Nadie está libre de cometer un error. Puede pasarle a un peón de obra o a un arquitecto. A un secretario o a un juez. El problema es que en determinadas profesiones, los errores son vitales. Un fallo médico le puede costar la ...
Nadie está libre de cometer un error. Puede pasarle a un peón de obra o a un arquitecto. A un secretario o a un juez. El problema es que en determinadas profesiones, los errores son vitales. Un fallo médico le puede costar la vida a alguien, como le pasó al pequeño Rayan, que sólo tenía unos días de vida. Por eso, y aunque no hay que crucificar ni colgar en la plaza del pueblo a la enfermera que supuestamente cometió ese error, tampoco se puede caer en el extremo contrario y convertirla en una especie de víctima.
Para muchos ciudadanos, para la familia de Rayan, resulta difícil comprender la concentración organizada este jueves en la isla por Comisiones Obreras y el Sindicato de Enfermería de Lanzarote. ¿Hubieran acudido igual a mostrar su solidaridad con la enfermera si la víctima hubiera sido su hijo o su sobrino? Probablemente, el cuerpo en ese caso les hubiera pedido algo bien distinto.
Sin embargo, en lo que respecta a la familia de Rayan, ni siquiera se ha ensañado con la enfermera. Y tampoco ha salido nadie a la calle por el bebé que murió a causa de ese error. ¿Quién está "criminalizando" y "masacrando" entonces a esta enfermera, como sostienen los sindicatos? Al final, la principal frase a la que se aferran es la que pronunció el director gerente del Gregorio Marañón, que calificó los hechos como "un error terrorífico", ya que consideran que así acusó directamente al personal de enfermería. Sin embargo, es innegable que hubo un error, y que sus resultados fueron, como mínimo, "terroríficos", porque le costó la vida a un bebé.
Si ahora quieren depurar todas las responsabilidades y señalar también a la Dirección del Hospital, a la Consejería de Sanidad o al Ministerio, están en todo su derecho de hacerlo, y en última instancia será un juez quien determine el grado de responsabilidad de cada uno en esta tragedia.
Sin embargo, salir a denunciar ahora que trabajan con poco personal, desbordados y hasta con chicas sin experiencia y en su primer día en una unidad quedándose solas con los pacientes, asumiendo tareas que los hechos demuestran que pueden ser de vida o muerte, parece un poco tardío. Igual que pone los pelos de punta escuchar a algunos representantes sindicales afirmando que no es la primera vez que algo así se produce en España, como intentando restar importancia a lo sucedido. Pero realmente, hacen todo lo contrario.
¿Mueren bebés o adultos en los hospitales por negligencias de médicos o enfermeras? Evidentemente sí, como lo reconocen ahora ellos mismos. Pero el problema es que, habitualmente, demostrar esas negligencias es una batalla titánica, precisamente por el corporativismo existente en la profesión. Por el mismo corporativismo que les hizo salir este jueves a la calle, y que les hace protegerse unos a otros. Y eso sí es inadmisible.
Si un médico trabaja tan al límite o con tan pocos recursos como para poner en riesgo la vida de sus pacientes, no debería prestar sus servicios ni un día más. Si alguien atropella a un peatón con su coche, su intención no era matarle. Puede que estuviera cansado después de una dura jornada de trabajo, o que el vehículo no respondiera porque fallaba desde hace tiempo y no estaba en condiciones de circular. Pero en cualquiera de esos casos, tendría que dar respuesta por lo sucedido. No se trata de criminalizar, sino de poner cada cosa en su sitio. Y no es lo mismo un error haciendo la comida o barriendo las calles de la ciudad, que un error al volante o atendiendo un paciente.
Sin duda, la enfermera del Gregorio Marañón ya está cargando con una dura cruz, quizá superior a las responsabilidades judiciales que tenga que afrontar. Pero eso no puede hacer olvidar que la verdadera víctima es Rayan. Y también su padre, que además unos días antes ya había tenido que enterrar a su mujer, que contrajo la gripe A y acabó falleciendo después de peregrinar por varios servicios de urgencias de Madrid sin que le dieran un diagnóstico. Sencillamente, terrorífico.