Disminuido

Leo con indignación y dolor que nuestro presidente propone una enmienda a la Constitución: cambiar la palabra disminuido por discapacitado.Y me indigna y me duele porque soy padre de un niño disminuido y discapacitado al que ...

9 de diciembre de 2005 (11:38 CET)

Leo con indignación y dolor que nuestro presidente propone una enmienda a la Constitución: cambiar la palabra disminuido por discapacitado.

Y me indigna y me duele porque soy padre de un niño disminuido y discapacitado al que este presidente no ofrece soluciones, pero quiere contentar con juegos semánticos.

Sr. Zapatero, mi hijo no va a escribirle porque no sabe. Mi hijo tiene 16 años y no sabe hablar. Y está escolarizado en un colegio-residencia donde es tratado con cariño, generosidad y profesionalidad. Pero la edad de

escolarización se acaba: en un plazo de dos años se habrá acabado la obligatoriedad de la Administración para seguir haciéndose cargo de mi hijo, y, en todo caso, al cumplir los 21 años la Consejería de Educación dejará de prestarle atención.

¿Qué haremos entonces, Sr. Presidente? Mi hijo necesita, y va a necesitar ayuda toda su vida. ¿Qué ofrece el Estado? ¿Dónde están las Residencias, los Centros ocupacionales y los asistenciales?

Sr. Presidente, es prácticamente seguro que, o mi esposa o yo, dejemos de trabajar entonces para poder atenderlo 24 horas al día y 365 días al año. Y envejezcamos junto a él sin tener ninguna seguridad sobre cual va a ser su futuro cuando nosotros no estemos a su lado. Le transmito brevemente el drama diario de muchos padres, decenas de miles, a los que no va a engañar con juegos de palabras. ¿Sabe, Sr. Presidente, los casos de padres que se han suicidado llevándose por delante a sus hijos disminuidos o

discapacitados, por no poder soportar la agonía de un presente sin futuro? Quizá fuera interesante que el CIS hiciese estadísticas al respecto.

Sé que no va a hacer nada, porque a pesar de ser un problema gravísimo, estadísticamente representa pocos votos, y no tengo claro que su sensibilidad social empiece por los más débiles. Me consta que esta carta nunca llegará a su despacho, y, si llega, no será leída, ni atendida, ni contestada. Pero permítame que, al menos, pueda expresar mi dolor y pedirle que no juegue, por favor, con el drama cotidiano de muchas familias. El

dolor humano es sagrado.

José Luis Méndez Muñoz

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