Sin un adiós. Sin despedida. Sin un abrazo. Manuel Ortiz vio cómo su hijo era trasladado este martes del centro penitenciario de Tahíche a la cárcel de Monteroso, en Lugo, a más de 1.600 kilómetros de distancia. Pudo verle por última vez dentro de un furgón de la Guardia Civil. No consiguió tocarle ni desearle suerte. No le dejaron. Su hijo era consciente de que tenía que cumplir condena en otra prisión española, pero no se esperaba que su conducción carcelaria fuera de la noche a la mañana y sin previo aviso. Más de diez familiares de presos de Tahíche denuncian a La Voz lo que, a su juicio, es la dispersión de reos, que supone "una doble condena" tanto para los presos como para sus familiares.
Cada mes, según fuentes del centro penitenciario, se trasladan a alrededor de diez personas a otras cárceles de España. Todas éstas, sin embargo, no deben cumplir condena en otro punto de la península, sino que acuden a un juicio a otra ciudad, porque es ahí donde han cometido el delito. "Luego los devuelven a Tahíche", explican desde la cárcel. La prisión lanzaroteña sigue estando "masificada", pese a su reciente ampliación, que todavía no ha finalizado. Los cuatro módulos del centro están desbordados. Actualmente, hay 236 presos, 20 de ellos mujeres. Según denuncian sus familiares, los reclusos "no tienen ni espacio para realizar actividades".
Aseguran que las condiciones del centro penitenciario "dejan bastante que desear" y no se explican por qué sus hijos, vecinos de Lanzarote, son obligados a cumplir condena fuera de la isla, mientras en Tahíche están ingresados presos "de Madrid y otros sitios de la península", indica la presidenta de Derecho y Justicia, María Rosa Muñoz. "¿A que no mandan al señor Dimas Martín a León o Lugo a cumplir su sentencia?", ironiza María Rosa.
Y es que no es casualidad que estos allegados se hayan decidido a hacer público su caso esta misma semana, en la que el líder del PIL, Dimas Martín, ha perdido el tercer grado penitenciario y ha tachado a la justicia de estar "politizada". "Estoy preso por la política", ha subrayado en una rueda de prensa multitudinaria ofrecida recientemente. Condenado a ocho años de cárcel y a 15 de inhabilitación por un delito continuado de malversación de caudales públicos, un delito contra la Hacienda Pública y otro contra la Seguridad Social, Dimas Martín logró el tercer grado cuando tan sólo había cumplido un año en la cárcel. "Es la mayor vergüenza que he visto en mi vida. El padre de mi nieta lleva tres años en Tahíche en prisión preventiva y a un señor que ha malversado todo lo posible le conceden el tercer grado. Me alegro de que esté dentro de nuevo", afirma Joaquín Curbelo.
Dimas Martín, el "político preso"
"Lo que ocurre en Tahíche es indignante. Dimas Martín tiene que pagar más de dos millones de euros y, pese a que no lo ha hecho, le dejan salir a pasar el día fuera de prisión. Tiene la cara de decir que es un preso político, pero no se ha dado cuenta de que es un político preso. Sus justificaciones ya no cuelan, sus palabras ya no se las cree nadie. Este politiqueo no le dice nada a la sociedad", critica duramente Muñoz, harta ya "de los privilegios que viven algunos" en sus celdas. Su familiar, condenado a dos años de cárcel, dejó hace tiempo Tahíche y salió en libertad, pero solicitó en varias ocasiones el tercer grado, que le fue denegado. "Quiero que alguien me explique por qué a Dimas sí y a él no. Necesito entenderlo", lamenta.
El dolor por lo que Micaela Alma, madre del preso trasladado el lunes a Lugo, llama "pérdida del niño" se traduce en un sinfín de críticas hacia la justicia y, al igual que sus compañeros de Derecho y Justicia, hacia Dimas Martín. "He visto cómo a ese señor le traían el periódico y se pasaba el día leyendo, mientras que a mí me ponían impedimentos para llevar ropa a mi hijo", lamenta.
Un adiós repentino
Micaela Alma y Manuel Ortiz no pudieron decirle adiós a su hijo. María Rosa Muñoz, Joaquín Curbelo, Soledad Betancort y Ananda Carmona, otros padres y familiares de presos de Tahíche, les apoyan y prometen que lucharán para que su hijo vuelva a cumplir condena en Lanzarote. Pero la situación no es fácil. Para ello, debían haber solicitado con tiempo un cambio de clasificación del preso ante el juez de vigilancia. Ellos aseguran no tener ni idea de papeleos y, sobre todo, insisten en que el traslado de su "chiquillo" les ha pillado por sorpresa. "¿Eso no es denunciable?", se pregunta Ortiz. "¿No puedo denunciar que se lo hayan llevado y que ni siquiera sepa dónde está?", cuestiona.
Desde el centro penitenciario afirman que el preso conoce como mínimo un mes antes su destino definitivo. Sin embargo, explican que no se le comunica el traslado con tiempo por motivos de seguridad. Pero las familias rechazan este argumento: "¿Qué piensan los funcionarios que les vamos a hacer, esperarles fuera de la cárcel con un pistola?" ¡Venga ya!", indica Muñoz. "Sólo queremos que nos avisen para poderles dar un abrazo, para traerles ropa y lo que necesiten. Nada más", señala.
Las penurias de Tahíche
Más allá de las críticas vertidas por la dispersión de los presos y porque sus seres queridos estén a miles de kilómetros de distancia, estos familiares denuncian las condiciones del centro penitenciario. "Tienen que pagar el agua y si no tienen dinero sólo pueden beber del grifo. Se pasan el día tirados en el patio, donde hay mucha droga", indica Ananda Carmona, al tiempo que Muñoz exige una Unidad Terapéutica Educativa para poner en tratamiento a los reclusos con drogodependencia.
El fin de semana pasado murió un preso, al parecer, de sobredosis en Arrecife, que disfrutaba de su cuarto permiso. "Si no reciben terapia, si no les ponen tratamiento, salen unos días de Tahíche y mira lo que pasa", se afana en demostrar Muñoz.
Curbelo, por su parte, sigue enumerando las razones por las que, a su juicio, esta prisión "es pésima". "Duermen con la ropa puesta porque no les dan una manta. Cuando les trasladan en avión no les dejan ni levantar el cuello y si lo hacen en barco les meten en la bodega, donde se pasan el viaje vomitando", resume.
"¿Dónde está la reinserción social? Esto no es humanidad", culmina María Rosa Muñoz. Su lucha no termina aquí. Tendrán que seguir batallando para volver a ver, por lo menos una vez por semana, a su hijo, nieto o yerno. "Por favor, no nos condenen a nosotros también", suplica Micaela Alma.