LA HERIDA DEL ABORTO

por VÍCTOR CORCOBA HERRERO Estoy triste. Me produce una inmensa tristeza pensar que la vida nos habla mientras nosotros apenas la escuchamos. Parece que estamos poseídos por la enfermedad del ...

2 de diciembre de 2005 (21:04 CET)

por VÍCTOR CORCOBA HERRERO

Estoy triste. Me produce una inmensa tristeza pensar que la vida nos habla mientras nosotros apenas la escuchamos. Parece que estamos poseídos por la enfermedad del espíritu. Todos somos culpables, si que es cierto que unos en mayor medida que otros, de que cada día dejemos que aborten doscientas treinta mujeres en nuestro país, como si nada ocurriese y nada fuese con nosotros. Se nos ha ido la conciencia y nos ha venido la furia. Lo de extirpar seres humanos que comienzan a vivir se ha vuelto normal, a juzgar por la crecida de abortistas, y hasta permisible en el idioma general de sensaciones.

En la decisión de acabar con el niño aún no nacido, pero que ya vive, todos somos en esta familia de verbos, todavía incapaces de conjugar el amor, cada día más inhumana y menos humana, más deshumanizada que humanizada, un poco culpables y un mucho cooperantes. El resultado de este creciente número de abortos es consecuencia del ambiente corrupto generado desde todos los poderes que suele adoctrinar en la mentira, avivando la difusión de una mentalidad de permisivismo sexual y de menosprecio de la maternidad sin precedentes en nuestra historia de vida.

El desorden moral nos ha quitado el juicio. Dicen que la explosión de defunciones por abortos en nuestro país se dispara, que algunas repiten la experiencia de abortar, o sea de matar, en vez de dar vida. Esto es algo inaceptable, propio de animales en estado irracional. Es la factura de una educación que deforma y no forma, que reafirma inaptitudes y firma despropósitos, obviando que el respeto a la vida humana se impone desde que comienza el proceso de la fecundación del óvulo. En este preciso instante, como un soplo creador de la creatividad artística, queda inaugurada una vida para ser vivida, que no es ni la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser humano que tiene su singular llama y que hemos de proteger de todo viento mortecino.

Estas cuestiones deberían ser tratadas con total transparencia en lo foros de la cultura, por aquello de cultivar para humanizar y contrarrestar la publicidad sexista que nos meten por los ojos. También en los centros educativos, porque la educación ha de aspirar a convertir a la persona en un ciudadano capaz de plantarle cara a quien intente gobernarle con mensajes y propuestas que el corazón no aguanta, como es actualmente el modismo del sexo, un pañuelo de usar y tirar donde el bordado del amor no ha germinado. Para que disminuyan los abortos hace falta abrir la puerta del corazón y recorrer la senda de la entrega a la poesía, el cerrojo del alma, con estilo de buen fondo y mejores formas, o sea, sin trivializar la vida sexual, raíz de las frecuentes crisis matrimoniales y tronco de los crecientes abortos. Con estas posturas necias y composturas de tormentosos salvajes, el árbol de la vida no puede estar más podrido en este mundo sembrador de heladas que impide brotar a las flores. Qué difícil va a ser sobrevivir así.

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