Hace muy poco tiempo surgían, como de la espuma, los nuevos ricos. Personas que, por un golpe afortunado, se convertían en millonarios de la noche a la mañana. Un dinero fácil que, en la mayoría de las ocasiones, venía de la mano de la construcción, que vivía una época dorada en Lanzarote. El batacazo que ha sufrido la economía ha traído consigo el nacimiento de otro colectivo, radicalmente opuesto, al que tristemente se puede denominar los nuevos pobres. Ciudadanos que hace tan sólo unos meses tenían un sueldo digno, un buen trabajo y una hipoteca y, de repente, han pasado a engrosar las listas del paro, el banco se ha quedado con sus propiedades y no tienen alimentos que llevarse a la boca.
Tocan puertas desesperados para solicitar ayuda. No comprenden qué ha sucedido para llegar a esta situación. En su circunstancia, por desgracia, no se encuentran solos. Vecinos y compañeros que hasta prácticamente ayer disfrutaban de una vida acomodada sufren en sus carnes los efectos de la despiadada crisis económica. Asociaciones sociales ven como, cada día, las colas para pedir ayuda son más largas y ya dan la vuelta a la esquina e, incluso, a la manzana. En Lanzarote la situación se está desbordando y Cáritas es un buen ejemplo de ello. "Hay familias que llegan en una situación extrema, no hay recursos para todos", apunta Verónica Pérez, trabajadora social de esta asociación.
45 minutos para comer
12.30 horas. Más de 30 personas esperan a que abran las puertas del comedor social de Cáritas, en Arrecife. Francisco pasa lista. Es el turno de los españoles. Paquita, Pepe, José Luis? Uno a uno van entrando en la sede de la asociación. Cogen su bandeja de metal, se sirven la comida y se sientan en las largas mesas. Todo está organizado. Durante la comida casi no se escuchan voces. El hambre aprieta.
Disponen de 45 minutos, tras los cuales friegan su bandeja y sus cubiertos y pasan al patio a fumarse un cigarro juntos. Antes de verano, este espacio estaba prácticamente vacío. Ahora hay dos turnos, uno de españoles y, otro de extranjeros. "Lo más fácil fue dividirlos por nacionalidad ante el fuerte incremento de usuarios que recibimos desde el pasado junio", explica Pérez. A principios de 2008 la media de personas que acudían al comedor era de 30, como máximo. "Ahora superamos los 70, la lista es mucho más larga", lamenta esta extremeña.
Paquita, Pepe o José Luis son parte de esta lista cruel. Jamás imaginaron acabar en esta situación. La mayoría se muestran cabizbajos, no ven salida al final del túnel de la pobreza. No quieren hablar, se sienten avergonzados. Pero, por suerte, existen personas que todavía guardan un halo de esperanza. "Sé que saldré de esto, me lo tomo como una experiencia más de mi vida. Es cuestión de tiempo tirar para delante. Tengo ganas y me quedan muchas fuerzas", afirma Paquita, una mujer de 60 años de edad que el desempleo le pilló por sorpresa hace tres meses.
Sin familia, sin empleo y sin ayuda
Esta valenciana de nacimiento, pero lanzaroteña "de corazón", cuenta, sentada en las escaleras del patio de Cáritas mientras consume un cigarro, que era empleada del Cabildo en el área de Medio Ambiente. "Hace tres meses perdí el empleo y todo comenzó a ir cuesta abajo", lamenta. Sin ahorros y sin familia, Paquita empezó a tocar puertas y, después, a aporrearlas. "Necesitaba ayuda", explica. Esta ayuda la encontró en Cáritas, tanto en el comedor social como en la casa de acogida, donde comparte la habitación con otras cuatro mujeres.
"Cuando llegué a la asociación me tapaba la cara para que la gente no me conociera. Me sentía impotente, defraudada con la vida. Nunca me había visto en una situación similar", relata esta mujer, que ha trabajado de comercial, en inmobiliarias y hasta llegó a tener su propio negocio. Sus cuatro hijos no conocen su situación actual. "Viven en la Península y no quiero que se enteren, porque soy autosuficiente. Sé sacarme las castañas del fuego", asegura convencida.
Paquita quiere un empleo que le ayude a dejar Cáritas, a emprender una nueva vida independiente y a mantener la mente ocupada. Su edad, pese a que aparenta 15 años menos, es un gran obstáculo para lograr su propósito. "Si me entrevistaran sin mirar mi edad verían que tengo vitalidad y fuerzas para trabajar. El problema es que cuando les digo que nací en 1949 me rechazan", indica.
El cambio radical de usuarios
Esta valenciana ilustra al nuevo colectivo, a los nuevos pobres, al nuevo perfil de usuarios que encuentran un refugio en Cáritas. "La gente que viene al comedor social llevaba una vida bastante normalizada y por la pérdida de empleo se ha visto en una situación límite", subraya Verónica Pérez, al tiempo que destaca que son hombres de entre 50 y 60 años los que más requieren de este servicio. Antes, la edad se situaba alrededor de los 45 años y, la mayor parte de los usuarios, eran drogodependientes o sufrían un trastorno mental.
"Cada vez vienen personas más mayores, que simplemente se han quedado sin empleo", añade Montse González, la otra trabajadora social, que se encarga de realizar un seguimiento de las personas que viven en la casa de acogida de Cáritas, ubicada cerca de El Charco de San Ginés. Este lugar, por primera vez, tiene una lista de espera de alrededor de diez personas. Hace tan sólo unos meses, ni siquiera estaba completa.
Familias enteras también ha comenzado a tocar la puerta de esta asociación, una por día acuden desesperadas a este centro. "Jamás había visto tantas familias pidiendo ayuda", afirma Pérez, quien les escucha, orienta y les deriva a otros servicios, porque Cáritas no les atiende, no dispone de tantos recursos. Esta trabajadora intenta que no se sientan avergonzados, que comprendan que cualquier persona puede caer en esta situación. "Muchos tocan fondo antes de venir. Si pidieran ayuda antes, quizá conseguiríamos ayudarles", indica.
El comedor social es la baza que utiliza Cáritas para prestar a los usuarios asistencia social y psicológica. "No queremos que la gente venga aquí a comer y se olviden de sus problemas. Queremos que miren por mejorar su calidad de vida, si necesitan terapia que acudan, si tienen dificultades que se enfrenten a ellas, que traten de dejar sus adicciones", señala Pérez. En Cáritas no ofrecen falsas esperanzas, la realidad es cruda y, en la actualidad, es despiadada. "No hay que mentirles, sólo informarles y escucharles", afirman Pérez y González.
Levantarse de nuevo
Agotados los 45 minutos para comer y para charlar con sus nuevos compañeros de batalla, Paquita se despide y se marcha a despejarse un rato fuera de estas paredes. A las 15.00 horas debe estar en la casa de acogida. Por la tarde recogerá su "provisional" hogar y realizará actividades junto al resto de habitantes. Y, al día siguiente volverá a Cáritas a por un plato de comida. Pero será por poco tiempo. De eso está segura.
"No voy a estar toda la vida aquí, tengo aspiraciones. He luchado mucho, me he caído y me he vuelto a levantar. Esto no me agobia. Hay gente que se ve en estas circunstancias y les da por deprimirse, beber o drogarse. Yo no, porque me quiero mucho y el hecho de que no tenga dinero no supone que me tenga que destruir. No pido limosna sólo lo que creo que me corresponde, un sitio en esta sociedad. Estoy dispuesta a trabajar de lo que sea, sé hacer de todo, excepto billetes verdes. Trabajar es bueno para la mente, embrutecerse no sirve de nada. Todavía tengo que dar mucha guerra".
Dice adiós con la cabeza bien alta. Mañana volverá pero quizá no deba hacerlo la semana que viene. Luchar es, ahora, lo único que le queda para salir de esta crisis.