En deuda con Cathaysa

Sólo tenía 18 años cuando el pasado mes de noviembre desapareció de su casa sin dejar rastro. Su foto no se plasmó en ningún cartel, ni se inició una movilización institucional y social para dar con ella. No se llamaba ...

26 de abril de 2007 (14:20 CET)

Sólo tenía 18 años cuando el pasado mes de noviembre desapareció de su casa sin dejar rastro. Su foto no se plasmó en ningún cartel, ni se inició una movilización institucional y social para dar con ella. No se llamaba ...

Sólo tenía 18 años cuando el pasado mes de noviembre desapareció de su casa sin dejar rastro. Su foto no se plasmó en ningún cartel, ni se inició una movilización institucional y social para dar con ella. No se llamaba Sara ni Yeremy. Sólo los suyos sabían su nombre. En realidad, los suyos y la policía, porque su madre acudía casi a diario a Comisaría, protagonizando una búsqueda silenciosa y anónima.

Ahora, Cathaysa ya tiene nombre y rostro, pero parece que sigue sin ser importante. Su historia por fin saltó a los medios de comunicación hace más de tres semanas, en medio de la noticia de un macabro hallazgo que pronto se asoció a este suceso. El cuerpo sin vida de una mujer apareció en el maletero de un coche. Las piezas parecían encajar. Todo apuntaba a que podía tratarse de Cathaysa.

El cadáver fue encontrado por su propia madre. Asegura que alguien le dijo que su hija estaba muerta, en el maletero de un coche. Desde entonces, además de poner sin éxito este dato en conocimiento de la Policía, prestaba atención a cada vehículo abandonado, hasta que un fatídico día se decidió a abrir la puerta de un maletero y se encontró la peor sorpresa de su vida. Hoy, casi un mes después, sigue sin saber si ese cuerpo es el de su hija. Hoy, casi un mes después, su angustia parece que sigue siendo irrelevante.

Sin duda, esta historia tiene muchas más vueltas que la de un niño de ocho años que desaparece de su casa. Nadie discute que se trata de un caso complejo. Catahysa sólo tenía 18 años pero ya tenía dos hijos. No era una joven estudiante modelo y quizá sus compañías no siempre fueran las más adecuadas. Pero fuera cual fuera su historia, se merece más. Y su familia también.

El estado de descomposición en el que apareció el cadáver era tal que un forense común no podía realizar la autopsia, y se requería la presencia de un especialista con el que no cuenta Lanzarote. La explicación oficial, como la que dan para tantas otras cosas, es la de que "no compensa" tener ese tipo de profesionales en la isla, cuando son casos contadísimos y excepcionales los que van a requerir su presencia. Y el argumento puede llegar a ser válido, pero lo que es un auténtico escándalo es que casi un mes después, ni se haya practicado la autopsia ni hayan llegado los resultados de las pruebas de ADN, que se tuvieron que enviar a Las Palmas porque en la isla tampoco hay laboratorios para analizar las muestras.

Y mientras se vive una situación más propia del quinto mundo que de una sociedad avanzada, con un cadáver sin identificar durante semanas, Cathaysa y su familia siguen esperando, sin que aparentemente a nadie se le revuelvan las entrañas. Durante tres semanas de espera, nadie ha salido a dar explicaciones oficiales ni a demandarlas. Por increíble que parezca, las instituciones de la isla no se han movido para exigir de inmediato al Estado la presencia de un forense especializado en la isla, y tampoco la sociedad se ha echado a la calle. Y no será porque falten motivos.

Ante la gravedad de este caso, no sólo merecen respuestas Cathaysa y su familia, también las merece la sociedad. Porque sin tener autopsia ni identidad del cadáver, es impensable que se puedan esclarecer los hechos. De momento, sólo puede haber especulaciones y líneas de investigación abiertas, pero nada más. Se puede estar ante un terrible asesinato, y ni siquiera se sabe quién es la víctima. Y si en más de tres semanas no se puede ni identificar un cuerpo, que ni siquiera fue hallado por la policía sino por la propia madre de Cathaysa, resulta inimaginable pensar cuánto se tardará en dar con un posible criminal. Pero ni siquiera este extremo ha podido aclararse.

Puede ser, como al parecer se baraja en la investigación, que no se tratara de un asesinato. Puede que la persona encontrada en un maletero simplemente falleciera, en las circunstancias que fuera y que no vienen al caso, y que alguien decidiera ocultar el cuerpo, quizá por miedo. Pero aunque esta hipótesis fuera cierta, también hay culpables que encontrar. Porque si alguien tuvo la sangre fría de dejar el cuerpo de una mujer muerta, desnuda, en el maletero de un coche, pudriéndose durante meses, también merece un castigo.

Se lo dijo su madre a La Voz en un momento en el que flaqueaban las fuerzas y la esperanza de que su niña siguiera con vida: "Lo que le han hecho a mi hija no se le hace ni a un perro". Y tiene toda la razón. Ni lo que se le ha hecho, ni lo que se le sigue haciendo. Porque si desgraciadamente se confirma que su cuerpo se corresponde con el del cadáver encontrado, no hay derecho a que se le siga negando un entierro digno y a que se siga alimentando la angustia de su familia. Y si no es así, si aún hay esperanza de que Cathaysa siga viva, se está tardando demasiado en devolver la esperanza a los suyos y en mover cielo y tierra en su busca. A lo mejor es que no tiene ni la edad, ni la historia ni la familia adecuada para conmocionar a toda la sociedad, pero Cathaysa se merece más, muchísimo más.

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