La verbena de las navajas

Un joven con un cuchillo, por grande que sea éste, no puede conseguir por sí solo que se suspenda una verbena. Pero es difícil juzgar desde fuera y en la distancia las medidas que se adoptaron en la madrugada del pasado ...

3 de agosto de 2007 (05:15 CET)

Un joven con un cuchillo, por grande que sea éste, no puede conseguir por sí solo que se suspenda una verbena. Pero es difícil juzgar desde fuera y en la distancia las medidas que se adoptaron en la madrugada del pasado ...

Un joven con un cuchillo, por grande que sea éste, no puede conseguir por sí solo que se suspenda una verbena. Pero es difícil juzgar desde fuera y en la distancia las medidas que se adoptaron en la madrugada del pasado sábado en las fiestas de Arrieta. La tradicional tranquilidad del lugar quedó muy lejos cuando más de tres mil personas se desplazaron desde otros puntos de la isla para disfrutar de una noche de diversión. Y en medio de versiones contradictorias, lo único que está claro es que la presencia policial resultó insuficiente, porque de lo contrario hubiera sido más sencillo controlar los altercados.

Mientras desde la Guardia Civil restan importancia a los hechos, la concejal de Policía de Haría habla de varios focos de peleas, de jóvenes empuñando cristales de botellas y, ya por último, de ese cuchillo de grandes dimensiones que terminó con la detención de su portador, y también con la verbena.

Ahora, muchos vecinos lamentan que se tomara esa medida, sobre todo considerando que la cosa no pasó a mayores y no hay heridos que lamentar, más allá de algunas magulladuras. Pero si se hubiera permitido continuar la fiesta, quizá ahora se estuviera planteando todo lo contrario. Si realmente los altercados se hubieran saldado con alguna tragedia, muchos estarían ahora poniendo el grito en el cielo por no haber frenado la situación a tiempo.

Por eso, y con el conflicto ya en marcha, lo cierto es que siempre es mejor pecar de prudente, pero eso también debe servir como lección para el futuro. Porque lo sucedido en Arrieta es sólo un eslabón más de una cadena que va en aumento. El sábado anterior, un conflicto similar se vivía en Puerto del Carmen, con una reyerta entre dos grupos. Y cinco días después y en el mismo escenario, los hechos sí cobraban un carácter trágico con la muerte de un joven irlandés de 18 años que fallecía en medio de una pelea, aunque según la autopsia su muerte no se debió a los golpes, sino a un paro cardíaco.

Evidentemente, la noche, el alcohol y en algunos casos hasta las drogas siempre han sido fuente de conflictos y lo seguirán siendo, pero lo que está claro es que los altercados que suelen acompañar a los tumultos nocturnos se han ido agravando en la isla hasta un punto que obliga a tomar medidas. Porque por más que la precaución deba imperar, y lo esencial sea garantizar la seguridad, a lo que tampoco hay derecho es a que el comportamiento incivilizado y hasta salvaje de algunos deje al resto sin fiestas.

Por eso, y con las festividades que aún están pendientes de celebrarse en Lanzarote, se hace urgente tomar medidas para evitar que escenas como éstas se repitan. Impedir los conflictos nocturnos es imposible, pero no lo es controlarlos. Y si las fiestas de los pueblos ya no son lo que eran, y donde antes se juntaban unas decenas o cientos de vecinos, ahora se dan cita miles de personas de toda la isla, las medidas de seguridad también deben adaptarse.

Lo que no se puede hacer es esperar a que la tormenta estalle para abrir los paraguas. Si la actual realidad de la isla obliga a aumentar la presencia policial, habrá que hacerlo y planificarlo, y no pensar que con unos agentes de la policía local basta para controlar a más de 3.000 personas en el caso de Arrieta, y muchas más en el de otras localidades que también celebran o van a celebrar sus fiestas patronales.

Los ejemplos sobre la mesa empiezan a ser demasiados y, ni se puede consentir que los vecinos vean interrumpidas sus verbenas antes de tiempo, porque no es justo para los que buscan una diversión sana, ni mucho menos se puede permanecer impasible mientras las crónicas festivas corren riesgo de convertirse en crónicas negras.

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