Marciano Acuña, el último herrero en Haría y de los pocos que quedan en la isla

Una vida al calor de la fragua

Lleva 64 años moviéndose entre hierros. Sus manos fuertes y muy trabajadas han modelado toda clase de metales desde el taller de la calle El Molino número 5 de Haría durante más de media ...

15 de marzo de 2008 (18:06 CET)
Una vida al calor de la fragua
Una vida al calor de la fragua

Lleva 64 años moviéndose entre hierros. Sus manos fuertes y muy trabajadas han modelado toda clase de metales desde el taller de la calle El Molino número 5 de Haría durante más de media década, así que Marciano Acuña, el único herrero que queda en el silencioso pueblo, no puede evitar sonreír cuando alaban a los que cuentan con 20 o 30 años de trayectoria en una profesión. Qué le van a contar a él, que desde los 15 años le da al mazo y continúa, ya por amor al arte, a sus 79 años.

Conoce al dedillo las técnicas manuales que se utilizaban en la fragua antes de que la electricidad revolucionara el taller. Es testimonio vivo del avance que para la mayoría pasa inadvertido, pero que cambió la profesión y que no es otra cosa que el paso de tener que remachar cada pieza de metal, a la soldadura con la que unir las barras y pedazos que previamente domaba al calor del fuego y su fuerza.Todo ese saber que acumula en su cabeza bien amueblada y en sus dedos hábiles no tendrá relevo con el tiempo porque el amor a la fragua, ya es de otro tiempo.

Desde el día que Marciano Acuña abrió los ojos al mundo hace casi 80 años, el escenario que contempla es el de la cuesta de su calle y los montes, ahora verdes casi chillón que rodean el pueblo. Allí, en el Molino, nació, vivió con sus padres, se hizo su taller en el que sigue recibiendo encargos y tiene la casa que comparte con su mujer, Carmen. Sólo abandonó su calle para ir al cuartel en el año 50. "18 meses me pasé en África", recuerda. "¿Y echaba de menos su calle? Sí, claro, y encima ya tenía novia así que más me acordaba", sonríe.

Cocinillas de otra vida

Tanto había echado de menos a su Carmen que en las navidades del año 52 al 53 no encontró mejor regalo que hacerle que algo hecho con sus manos y además, algo necesario en los años en que la electricidad en Haría era cosa de un señor que con un motor, suministraba corriente a los vecinos unas cuantas de horas, desde media tarde hasta las doce de la noche. Así que Marciano elaboró una cocinilla que se alimentaba con un pequeño depósito de petróleo, "porque leña por la isla no había", en el que las mujeres entonces preparaban la comida para los suyos. Con un trapito saca brillo a los más de 50 años que ha visto pasar el artilugio. "Mira, ahí grabé nuestros nombres y la fecha en la que lo hice" muestra orgulloso, "y la marca que le puse: Invencible" reza en una chapita junto al quemador.

Otro amor, el del trabajo

Pero años antes de que expresara su amor a Carmen de una manera tan original comenzaba Marciano Acuña otra historia de amor, en este caso al oficio de herrero. Cuenta Marciano que cuando salió del colegio con 14 años no había mucha posibilidad de estudios, ni transporte a Arrecife, así que su padre le ofreció trabajar con él conduciendo el camión, -"eso me gustaba, yo conducía desde los 10 años", recuerda-, y cargando y descargando la mercancía, una labor que no estaba entre las preferencias de Marciano. "Se hacía con pala y eso era criminal, hasta la misma noche te tirabas", explica.

La otra opción era entrar de aprendiz en alguno de los talleres de carpintería, zapatería o metal que había en Haría, así que optó por este último que era el que más le gustaba. "Y me sigue encantando", señala. Así que a los 15 años ya estaba en el taller del mecánico Fermín, en Maguez con quien hacía todo tipo de trabajos de fragua y de arreglo de coches, técnicas que al poco tiempo empezó a desarrollar por su cuenta, primero en una habitación pequeña en la casa familiar y más tarde en su propio taller. "Yo tenía aprendices trabajando aquí porque la fragua se llevaba a mano y había que encenderla, darle aire con una manivela y sostener la pieza de metal, todo a la vez. Pero cuando ya había que pagar Seguridad Social yo no podía, así que me quedé solo, pero ahora solo y todo, hago más trabajo que cuando tenía gente porque ahora, hay máquinas para todo".

Marciano ha sido un hombre de recursos y recuerda que cuando durante el día no había electricidad, él se compró el motor de un coche para que le suministrara la energía suficiente con la que poder soldar las piezas, dejando así la práctica manual del remache a base de oradar el metal para engarzar unos trozos con otros.

"Yo cuando más contento estaba era al hacer cosas de fragua, eso es lo que más me gusta a mí, cuando arreglaba coches no estaba tan contento". Y especialmente disfrutaba y disfruta con la elaboración de aperos de labranza que todavía le encargan. Caminando ágilmente por su taller rodeado de herramientas que ya no usa, de piezas de metal y de maquinaria eléctrica, comenta entre risas que es cierto eso de "en casa del herrero, cuchillo de palo" y muestra las últimas piezas que ha hecho, pero ninguna para él. Escardillos para recolectar papas y arados manuales cuelgan de las paredes a la espera de ser recogidos por sus dueños.

"Pero yo he hecho de todo", recuerda levantando el dedo índice, ya le encargaban aperos de labranza, ya le llevaban un camión para que le cambiara el motor de gasolina por uno diesel o le llamaban para hacer las estructuras de los muebles nuevos para los primeros apartamentos turísticos que se construían en la costa norte o le encargaban el trabajo de decoración de alguna cancela. "En aquella época cuando yo empecé sacaba los dibujos imaginándomelos, a mi manera y a la gente le gustaba. Ahora no, ahora hay catálogos y por ahí los sacas", explica.

Una vida al calor de una fragua que todavía se enciende de vez en cuando aunque Marciano lleve años jubilado. "Así cuando mi mujer me empieza a pelear le digo que tengo que hacer en el taller", ríe, y es que Marciano tiene sentido del humor y fuelle para largo. Pero reconoce que "siente" por el futuro incierto de su taller y de su saber cuando él lo deje definitivamente. Ninguno de sus tres hijos han seguido la labor de su padre, aunque al menos, su yerno Fran, hace encargos cuando sale de su trabajo, "pero la labor de fragua no, eso es más cosa mía".

Sin perder la sonrisa Marciano Acuña simula estar modelando una pieza de hierro sobre el viejo yunque, mazo en mano. "Si que tenía que estar usted fuerte Marciano", y sin dudar el último herrero de Haría responde acompañando las palabrascon una carcajada. "Y lo estoy todavía, lo estoy".

LO MAS LEÍDO