El consejo de los cobardes

Fábula cruel sólo para maestras que no deben leer por

19 de diciembre de 2005 (11:14 CET)

Durante estos días de locura, y con el fin de

alimentar la admirable estupefacción infantil, el

Consejo Escolar ha organizado en el colegio, como de

costumbre, una espectacular entrega general de cartas

a Sus Majestades los Reyes Magos: una caja de cartón

forrada con cartulinas fosforescentes ha hecho las

veces de buzón y, disfrazado de cartero de enlace, con

su turbante reglamentario y todos los oropeles

posibles, habidos y por haber, Andrés, uno de los

conserjes, ha tenido tiempo de meditar en silencio

sobre sus infortunios personales mientras repartía

juguetitos de plástico entre la chiquillada y mantenía

la forzada mueca sonriente bajo las barbas postizas;

como broche de la ceremonia, y acallados finalmente

los desaforados cánticos, se ha brindado el micrófono

de megafonía al alumnado de los cursos superiores para

que leyeran sus estereotipados y desangelados deseos

de paz y solidaridad. Enternecedor.

Pero el Consejo Escolar, órgano responsable de la

gestión de un Centro de Enseñanza, no sólo se ocupa de

bagatelas tan fútiles y vistosas como ésa. Ni mucho

menos. El Consejo Escolar decide (y en ocasiones se

niega a hacerlo) acerca de muchas y, si cabe, más

fundamentales cuestiones. Sin ir más lejos, por

declarado miedo a un previsible enfrentamiento con las

familias, éste mismo entrañable Consejo Escolar de

fanfarria notoria, como todos los demás, ha declinado

expresamente solicitar protección fiscal alguna para

aquellos menores, con nombres y apellidos, que tiene

en su propia escuela como alumnos y alumnas y que, por

su procedencia cultural o geográfica, están en

documentada situación de fatal riesgo de ser mutilados

en sus genitales. Triste y sangrienta Navidad. Habrá

criatura que vuelva al colegio irreparable,

innecesaria y secretamente herida después de estas

vacaciones, mientras los gerentes de todo el cotarro

siguen silbando y mirando por la ventana, intentando

imaginar sutiles copos de nieve.

José Francisco Sánchez Beltrán

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