óptima de seguridad con la que deberían operar.
Obviamente, el bajo coste no va a venir a mejorar el servicio, pero al menos lo ofrecerá por menos dinero. Y eso no significa que los que opten por estas compañías sean especialmente agarrados y que por tanto sea poco atractivos como potenciales turistas. De hecho, y según coinciden en señalar muchos empresarios del sector, incluso pueden llegar a dejar en el destino el dinero que han ahorrado en los billetes. Porque hasta ahora, uno de los principales handicaps de Lanzarote como destino turístico era el elevado gasto en desplazamiento que suponía elegir esta isla.
Y es que especialmente en temporada alta, viajar desde la Península hasta la isla podía resultar sensiblemente más caro que a muchos destinos europeos o incluso del norte de África, y con un servicio igual o peor.
Por eso, y mientras el Estado no se decida a regular este mercado, a elevar las exigencias de calidad y seguridad y a velar por su cumplimiento e incluso a regular una escala de precios que no fluctúe como la bolsa según el día en el que uno quiera comprar un billete para el mismo avión, al menos quedará el consuelo de que lo que no es bueno, por lo menos, salga barato.