Algunos retrocesos que nos sacan de madre

Hoy me he citado con la vida para hablar del camino. En ocasiones pensamos avanzar cuando nos movemos, y sin apenas darnos cuenta, retrocedemos al punto de partida y volvemos al mismo sitio. A Dios gracias, tenemos fuerzas centrípetas ...

15 de septiembre de 2005 (03:37 CET)

Hoy me he citado con la vida para hablar del camino. En ocasiones pensamos avanzar cuando nos movemos, y sin apenas darnos cuenta, retrocedemos al punto de partida y volvemos al mismo sitio. A Dios gracias, tenemos fuerzas centrípetas que nos ayudan a dar un nuevo paso, el olvido (sea por omisión o por perdón) y el anhelo por vivir. Soy de los que pienso que la existencia es puro deseo, lo malo es cuando se vicia, entonces se pierden los poéticos hábitos y subsistir se convierte en una quimera.

Recientemente James Paul McCartney, uno de los músicos más influyentes en el actual escenario de la vereda musical, nos advertía sobre el misticismo de las palabras: "El caos y la creación se refieren en el álbum a que cuando no has escrito una canción está allí y hay muchas pequeñas vibraciones, lo transformas en una canción y se convierte en creación". Sus declaraciones nos trasladan a un abecedario contemplativo, el de la reflexión más profunda; un aire que se nos puede pasar desapercibido, pero que está presente como vestimenta para los sentidos, sólo es cuestión de adentrarse y dejar que nos despierte el asombro.

Si la vida no debe ser un guión que se nos impone, sino una propuesta creativa a la que todos estamos convocados, deberíamos poner universal tino para que la existencia tuviese un sabor más de belleza que de maraña, y escuchar los variados timbres naturales y humanos, para que nadie se sienta extranjero en una senda por la que todos pasamos. Luego, pasa lo que pasa. Cuando se encabrita la madre naturaleza es para echarse a temblar. Lo último, el Katrina. Está visto que el aluvión de agresiones al medio ambiente nos pasa factura. Eso de contaminar el libro del universo hasta saciarlo de impurezas, quebranta el ordeny resquebraja la armonía. Podremos tener una esperanza de vida grande, pero si después no sabemos vivirla de nada nos sirve. A estas alturas de siglo, pienso que todavía no hemos sido educados para vivir con los demás. Resulta curioso el triunfalismo de algunos sectores de la sociedad que lo ven todo en estado óptimo, aunque para ello tengan que salirse por la tangente y escurran el bulto de los desequilibrios, desarrollos repletos de desajustes y poca sensatez de prudencia.

La avalancha de invasiones mafiosas que nos sorprenden a diario en cualquier esquina, altamente profesionalizadas en segar y comercializar vidas humanas, es otra prueba más del retroceso que sufrimos en propia carne. No estaría demás una cumbre de análisis auténtico, entre distintos convecinos y vecinos afectados, para analizar esta nueva y dolorosa penuria. Que no se quede sólo en la foto protocolaria y poco más. La bandeja de terror que se nos ofrece causa pánico en muchas personas hasta el total desequilibrio de la persona. La guerra psicológica está en marcha, lo que hace retornarnos a un mundo de resentimientos. Los mejores médicos para el mundo siempre han sido, el doctor ética y la estética doctora, el doctor alegría y la comprensiva doctora, el doctor reposo y la reposada doctora. Lo de andar aceleradamente nos resta saber y previsión. Tan saludable es el respeto que hemos de tener frente a la libertad de las conciencias, que no admite manipulación alguna, como la protección a todo ataque ajeno, sea real o psicológico. Eso de atemorizarnos es otra manera de revolvernos el estómago, sacarnos la bilis y de matarnos en vida.

En esa vuelta a la regresión no cabe la huida, ni tampoco la retirada, y menos todavía el abandono, hay que sumar fuerzas a favor de la vida para que los problemas que la acorralan tengan una resolución benefactora para todos. Donde hay educación no existe la alarmante distinción de clase que soportamos, sino donaires que nos alegran la existencia. No se puede ser optimista por mucho que nos digan que en España se vive muy bien, cuando tenemos una creciente juventud que ha dejado de ser futuro, fracasada hasta el desánimo total, y que ha tomado la droga como compañera de viaje de un camino sin horizonte. Necio espíritu es perder las ganas de vivir cuando se es joven y se tiene toda una vida para caminar. Pues, como dice una titular del ramo educativo, no le tengamos miedo al debate y hagámoslo. Seguramente llegaríamos a un punto de encuentro donde estarían esos docentes que son pésimos maestros porque nunca han sido discípulos, del mismo modo que las familias que han perdido el corazón. Al final, todos somos un poco responsables de todo.

En suma, no son pocos los retrocesos que nos sacan de madre, a pesar de tantos descubrimientos humanos. Eso de encubrir monedas falsas de cambio se nos da muy bien. Hasta el punto que parece que vivimos en un mundo de mentira. Creo que se precisa un estilo nuevo de andar por la vida, menos altanero y jerárquico, y más de autenticidad humana entre ciudadanos. En consecuencia, bajo una vocación humanista y evocación al desinterés, hemos de cooperar en algo que podemos hacer sin engaños, en verdadera donación, ayudar a que la felicidad sea un placer compartido con cuantas más personas mejor. Según dijo Goethe, el hombre más feliz del mundo es aquel que sepa reconocer los méritos de los demás y pueda alegrarse del bien ajeno como si fuera propio. ¿Cuántos están dispuestos a cumplir la enseñanza? De momento, fúndense instituciones capaces de promover otros repartos y ordenemos el caos de un mercado que ha perdido el alma de tanto venderla al diablo y pongamos un retén de salvas que nos quite el miedo que llevamos a flor de piel. A continuación, levantemos el telón de la voz y la palabra, en libertad. Y hágase la justicia con justicia de amor.

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