Hace dos años visité Bolivia y me va sorprendió la extrema pobreza de gran parte de sus habitantes pese a que el país está situado sobre enormes bolsas de gas. Pero el país está empobrecido por varias causas: el colonialismo y el expolio español; las dictaduras militares con el beneplácito de EEUU y también de España; y los diversos gobiernos civiles en manos de la oligarquía que han instaurado una corrupción galopante y han malvendido su gas a voraces multinacionales. Queriendo salir de esta pesadilla, ya comprobamos entonces el altísimo apoyo al partido de Evo Morales, sobre todo entre los más pobres, que antes ni iban a votar. Por esto celebro esta decisión de revertir la situación para permitir que, aun cuando las multinacionales sigan extrayendo gas, Bolivia también consiga beneficios suficientes.
En cambio la mayoría de diarios espanyoles atacaban la decisión: inseguridad jurídica, populismo, dinero que no sabrán aprovechar y engordará la corrupción, agravio a los inversores extranjeros, etc... sin ni siquiera mencionar las necesidades de Bolivia y la justicia de revertir contratos firmados fraudulentamente que eran desfavorables al país e ignominiosamente favorables a las multinacionales. Tan favorables, que aun cuando a Repsol se le obligará a reducir sus beneficios, ya han anunciado que continuar extrayendo gas boliviano quierenporque seguirá siendo rentable. Por lo tanto, queda lamentable que el gobierno español manifieste " su más profundapreocupación" y amenace que "tendrá consecuencias". Porque pese a que, en un principio pueda parecer lógico que el gobierno español defienda una multinacional española, también debe tener en cuenta que consigue beneficios suficientes y que la opinión mayoritaria en España está en la línea de practicar políticas internacionales solidarias que alivien la pobreza del mundo, lo cual no sería nuevo, sino que concordaría con otras políticas estatales actuales (aunque insuficientes) que ya tienen en cuenta el interés global: como la cooperación al desarrollo o la reducción de la deuda externa de los países empobrecidos.
Jordi Oriola i Folch