Un viaje en patera reúne en Lanzarote a dos hermanos separados hace 15 años

M.I. llegó a Marruecos en 2008 cuando solo tenía ocho años, ahora atendió a su hermano pequeño en el muelle de Puerto Naos

24 de octubre de 2023 (12:47 CET)
Actualizado el 25 de octubre de 2023 (16:16 CET)
Migrantes atendidos en Puerto Naos el pasado 15 de octubre. Foto: José Luis Carrasco.
Migrantes atendidos en Puerto Naos el pasado 15 de octubre. Foto: José Luis Carrasco.

"Íbamos juntos, caminando y fue como un sueño hecho realidad", narra M.I. Era domingo, 15 de octubre, y salía de su trabajo en Arrecife. Tras una jornada laboral corriendo se marchó a su casa, se duchó y partió hacia el muelle de Puerto Naos. Una estampa habitual en su vida como pluriempleado que compagina como voluntario de Cruz Roja en la atención a personas migrantes a su llegada a Lanzarote.

El aviso de un nuevo rescate resonó en su móvil y desde hacía días trataba ir a todos los que podía. El reloj marcaba las dos de la madrugada y allí estaba, entre las personas a las que M.I. socorría vio una cara conocida, la que estaba esperando. Era su hermano que había partido de Marruecos en una neumática hacia Lanzarote sin decírselo a nadie.

La escena que el propio M.I., quien prefiere mantenerse en el anonimato, vivió 15 años atrás ahora se repetía, aunque ahora él estaba al otro lado. Este joven marroquí partió de Agadir en una patera de madera. Era 2008, tenía ocho años y era la primera vez que veía el océano. Su familia pagó 3.500 euros para que subiera a aquella barcaza y cambiar así su destino. Arribó por sus propios medios a Órzola. 

Este joven marroquí fue uno de los menores extranjeros que llegaron solos a Canarias en aquella época. Ahora compagina dos trabajos, como cocinero y como traductor y auxiliar en un centro de menores, con sus labores como voluntario de Cruz Roja atendiendo en el muelle a los migrantes que llegan en patera a Lanzarote. Desde entonces ha vivido solo en España, alejado de su familia.

Sin saberlo, hace una semana su vida dio un giro de 180 grados. Recibió una llamada de Marruecos en la que su padre le alertaba. Uno de sus hermanos menores no había dormido en casa esa noche y llevaba un día entero sin saber nada de él. "Entonces mi padre me dijo que creía que mi hermano había partido hacia Canarias, pero que no había avisado a nadie", confiesa emocionado. Su hermano pagó 4.000 euros para poder hacer esa travesía. Ya lo había intentando dos veces antes de conseguirlo, pero le robaron en ambas ocasiones.

"Quería hacerlo porque mi madre es el amor de su vida y lo haría todo por ella", narra a La Voz. 

"Cuando me di cuenta de que podía haber cogido alguna patera lo pasé mal, me daba mucho miedo que se muriese. Yo prefería quitarme más dinero y mandárselo para que esté bien, a que viniera. Tenía miedo al mar, no porque no tenga un futuro mejor aquí, sino a que muriera en el mar", apunta. 

En cuanto barajó la posibilidad de que su hermano hubiese marchado al Archipiélago, M.I. asistió como voluntario a todos los rescates del fin de semana, entre trabajo y trabajo. "La madrugada del domingo fui a una de las atenciones y ahí estaba él, en la misma patera en la que llegó un perro", recuerda Ihmoudni.

Es la primera vez en 15 años que alguien de su familia puede visitarlo en su casa aunque en el camino haya atravesado una ruta muy peligrosa para alcanzar la isla. Cuando llamó a sus padres, a las 04.00 horas de la madrugada para contarles que su hermano había llegado bien fue "como si hubiese nacido un hermano nuevo, como si hubiese tocado la lotería". 

"Estar dentro de una patera es horrible, todo el día vomitando, pasándolo mal, la fatiga, quería hacer pis y no podía mear porque estás apretado. No se lo aconsejo a nadie", añade M.I., que recuerda su viaje hacia las Islas estos días más que nunca.

"Mi hermano siempre decía prefiero morirme, que me coma un pescado o llegar a España. Para que una persona llegue a decir eso, tiene que sufrir en su país", añade el joven marroquí.

Un niño de ocho años atravesando solo el Atlántico

Cuando Ihmoudni salió de la ciudad marroquí de Agadir no conocía España y mucho menos sabía de la existencia de las ocho islas canarias. Ahora no se imagina vivir en otro lugar que no sea Lanzarote. "Es como estar en casa, yo vivo a lo mío, en mi trabajo, en mi casa y ya está", confiesa. Al mismo tiempo, asegura que le gustaría volver a su ciudad cuando sea mayor. 

En Lanzarote estudió desde los ocho años en el colegio hasta terminar primero de Bachillerato, cuando se vio empujado a abandonar los estudios para empezar a trabajar y ganar dinero. "Ya me tocó el turno de salir del centro de menores, no tenía opciones de seguir estudiando. Entonces me tuve que buscar la vida, salir de allí, hacer un curso de cocina y empezar a buscar trabajo", narra a La Voz.

Hasta entonces aprendió el idioma y compaginaba el colegio con los entrenamientos de fútbol. Sin embargo, tanto en las aulas como fuera de ellas se enfrentó a muchos problemas por su nacionalidad. "En el colegio sufrí mucho racismo porque era, como ellos dicen, moro, y me tenían más apartado. Además tenía dos dientes picados y negros y muchos de los niños se reían", confiesa ahora.

Durante los tres primeros años que pasó en España no encontraba su lugar, prefería volver a su casa, no quería ir al colegio porque no se sentía a gusto y quería estar con su madre. M.I. era un niño de ocho años alejado de su familia, de sus hermanos. "Me costó dos años llorando, me levantaba llorando y me acostaba llorando porque quería ver a mi madre, a mis hermanos y a mi padre y no podía hacer más que coger el teléfono, hablar con ellos diez minutos y ya está", confiesa 15 años después. 

Tampoco fue mucho más fácil en el fútbol, donde al no tener la nacionalidad española se veía relegado al banquillo o a jugar con la ficha de algún compañero español. Cuando podía jugar en las gradas le gritaban "moro de mierda". "Era un crío entonces con nueve y diez años", recuerda ahora. 

"Yo no sabía que era moro, yo sabía que era árabe, pero nunca escuché esa palabra hasta llegar aquí. Para mí es una falta de respeto y la gente dice que no, pero yo soy árabe no moro, ¿de dónde sale esa palabra?", se cuestiona. 

Al alcanzar la mayoría de edad, este joven marroquí tuvo que salir del centro que le acogió. Fue su entrenador de fútbol quien le salvó de acabar en la calle y le ofreció, junto a su familia, un techo y comida.  A pesar del paso del tiempo y de que todos sus amigos son conejeros, M.I. sigue sufriendo el racismo en su propia piel. "Vas a un cumpleaños y es como, ten cuidado con el moro, guarden los móviles", recuerda. 

M.I. se describe a sí mismo como un joven que siempre ha sido buena persona y asegura que esto ha hecho que otros también le hayan abierto las puertas. Ahora sus trabajos le permiten vivir de alquiler y mandar algo de dinero a su familia, que les da para pagar el agua, la comida y para vivir, así como los pagar los estudios de alguno de sus hermanos. 

Por el momento, de sus siete hermanos solo dos, un niño y una niña, pueden estudiar. El resto aprende en casa. "El día de mañana para arreglar cualquier papel tendrá que pagar para que se lo rellenen porque no sabes ni leer y es una pena". 

Justo coincidiendo con la llegada de su hermano, M.I. ha arrancado los trámites para conseguir la nacionalidad española, después de más de una década viviendo en Lanzarote. "No es fácil obtener los papeles. Es más fácil vivir en Marruecos porque no vas a pasar hambre y siempre te van a ayudar y con un euro no vas a progresar pero sí a vivir bien. Aquí en España si no tienes para comer búscate la vida". Para M.I. su entrenador de fútbol fue la mano que le salvó en Lanzarote. 

"Yo no vengo porque pasaba hambre en Marruecos, no por la comida, vengo por un futuro mejor, la comida no me falta, pero queremos progresar, sacar nuestros estudios. Si quieres ser abogado poder opositar, poder ser médico o policía. Queremos ser libres, no es por los lujos, lo único que queremos es el derecho a progresar". 

Sobre el racismo que sufren las personas migrantes, el cocinero defiende que "no es porque sea moro tienes todas las ayudas, yo ya he llegado al punto de tomármelo a risa, sí me han arreglado los dientes y me han pagado el alquiler, claro", vacila.

Al mismo tiempo, invita a reflexionar: "Siempre hay gente mala y gente buena, entre millones de canarios, españoles o franceses hay gente mala y gente buena. No puedes meter a todo el mundo en el mismo saco. Abre tu cabeza, conoce a las personas porque aquí roban tanto los de aquí como los de afuera, no te digo que no vengan personas malas de allá para acá a robar, puede ser, pero no se puede juzgar a todos por igual, hay gente que viene por un futuro mejor, por sus estudios. Primero conoce a la persona y después júzgala". 

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