Los buenos frutos de la poesía

Fabio Carreiro Lago
9 de abril de 2024 (20:16 CET)

Daniela Martín Hidalgo es para mi un referente y una autora a la que admiro desde que leí hace unos cuantos años algunos de sus poemas. Es una de las grandes poetas de su generación, una de los escritoras más valiosas que ha aportado Lanzarote a la escena poética en los últimos años y, recientemente, nos ha ofrecido una nueva muestra de su riguroso trabajo con La piel, la pulpa, el gusano, la semilla publicado por la prestigiosa editorial Pre-Textos.

En los últimos veinte años Martín Hidalgo ha publicado cinco libros: Memorial para una casa (2003), La ciudad circular (2003), Arúspice (2014), Pronóstico del tiempo (2015) y el mencionado La piel, la pulpa, el gusano, la semilla. Es, como podemos comprobar, una autora de largo aliento, de fuerte conciencia sobre su propia labor poética y de trabajo minucioso con el lenguaje.

En su momento ya destacó por su precoz madurez literaria. Debemos tener en cuenta que sus dos primeros libros fueron publicados cuando la autora apenas acababa de rebasar la veintena. Sin embargo, algunas de las altas cualidades de su poesía estaban presentes muy tempranamente y han permanecido: la serenidad y el tono elegíaco que se percibe en Memorial para una casa y en La Ciudad Circular donde la inspiración de las lecturas de los clásicos se hace presente incluso de forma explícita como reflejan las citas que acompañan a los poemas de este último libro, todas procedentes de La Divina Comedia de Dante Alighieri.

Otra característica presente en su poesía desde entonces es que se encuentra impregnada de esa belleza, de esa extrañeza, de ese asombro que toda gran lectura debería producir como señalaba el crítico Harold Bloom en su obra El canon occidental.

El lenguaje cuidado que utiliza la autora y las lecturas que ofrecen sus poemas, las diferentes capas de lectura muestran un gran dominio de la materia poética. Y finalmente nos encontramos con el recurso de la memoria, con todo un repertorio de lugares reales e imaginarios propios de la autora transmutados en imágenes poéticas perdurables que comparte con sus lectores.

Daniela Martín Hidalgo construye lo imperecedero de la memoria a partir de lo aparentemente frágil, lo provisional, lo perecedero: experiencias, sensaciones que dan una impresión de inmediatez, de haber ocurrido en un tiempo reciente -aunque permanente- pero que, sin embargo, enriquece con la evocación a ratos dulce, por momentos amarga de lo vivido, de una historia propia, del deseo. Todas estas características mencionadas y presentes desde su primera publicación hasta La piel, la pulpa, el gusano y la semilla dotan al conjunto de su obra de una indudable coherencia estética.

Lo mismo ocurre con la temática. En cuanto a las preocupaciones de la autora predominan decadencias e incertidumbres ¿hacia dónde nos lleva? Lo ambiental sostiene una soledad interior. Persistente. Luego está la cuestión de la familia. Su condición de hija, nieta o hermana se hace presente de forma constante. Supone un punto de partida. La casa, un espacio doméstico, interior. Luego los viajes, el movimiento. el desarraigo, el viaje: la vida. O las inmediaciones de la vida. La digestión de la vida. El cambio, la transformación de las cosas me parece que esa es la auténtica obsesión de la autora. Y la forma definitiva de cambio: la muerte, un tema que sobrevuela todos sus libros. Una anticipación de la muerte, un dolor casi físico, la necesidad de morir. La experiencia de la muerte. La muerte inseparable de la vida. Lo abandonado. Lo perdido. ¿Lo único que acabamos conociendo es la pérdida? ¿Qué nos enseña la pérdida?

Desde un punto de vista simbólico, como ya se ha señalado, la muerte no sólo significa el final sino también una regeneración. En este sentido Nietzsche definió la realización de una obra como el deseo de estar en otra parte, en otro tiempo y lugar propios y un tiempo y un lugar propios es lo que construye minuciosamente Daniela Martín Hidalgo en cada uno de sus libros más allá de esa transformación parcial o definitiva. ¿Para rescatarlos del olvido, de la muerte? Veamos como ejemplo de lo señalado anteriormente un poema de su primer libro Memorial para una casa:

 

Para habitar

NUNCA HABITAMOS la casa.
Habitarla hubiera sido
Cerrar la puerta y las ventanas,
Desconocer la huida,
Tablas horizontales para una larga resistencia.
Esperar la ruina
Con la carne hendida en las paredes.
Luego quedar inmóviles

Esperando que nada
Llevara un eco de palabra
Y en ese lugar
La tierra se ahogase con su propio silencio.

Desde que tuvo la posibilidad de abandonar su lugar originario, presente siempre incluso en la ausencia, Lanzarote, la vida de Daniela Martín Hidalgo ha transcurrido lejos de la isla: entre los Países Bajos y Madrid.

El movimiento, el cambio, la transformación son constantes en su vida y su obra. Su inquietud por el paso del tiempo. En esta ocasión quiere profundizar sobre esta cuestión. Y a ello nos invita, a explorar nuevos ámbitos de la hondura de su mundo poético en La piel, la pulpa, el gusano, la semilla.

La forma de Daniela Martín Hidalgo de indagar en diferentes aspectos de la vida cotidiana, de observar detalles domésticos, anécdotas aparentemente sin importancia a partir de las que llega a la introspección y nos invita a la reflexión alcanza en esta última entrega poética nuevas cotas. De esta manera se nos invita a descubrir, a acompañar a la autora en sus particulares hallazgos, de la misma forma que la marea nos entrega en algunas playas de Lanzarote ciertos jallos haciendo uso de una bella metáfora como se muestra en un poema de su último libro:

Jallos

A veces hallazgos, pequeñas alegrías.
Tener un perro.
 «Los deseos existen antes
que las personas».
 A veces, hacerlo sonreír.
Metal, tarros acumulados, asuntos
en días que no se pueden guardar.
Hundo la cuchara en lo mullido del caldo.
Sube una reverberación que sube
de la fruta madura,
por la acera bajan riendo los amigos.

El título nos puede guiar en ese recorrido de reconocimiento, en el descubrimiento de los hallazgos que nos propone Martín Hidalgo. La autora ha partido del ideal, del fruto. Si buscamos en el diccionario de símbolos de Cirlot su significado nos encontraremos con una alusión a los deseos terrestres. Me parece que en más que en ningún libro anterior se entrega Daniela Martín Hidalgo a buscarlos.. Pero el símbolo procede también del interior. Va más allá de la piel, la capa exterior que recubre, lo más superficial, la apariencia, la forma que adoptan las cosas, lo que recubre la pulpa, la carne, lo perecedero. El gusano aparece como una injerencia en la pureza del fruto. Es como señala Chevalier “un símbolo de transición de la tierra a la luz, de la muerte a la vida”. Y en la semilla encontramos la potencialidad de todo el ser.

El título en realidad no es más que un resumen del potente simbolismo que podríamos encontrar profundizando en los versos de la autora, del exterior a lo interior, lo anecdótico a lo profundo. De la misma manera que la poeta Olvido García Valdés en su libro Del ojo al hueso, donde alude al itinerario entre la vista, lo aparente, lo que pueden captar los sentidos del mundo físico hasta su procesamiento en el hueso, lo sólido, lo que sostiene lo interior- Martín Hidalgo nos ofrece un trayecto, una transición hacia la hondura, lo más profundo de nosotros.

Si consideramos cada libro como un tramo de la vida, como ha escrito la mencionada García Valdés, en el caso de la obra de Daniela Martín Hidalgo esto parece cumplirse ofreciéndonos una nueva etapa de esta reconvertida en material poético. En La piel, la pulpa, el gusano, la semilla parece alcanzar la plena madurez de su oficio, de tantos años de trabajo dedicado. No deberíamos desperdiciar la oportunidad de habitar el territorio poético que nos presenta en este libro cuyos versos perduran en la memoria como maderas encontradas en una playa salvaje, como semillas en un antiguo granero, como el inolvidable y dulce sabor de unos frutos maduros encontrados en una higuera perdida cerca de Timanfaya.

 

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