La lectura y sus carencias

Se atribuye a una conspicua asidua de las páginas del corazón y otros chismes populares, ex spice girl ella y ciertamente vinculada al mundo balompédico por vía del sacramento matrimonial, la afirmación de no haber leído un libro ...

2 de enero de 2006 (13:31 CET)

Se atribuye a una conspicua asidua de las páginas del corazón y otros chismes populares, ex spice girl ella y ciertamente vinculada al mundo balompédico por vía del sacramento matrimonial, la afirmación de no haber leído un libro en su vida. En una palabra, que la lectura no era para nada su fuerte. Con las referencias que se tienen del personaje, al que sus compatriotas confieren la condición de posh y por estas tierras su equivalente de pija, no es que no haya leído nada en su vida. Ni tan siquiera lo habrá hecho en bajada. Aunque, pensándolo bien, algo habrá

tenido que leer, aunque solo fuese un lánguido y desganado vistazo esporádico a las revistas de moda de alto "standing", o incluso a los resúmenes bancarios de sus machacadas tarjetas oro.

Pero lo malo de todo lo expuesto es que el ejemplo de Victoria -que así se llama nuestra heroína, auto definida como iletrada- en lo tocante a la lectura tiene un sinfín de epígonos por todo lo ancho y largo del planeta, siendo precisamente nuestro país de los que ocupan un lugar señero en la clasificación. Decía el filósofo que lo malo no es ser ignorante, cosa que, al fin y al cabo, tiene remedio. Lo malo está en ser necio y encima regodearse en ello.

En lo tocante a la cultura, su síndrome carencial se da en casi todos los estamentos sociales, con no poca incidencia en el de la política. Si hemos de juzgar por los resultados de las encuestas entre estudiantes de diversos

grados y los lugares que acaban ocupando en listados comparativos internacionales, o en las actuaciones de los políticos y sus reseñas en lo diversos medios, no enfrentamos a un panorama de aculturación de mas que regular cuantía,francamente preocupante. Pero la pregunta que surge al instante es ¿Quién le va a poner el cascabel al gato en esto de mejorar los niveles culturales de la nación? ¿Acaso los varios planes de estudios que se

han sacado de la manga a lo largo de la época democrática? No parecen ir por ahí los tiros.

Cualquier librería de cierta relevancia tiene sus anaqueles y expositores abarrotados de nuevas y atractivas publicaciones sobre los más diversos temas y materias. Hay para todos los gustos y cada vez podemos ver a mas

personas curioseando con interés entre los cientos de ejemplares expuestos. Este es un buen síntoma, pero los niveles de lectura siguen siendo bastante mejorables.

Posiblemente contribuya a la poca afición el hecho de que los precios de los libros están siendo prohibitivos para un importante estamento de la sociedad. Incluso en sus ediciones baratas -las llamadas de bolsillo-.

En la Edad Media, los libros, trabajosamente copiados a mano e iluminados por pacientes frailes -hasta que Guttemberg los rescató de tan ardua tarea- eran considerados auténticos tesoros y se llegaron a pagar sumas

sustanciales por la posesión de uno de ellos. No siempre han servido los libros para el loable fin para el que fueron creados. En no pocas ocasiones, como dice Aldous Huxley, se han convertido en el instrumento más eficaz del

dominio del Estado confines perversos, cuando no eficaz herramienta de los propósitos del absolutismo o del totalitarismo de turno. Pero también han servido y sirven para preservar y transmitir los más altos exponentes del

pensamiento y la ciencia humanos.

Se debe procurar leer, siempre que haya ocasión para ello; pero, al mismo tiempo, se debe ser crítico con aquello que caiga en nuestras manos, que también el lo de la lectura, no todo el monte es orégano.

J. Lavín

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