Impunidad aérea

Los lanzaroteños no pueden permitirse el lujo de temer a los aviones porque quien más quien menos debe coger un vuelo en algún momento, pero sin duda el incidente vivido la pasada semana en Guacimeta, con el angustioso aterrizaje de ...

15 de junio de 2007 (06:21 CET)

Los lanzaroteños no pueden permitirse el lujo de temer a los aviones porque quien más quien menos debe coger un vuelo en algún momento, pero sin duda el incidente vivido la pasada semana en Guacimeta, con el angustioso aterrizaje de ...

Los lanzaroteños no pueden permitirse el lujo de temer a los aviones porque quien más quien menos debe coger un vuelo en algún momento, pero sin duda el incidente vivido la pasada semana en Guacimeta, con el angustioso aterrizaje de emergencia de Air Comet, ha creado una importante inquietud.

No se trata de crear alarma y pensar que volar en España es un riesgo, porque no es el caso y además este país cuenta con una exigente normativa de seguridad aérea, pero tampoco se puede perder de vista que los propios pilotos aseguran que, cada vez más, las compañías están incumpliendo muchas de esas normas. El dato queda reflejado en una encuesta encargada por el Sindicato Español de Líneas Aéreas (SEPLA), en la que los pilotos admiten que superan el límite de horas de vuelo diarias, que en algunas ocasiones los aviones despegan con averías o aterrizan con combustible por debajo del mínimo de reserva y que incluso han visto falsear hojas de ruta, entre otras irregularidades. Y todo ello, según la opinión de la mayoría de los pilotos, porque los controles son insuficientes. Algunos llegan incluso a afirmar que existen redes de "corrupción interna" en Aviación Civil y connivencias entre algunos funcionarios y compañías aéreas.

Y al margen de la credibilidad que se le quiera dar a la encuesta, y por supuesto sin perder de vista que desde el propio Sindicato subrayan que no se puede llegar a hablar de inseguridad, lo cierto es que en lo que los pasajeros sí pueden ver y sufrir, sí parece reflejarse una preocupante sensación de impunidad de las aerolíneas, aunque sea en hechos con consecuencias menos graves.

Por ejemplo, ninguna tienda del mundo cobraría a dos personas por el mismo producto por si al final una de ellas decide no llevárselo. Ninguna tendría la desfachatez de decir, cuando tiene a los dos clientes en el mostrador a la hora prevista, que el que ha llegado primero se lleva el pantalón, el armario o el coche que ha pagado, y que el otro tendrá que esperar. Ésas son cosas que sólo se reservan para las compañías aéreas, a las que se les permite lo que no se le permite a nadie, como el inconcebible overbooking.

Es cierto que en los últimos años la normativa se ha endurecido y las compensaciones a un pasajero que se ve afectado por esa sobreventa de billetes han crecido, pero eso no siempre es suficiente. Y es que las compañías aéreas no sólo están jugando con el dinero sino también con algo mucho más importante, con el tiempo de los clientes, que a veces ni siquiera se puede compensar con dinero.

Y a eso hay que sumarle los retrasos, las cancelaciones de vuelos, las pérdidas de maletas, los destrozos que muchas veces causan al equipaje ? Y ante todo eso, al cliente sólo le queda una hoja de reclamaciones que suele servir de muy poco, y que además le supone volver a ver cómo le roban su tiempo, con colas interminables en mostradores y con recopilación de papeles para demostrar el perjuicio que le han causado.

Hace sólo unas semanas, Spanair cancelaba un vuelo de Madrid a Lanzarote porque en el aeropuerto de la capital se produjo una tormenta eléctrica que no duró más de 45 minutos. Y aunque parezca inconcebible, lo único que ofrecía la compañía era cambiar los billetes para hacer ese trayecto dos y hasta tres días después, porque para sus vuelos del día siguiente ya no quedaban plazas. Se trataba de "causas ajenas a la compañía" y por tanto aseguraban que no estaban obligados ni siquiera a buscar plazas en otras aerolinas, y mucho menos a abonar una compensación económica o a pagar un hotel a los pasajeros.

Unos 45 minutos de tormenta eléctrica les autorizaban a hacer lo que quisieran, y lo peor de todo es que no resulta creíble que el cierre de un aeropuerto durante menos de una hora implique la cancelación de un vuelo. El verdadero problema radica en que las compañías juegan al límite, y ante el mínimo contratiempo se desata una cadena consecuencias.

En este caso, como en otros muchos, el vuelo podría haber salido rumbo a Lanzarote con una simple hora de retraso si el avión ya hubiera estado en Barajas, pero el problema es que ni siquiera estaba allí, porque esa misma nave se estaba usando antes para realizar otro trayecto, que también se vio afectado por el clima. Y ahí, precisamente, es donde se empieza a mezclar de nuevo la seguridad o incluso el incumplimiento de normas que denuncian los pilotos.

Cuando una empresa tiene en sus manos el tiempo y, lo que es peor, la vida de la gente, ni debería apurar al máximo los márgenes de beneficio ni las instituciones deberían permitírselo. Si España afortunadamente goza de una exigente normativa en seguridad aérea, también debería destinar todos los esfuerzos para que se cumpla a rajatabla. Debería demostrar que las compañías aéreas no pueden hacer lo que quieran, ni en seguridad ni en ninguna otra materia.

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