Por eso, el joven, que saltó de la patera a las cuatro de la tarde del domingo, cuando ésta volcó frente a la playa de Las Conchas, se convirtió en el trigésimo pasajero de la embarcación 'ilegal' detectada por la Guardia Civil. La Voz contó la noticia como en otras ocasiones: una patera con 30 inmigrantes a bordo había llegado a la isla vecina y todos los ocupantes se encontraban en buen estado de salud. Según la Guardia Civil, quince menores y una mujer viajaban en la embarcación. Posteriormente se daría a conocer la existencia de un fotógrafo 'freelance' que también viajaba a bordo entre los inmigrantes.
Después de contactar con él, se puso a nuestra disposición para la entrevista, aunque el reportaje salga a la luz pública en un periódico escrito en un idioma que él ni siquiera sabe leer.
El testimonio de este joven periodista gráfico de 27 años de edad, que ha vivido en sus carnes aquello que muchos hacen por necesidad: cruzar esa frontera de color azul que separa el primer y el tercer mundo, muestra una realidad a la que desde Europa miramos de perfil. Mientras, los números de los náufragos fallecidos se suceden en los titulares sin que llegue la solución al dramático problema.
Dos intentos fallidos
Para Jöel, todo comenzó hace aproximadamente un año. Guiado por el afán de aventura, se trasladó a Marruecos donde conoció a varios jóvenes locales que también estaban interesados en 'cruzar' del continente africano al europeo. Juntos buscaron la manera de hacerlo y aunque asegura que no es muy complicado encontrar quien ofrezca una patera para hacer el viaje, "lo difícil es que no te estafen", explica Jöel.
Y es que no siempre 'lo contratado' sale adelante. Según cuenta, la primera vez que lo intentó pagó por adelantado más de 3.000 euros y, cuando llegada la noche acudieron al punto de la playa desde donde les habían dicho que partirían, no encontraron ni siquiera el bote.
En la segunda ocasión, sí que consiguió subir a la embarcación aunque no llegaría muy lejos. A penas unos metros mar adentro, la barca, que era neumática, se fue a pique. Tampoco consiguió recuperar el dinero. "Salieron corriendo y luego nos enteramos que habían viajado hacia el norte", explica. "Imposible encontrarlos".
El pasado viernes, Jöel, que ya había aprendido la lección con las dos ocasiones precedentes, no pagó el 'billete', esta vez por el precio de 3.500 euros, hasta no estar sobre la patera rumbo hacia la oscuridad. La noche, testigo mudo, es el principal cómplice de los patrones de las pateras. "Según me han contado algunos marroquíes, "en los últimos dos años la policía marroquí ha incrementado el control, por lo que las pateras parten de noche", asegura. Antes, "o hacían la vista gorda o aceptaban ´comisiones'", cuenta Jöel haciéndose eco de lo escuchado durante su estancia en el país vecino.
Una travesía de dos días
La travesía duró algo más de día y medio, coincidiendo con lo que le había dicho el patrón del barco, que prometió que no duraría más de dos. Sobre la embarcación de unos seis metros de largo viajaron 30 personas durante dos noches enteras y otras tantas calurosas horas diurnas. Jöel tiene la cara quemada y los labios ligeramente hinchados.
En la patera, los mejores sitios son difíciles de conseguir. "Los menores tenían un sitio privilegiado dentro del barco", cuenta Jöel, "yo también tuve un buen sitio en la parte trasera, supongo que porque había pagado bastante más que los otros". Los marroquíes tienen que pagar entorno a unos 500 euros y él abonó 3.500.
Durante el viaje, los miedos entre los ocupantes versaban entre los que se preocupaban por que no les pillase la policía en el lugar de destino y les devolviese de nuevo a Marruecos y los que lo hacían por no enfermar durante el viaje. "No pensamos que fuéramos a perder la vida", asegura el fotógrafo. "La mayoría sentimos más tensión y nerviosismo justo antes de montar en la barca, incluso algo de miedo, pero confiábamos en llegar a Canarias", dice el joven.
En relación a la quimera buscada, el fotógrafo dice que de la mayoría de las personas con las que habló antes y durante el viaje, esperan poder llegar a un país donde puedan trabajar durante cinco o seis años y ahorrar dinero o mandarlo. Con el dinero ahorrado, esperan volver a su país y montar un negocio o casarse y formar una familia.
Llegada a la Graciosa
"¿Si eres ilegal, La Graciosa, no es un buen lugar para desembarcar, verdad?", preguntaba Jöel tras llevar tres días en Arrecife. Ninguno de los ocupantes podía imaginar, cuando saltaron del bote, que el lugar donde habían llegado era una minúscula isla de la que no había escapatoria posible y en la que sólo vivían entorno a 700 personas durante todo el año.
El momento del desembarco fue tenso. "Cerca de una costa rocosa, el patrón se puso nervioso y comenzó a indicarnos que saltásemos", cuenta Jöel. Así, algunos saltaron y al desequilibrar el peso, la barca se giró y calleron todos al agua.
Algunos se magullaron al golpearse contra las rocas y tenían cortes en la cara, según explica el joven. "Yo perdí mis zapatos", dice, pero cada uno salió corriendo en diferentes direcciones. "Todavía me duelen los pies porque la zona era bastante rocosa y me hice algunos cortes", explica.
Tras varias horas corriendo descalzos por La Graciosa, fueron interceptados por la Guardia Civil. "La agentes se dieron cuenta de que yo venía en la embarcación, además de porque estaba todo quemado y no tenía zapatos, porque con el agua, la patera nos pintó a todos los ocupantes de color azul y yo tenía toda la cabeza de ese color".
Posteriormente fueron trasladados a las dependencias de Extranjería de la Comisaría de la Policía Nacional de Arrecife, donde se instruyeron las oportunas diligencias. Después, el caso pasó al juzgado número 2 de Arrecife, donde le fueron solicitadas las tarjetas de memoria de las cámaras y el resto del material que podría servir de prueba contra los patrones de las pateras. También le han tomado declaración.
Según la Guardia Civil, el joven, al ser comunitario, puede ser multado con una infracción administrativa por "entrada por punto no habilitado".
Jöel no llevaba más que lo puesto para la travesía por lo que ha tenido que comprarse toda la ropa y zapatos, además de otras cosas. Entre el material confiscado se encuentran siete tarjetas de memoria con fotografías y un gps, un telefono movil y su cámara de fotos.
Tras el viaje, Joel muestra en su mirada el placer del reto logrado, aunque con la nariz y los pómulos pelados repetidamente. Siente que finalmente tiene lo que quería, lo ha conseguido, aunque hasta el cierre de esta edición la policía científica todavía no le había devuelto su material. Un trabajo del que todavía no está seguro que sea bueno "porque ni siquiera he podido ver lo que tengo, estoy buscando un disco duro de memoria para poder descargármelo y poder volver a mi país".
Aún así, no contento con el reto superado, asegura que sigue muy interesado en el tema de la inmigración, que sigue produciendo cientos de fallecidos en la búsqueda de una vida mejor. No descarta volver a meterse en la piel oscura que no le dio la cuna para seguir denunciando con sus trabajos una realidad que a occidente llega en forma de telegrama. Quizás la próxima travesía sea en una embarcación desde el África más lejana....