Entre mediados de los años treinta y finales de los cincuenta, cincuenta mil canarios emigraron hacia América Latina. Un repunte, en aquellos años de guerra y posguerra, de miseria y hambre, en la historia de un pueblo de emigrantes. El movimiento de gentes es tan viejo como la historia, y es tan nuestro, tan canario, como el gofio y la folía. Ninguno de los que aquí vivimos salimos, como la lava, de las entrañas del volcán. Todos los canarios y canarias somos descendientes de inmigrantes que llegaron a las Islas en algún momento, bien desde Europa, desde la Normandía de Bethencourt, la Castilla de los Herrera, Portugal o Italia; o bien desde África, como nuestros aborígenes, los esclavos negros o los repobladores berberiscos de los siglos XV y XVI. De la misma manera, raro es el canario o canaria que ha vivido ajeno al fenómeno de la emigración, principalmente hacia América Latina, pero también hacia otras colonias españolas en África o algunos países europeos. Todos hemos oído hablar de un bisabuelo en Cuba, un tío en Venezuela o un pariente que pasó por el Sáhara Occidental. Y es que aunque llevemos más de una década recibiendo inmigración irregular hemos sido emigrantes durante quinientos años.
Sirva esta entrada para recordar lo que hemos sido, de lo que resulta lo que hoy somos. Valga esta entrada para desterrar el racismo y la xenofobia del ámbito de la canariedad, porque un término está en las antípodas del otro. Son como el pelete y el tiempo sur, como la calma chicha y el reboso: incompatibles. Sirva para advertir que en todos lados hay burros, también aquí, y por mucho que reivindiquen su canariedad, ya sea con ‘c' o con ‘k', no dejarán de serlo, y por ello no es raro que de vez en cuando suelten rebuznos y hasta coces.
Lo que los burros rebuznen a mi, personalmente, no me interesa. Me preocupa tanto que "Canarias se esté llenando de negros" como que se llene de aficionados al Unión Sur Yaiza o a la música electrónica. No seré tan ingrato con un pueblo mestizo como el mío como para afiliarme al racismo. Y es que el problema ahora mismo es otro.
El problema esta en que el continente que tenemos a cien kilómetros, al que pertenecemos geográficamente, se desespera de hambre, violencia y sequías, a pesar de lo difícil que pudiera resultar desesperar a África, donde un proverbio nativo asegura que "la paciencia es capaz de cocer una piedra"; tras siglos de explotación y olvido la piedra está más que cocida y no hay inmigrante que no aluda a la responsabilidad de una Europa colonizadora e injusta que debe pagar los desastres ocasionados en África. El problema está también en la fuga de los elementos más valiosos de las sociedades africanas, aquellos que podrían empujarlas hacia el cambio, la emigración masiva de los más jóvenes y preparados ciudadanos de países como Senegal o Malí, que ven como sus cerebros se exilian, haciendo imposible el desarrollo. El problema lo tenemos, a este otro lado del "charco", en la objetiva incapacidad de Canarias para convertirse en el campo de refugiados de toda el África subsahariana occidental, sobretodo si no se nos dota de recursos y no se aplica la necesaria solidaridad con las Islas, como han demostrado las imágenes de hacinamiento en los centros de retención de los últimos días. Finalmente, el problema está, sobretodo, en el Atlántico, en ese inmenso cementerio acuático en que se ha convertido el estrecho de mar que separa a las islas del continente. Me inquieta bien poco lo que cualquier racista, por medios que tenga a su alcance, diga sobre los negros -lo de subsahariano me parece absurdo: los eufemismos se usan para sustituir palabras malsonantes u ofensivas, y no hay nada mejor, incluso contra el melanoma, que ser negro-, pero me preocupa cada negro que vea truncada su vida, y con ella sus esperazas de futuro, en un viaje hacia la dignidad humana.
Eso a lo que los periodistas han llamado "la crisis de los cayucos" es el asunto más importante con que nos hemos topado en las últimas décadas. Y lo es, reitero, por el terrible drama humano que supone. Sin embargo, nuestros políticos se van por las ramas y se dedican a tirarse los trastos a la cabeza.
Que al grueso de la clase política canaria se le ha pasado la fecha de caducidad es un hecho que se ve desde lejos, fundamentalmente, en el divorcio absoluto entre el ciudadano de a pié y los principales grupos rectores de la vida pública. Los políticos canarios -toda generalización lleva su carga de injusticia- aburren o indignan por pasados, por pesados, porque ni ellos se creen lo que dicen, y porque suelen representar intereses que rara vez son los del electorado. Se nota en el día a día de las Islas, en las infraestructuras sanitarias y educativas, en la desidia cultural, en la enorme cantidad de isleños, y sobretodo isleñas, bajo el umbral de la pobreza o en la continua destrucción del medio y el territorio. Pero son los grandes asuntos, como el que nos ocupa de la inmigración, los que demuestran la falta de altura, el enanismo crónico de la actual clase política canaria. Ellos están bien para hablar de machangadas, para hacer de piqueteros del pleito insular o para pactar, despachar y repactar, pero producen vergüenza cuando se trata de los grandes asuntos del país. Como muestra, el penoso espectáculo dado por todos los partidos con representación en el parlamento de Canarias en el primer pleno tras las vacaciones de verano, dedicado en exclusiva al tema de la inmigración. En vez de asumir su papel como representantes de este pueblo y plantear una ofensiva común que logre respuestas de España y Europa se dedicaron a lanzarse reproches mutuos en una reproducción provinciana y cutre del "pique" que PP y PSOE mantienen en Madrid, con unos supuestos nacionalistas en medio, incapaces de dar altura al debate, si no de empequeñecerlo. Al final, acabaron discutiendo sobre quién había llamado a la Televisión Canaria para que retransmitiera en directo el pleno y hasta se detuvieron a hablar de candidaturas de cara a 2007. Sencillamente vergonzoso. Mientras llegaban cayucos a Los Cristianos y pateras a las costas de Tinajo, mientras África se desespera y desangra, al tiempo que Europa se obstina en mirar hacia otro lado, los parlamentarios, carentes de un proyecto serio para Canarias, se dedicaron a hacer lo que llevan décadas haciendo, lo único que parecen saber hacer: politiqueo barato, electoralismo de bajo vuelo, seguir aburriendo o indignando al personal.
Se quejan todos de que este no es un problema de Canarias, sino del Estado y de Europa, o hasta de la Comunidad Internacional. Y cierto es. Pero falta que funcione la necesaria correa de transmisión entre la terrible realidad que se vive en nuestras costas y nuestras islas y las instancias que deben tomar medidas e intentar articular soluciones ante un problema sumamente complejo como este. Los políticos canarios, su presidente, su gobierno, su parlamento y sus partidos, que deberían asumir esa competencia, están pasados y no nos sirven. Por horrible que sea la situación humana que se está viviendo, si a Madrid o Bruselas llegan las imágenes del Parlamento canario de hace unas semanas no producirán más que ganas de reír: Soria metiéndose con López Aguilar, que parece que va a ser candidato del PSOE; Juan Carlos Alemán defendiéndolo y diciendo que qué hacía allí la tele autonómica; Soria que se suma a la queja de la retransmisión y Adán que sale con una cartita de un líder del PP grancanario pidiendo la presencia de las cámaras en pleno.¡Ja, ja! ¡Qué rápido estuvo el presidente! ¡Qué palo le dio al clon de Aznar! ¿De qué estábamos hablando? ¡Ah, sí! De que han muerto 3000 personas intentando llegar a Canarias. Pero ¿qué importa? En Canarias vivimos en una eterna primavera y para colmo de bienes, hasta nuestros políticos nos hacen reír.
Ironías aparte. Europa nunca se ha preocupado de los asuntos migratorios. Las políticas migratorias siempre han sido, y todo apunta a que seguirán siendo, competencia exclusiva de los Estados miembros. A Europa le importa un carajo que a Canarias vengan inmigrantes, porque para inmigrantes, hijos de inmigrantes y hasta nietos teniendo y dando problemas ya están los grandes: Francia, Reino Unido o Alemania. Pero los políticos canarios, y con ellos su comparsa mediática, siguen hablando de lo mismo, de inmigración, un idioma que Europa ni habla ni quiere hablar, porque es un tema que para ellos ha existido siempre, que tiene motivaciones económicas y que los Estados deben resolver de modo individual. Aquel rebuzno del que hablábamos de que Canarias se nos llena de negros a Europa le suena a sánscrito, porque ya hace décadas que Londres o París cogieron color. Pero nuestros políticos siguen echándole la culpa a Europa, en vez de esforzarse en aprender idiomas. Y así, pendulan del ataque furibundo al Estado y la Unión por su desidia, al entusiasmo por el hecho de que el FRONTEX llegue a Canarias, hecho significativo si no fuera porque Europa no tiene una política fronteriza común. Y es por eso que FRONTEX tiene la consistencia del humo; la agencia europea de fronteras, la que nuestros políticos venden como la panacea, se limita a una oficina en Varsovia y un par de decenas de funcionarios sin asignación presupuestaria.
Lo que sí tiene la Unión, y si fuera necesario otros organismos supranacionales como la ONU -puestos a tomar el asunto el serio-, son recursos para evitar dramas humanitarios, la mayoría de las veces como respuesta a presiones ciudadanas que reclaman la intervención de sus países en conflictos o tragedias del exterior. Como en reciente caso del Líbano: el mundo entero habló de lo que allí pasaba y la comunidad internacional tuvo que ponerse en marcha avergonzada por su tardanza. Y es que para entonces habían muerto unas mil personas. En aguas atlánticas se supone que han perecido tres veces esta terrible cifra intentando llegar a Canarias, tantos muertes como en el 11-S de Nueva York.
Nuestros políticos se empeñan en decir que han llegado en cayuco 20000 personas, cuando en lo que deberían poner el acento es en las 3000 que habrían naufragado. Siguen hablando de inmigración, cuando podría y debería hablarse de éxodo humanitario masivo desde el África subsahariana a la frontera sur del Primer Mundo. Tendrían que liderar una corriente de opinión contra la tragedia que multiplicara editoriales como el del ‘Le Monde' parisino de hace unas semanas en que ponía en evidencia a Europa; pero en vez de eso se dedican hacer el cachanchán en la tribuna del parlamento autonómico.
Si la clase política insular no sufriera de tan grabe enanismo, si ejerciera el liderazgo social que le corresponde, tendría en su mano las armas suficientes para sacar los colores a Europa por su abandono de Canarias, de África y de los seres humanos que se juegan la vida en el trayecto. Sólo haría falta que cambiaran el "chip"; pero todo apunta a que esta clase de políticos está tan desfasada que ya no se fabrican repuestos. Y por eso sólo hacen reír, o nos aburren, o nos indignan. Podrían incluso guardarse el ‘as' de la responsabilidad histórica de Europa con un África saqueada, erigiéndose en portavoces de los africanos que llegan clamando justicia frente a quienes les colonizaron y masacraron. A Bruselas hay que ir recordándoles que dicha ciudad fue hace sólo un siglo la corte de uno de los mayores etnocidas de la Historia -la del el rey Leopoldo y sus matanzas congoleñas-, y que no seremos nosotros, los canarios, quienes paguemos ahora sus barbaridades. Y es que sólo ellos, con su capacidad de actuación sobre África, sobre sus excolonias, pueden parar o mitigar esta sangría.
España no, España carece incluso de embajadas en la mitad de los países de la zona. Y de Canarias ni hablemos. La misma fuerza y valentía que nos falta ahora para exigir con contundencia a Europa lo que merecemos, y sobretodo lo que África merece, nos ha faltado desde hace décadas para mirar al continente vecino de frente, con madurez y sin complejos, con la cercanía que nos confiere la geografía. Los asustadizos, llorones y serviles políticos canarios han sido provistos de unas orejeras, homologadas en España, para mirar en una sola dirección, obviando lo que tenemos ahí al lado. Todavía sigue diciendo Soria que el preámbulo del nuevo estatuto en el que se alude al origen norteafricano de los primeros canarios "no se le ocurre ni al que asó la manteca". Lo que se le debería ocurrir a él, ya que pretende ser presidente de las Islas, es leer la historia de su tierra. Pero nada, no sabe nada. Ni de los canarios, ni de los bereberes, ni de África... y hasta dudo que haya mirado un mapa que no nos coloque sobre el Mediterráneo, bajo Baleares y metiditos en un recuadro. Que estamos en África es un hecho tan indiscutible como que somos islas, y así lo demuestran las pateras y cayucos, que si no desembarcan en los fiordos nórdicos por algo será. Pero nuestros políticos, acomplejados, no se habían dado cuenta, y por eso el tema les ha cogido tan en ropa interior, porque nunca ha habido una política canaria con respecto a África, un continente donde los catalanes, sin ir más lejos, están más presentes que nosotros. Se han dedicado a poner tabiques en las relaciones lógicas, normales, entre países que compartimos vecindad, a poner fechillos en las puertas que dan hacia el continente. Y ahora, cerradas todas las puertas, resulta que nos están entrando por las ventanas. Vamos a tener que cambiar a cristaleros y cerrajeros, porque estos han resultado ser un fiasco
Tomás Juan López González