LA VIOLENCIA

"Cuando pasé por tu casa, "¿quién vive?" al verme gritaste,solo con la mala idea de, si aún vivía, matarme". Augusto Ferrán. Atracos, racismo, injusticias, xenofobia, violaciones no son ...

23 de mayo de 2006 (03:08 CET)

"Cuando pasé por tu casa,

"¿quién vive?" al verme gritaste,

solo con la mala idea

de, si aún vivía, matarme".

Augusto Ferrán.

Atracos, racismo, injusticias, xenofobia, violaciones no son cosas nuevas, la historia de la humanidad está plagada de ellas, pero ahora ha surgido un tipo de agresividad más solapada e inquietante que no está al servicio de nada, o mejor dicho, solo está al servicio del dinero. Y es que la violencia "vende": ejerce la extraña fascinación del morbo. Basta que se anuncie que "las imágenes que van a ver pueden herir la sensibilidad de algunas personas" para alentar y reunir a la gente para su contemplación, y sin ningún escrúpulo despojarse de su escasa sensibilidad.

La violencia nunca es buena ni puede justificarse, no hay que olvidar que implica siempre sufrimiento y destrucción, aunque su diaria contemplación nos lleve a verla como algo normal. No es un tópico que la violencia engendra violencia: el ser que se considera en peligro (real o supuesto) se pone en actitud defensiva dispuesto a atacar.

La violencia es un problema que nos concierne a todos y, en especial, a los padres ya que uno de los deberes en cuanto a tales es enseñar a los hijos que ésta va esencialmente en contra del hombre. Pero, la cuestión es: ¿cómo instar a los niños a que se comporten pacíficamente cuando todo les habla de violencia? La respuesta está en la educación de su sentido de la responsabilidad, de la libertad, de la solidaridad, y enseñarles a autodisciplinar sus impulsos.

Para no caer en la agresividad que nos invade hemos de aportar o de eliminar de nuestra vida cotidiana algunas cosas pequeñas, que proporcionen a todos más serenidad.

Hay que acostumbrar a los hijos desde que son pequeños, a hablar con sus padres: la conversación civilizada es el mejor disolvente de las tensiones y ansiedades que generan agresividad.

A los niños hay que dejarles jugar. El juego es una necesidad que ayuda a los niños a reequilibrar su psiquismo y a dominar los hechos que les perturban. Cuando castiga y golpea a los muñecos, el pequeño descarga sus tensiones. Y la agresividad que libera sobre sus juguetes será siempre la que no vuelva contra sus padres, hermanos y amigos.

El deporte es un medio maravilloso para luchar contra las tendencias violentas y también una escuela de autodisciplina. Algunos tipos de música, especialmente clásica, tienen un enorme poder calmante y ayudan a la percepción y compresión del orden universal. Por el contrario, no hay más remedio que enseñarles a controlar los ruidos, a ser conscientes de ellos, para que no se hagan daños a sí mismos ni a los demás. Finalmente, hay que señalar que a medida que los niños crecen es preciso ir aumentando las responsabilidades que les confiamos, porque así se sientan útiles. Una persona no puede sentirse realmente integrada en la sociedad donde vive, si no se siente responsable de ella.

Todos somos responsables de la violencia de los niños. Este es un problema de la sociedad entera. La violencia daña la libertad, ésta es la peor de sus consecuencias. Porque quien la ejerce se burla de la libertad de los demás. En cuanto a los educadores la tarea es inmensa. Enseñar al niño a controlar su agresividad es darle el sentido de la verdadera libertad y hacerle más responsable en cuanto ciudadano que habita este planeta. Y como dijo el poeta: "No hagas daño, compañero / ni a los que daño te hicieren, / porque aquel que a hierro mata / casi siempre a hierro muere".

Francisco Arias Solis

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