La pesada cruz del BIC

Los domingos ya no son lo que eran. La gente no se pone sus mejores galas para acudir puntual a su cita con la misa dominical. Muchos ni siquiera la pisan las parroquias, y se declaran públicamente como ateos, agnósticos o, ...

30 de abril de 2008 (08:30 CET)

Los domingos ya no son lo que eran. La gente no se pone sus mejores galas para acudir puntual a su cita con la misa dominical. Muchos ni siquiera la pisan las parroquias, y se declaran públicamente como ateos, agnósticos o, ...

Los domingos ya no son lo que eran. La gente no se pone sus mejores galas para acudir puntual a su cita con la misa dominical. Muchos ni siquiera la pisan las parroquias, y se declaran públicamente como ateos, agnósticos o, cuanto menos, católicos no practicantes. Sin embargo, ni el Charco de San Ginés y su entorno, ni San Bartolomé, sin ir más lejos, serían lo mismo sin su iglesia. Igual que no se entendería Paris sin Nôtre-Dame, Barcelona sin la Sagrada Familia de Gaudí o incluso Córdoba sin su Mezquita. Y es que guste o no, la arquitectura religiosa y el arte que encierran esos templos forma parte de la historia y constituye un patrimonio al que no se debería renunciar.

Sin embargo, en muchas ocasiones se ve cómo esos edificios y lo que encierran se van deteriorando sin que se ponga remedio a tiempo. Es el caso de la Iglesia de San Bartolomé, que lleva cuatro años cerrada y repleta de andamios a la espera de que el clero y las instituciones llegaran a un acuerdo para acometer las reformas necesarias. Y aunque es más sangrante, no es el único ejemplo en Lanzarote, donde incluso la Iglesia de San Marcial de Rubicón sufre su propio vía crucis en forma de humedades.

Ante estos temas, hay quienes piensan que es la estructura eclesiástica la que debería hacerse cargo de su patrimonio, apelando a que tiene dinero suficiente para ello y que, en todo caso, los lugares de culto deben ser mantenidos por la Iglesia y por sus fieles.

Un argumento que no deja de ser razonable, ya que en muchos casos se echa de menos más implicación del clero con lo que en definitiva es una propiedad privada, y por tanto la Iglesia debería destinar partidas económicas específicas para su conservación.

Sin embargo, tampoco hay que perder de vista que muchos de los edificios religiosos han sido declarados Bienes de Interés Cultural, y por lo tanto afectan a todos y cada uno de los que transitan junto a ellos. Si algo se declara BIC, es porque se considera que aporta un valor a la localidad, y ahí sí deberían entrar las instituciones. Porque si se pretende proteger algo, es necesario aportar ayudas económicas.

Y es que lo que no puede ser es que ese tipo de declaraciones sean sólo un calvario administrativo que complique cualquier obra o reforma, pero que no conlleve un apoyo decidido del Estado, de la Comunidad Autónoma, del Cabildo o del ayuntamiento implicado. Porque al final, la protección de un bien, en muchos casos, se convierte en el mejor camino hacia su destrucción.

Papeleos, trámites, permisos y, en definitiva, laberintos burocráticos para mover cualquier piedra, pero ninguna contrapartida para ayudar a su conservación. Y eso es tan aplicable a los bienes de la Iglesia como a los edificios de particulares que se enfrentan al mismo problema. La obligación de mantener una estructura, de no poder demolerla, de no tener derecho a reformarla sin permisos, ni a hacer ninguna obra que altere su estructura o su diseño, pero a la vez la impotencia de no recibir ayuda para su mantenimiento.

Y si eso es grave en la propiedad privada, también lo es en el caso de los bienes religiosos porque en definitiva, y aunque en España y en particular en Lanzarote ha ido descendiendo el número de fieles que acuden a las Iglesias, lo cierto es que sigue habiendo personas que sí visitan esos templos, que sí acuden a los actos religiosos, que entran cualquier día entre semana para pasar un rato más cerca de su fe. Personas que pagan sus impuestos y tienen derecho a marcar su casilla para que parte del dinero que entregan al Estado se invierta en algo que consideran importante. E incluso, también hay personas que entran llamados simplemente por inquietud artística o cultural, y turistas que visitan nuestro país, entre otras cosas, por ese legado de historia. Y conservarlo es cosa de la Iglesia, sin duda. Pero también de las instituciones, que no pueden declarar su interés cultural para luego darle la espalda, abandonándole con su cruz.

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