El sonido del timple, el sabor del gofio y el trago de un buen vino conejero acompañaron a todos los romeros en esta edición de Los Dolores. Miles de peregrinos, que se acercaron desde todos los puntos de la isla, acudieron hasta Mancha Blanca para honrar a la patrona de la isla.
Aunque la caminata se hizo larga y pesada, casi todos los romeros comentaron que se encontraban en un día de fiesta y que el cansancio se llevaba bien gracias a la devoción a la Virgen y a las paradas que realizaron por el camino.
Una de las primeras paradas se realizó en el Monumento del Campesino, donde los peregrinos se refrescaron y tomaron algo de alimentos, gracias al avituallamiento que estaban repartiendo los trabajadores de los Centros Turísticos. Hasta este tradicional punto de la romería se acercaron personajes del mundo de la política insular, como Mario Pérez, Francisco Cabrera, Isabel Déniz o la presidenta del Cabildo, Inés Rojas.
Después de descansar un momento, todos se pusieron de nuevo en pie para andar el camino. Quedaban todavía muchos kilómetros que recorrer hasta llegar a Mancha Blanca.
En otro punto del recorrido, los romeros procedentes de Teguise y de las localidades del norte descansaron el centro sociocultural de Tiagua. Allí, además de agua y otras bebidas, el Ayuntamiento de la Villa preparó comida para todos los peregrinos. Paella, croquetas, papas, pata y garbanzas fueron algunos de los manjares que degustaron los romeros antes de iniciar de nuevo el camino.
Los ánimos no decayeron al iniciar el camino, ya que quedaba menos hasta llegar a Mancha Blanca. Sobre las cuatro de la tarde, la multitud de peregrinos llegó a Tinajo desde donde salió la procesión hacia la Ermita de Los Dolores. Allí, les esperaba la Virgen a la puerta del lugar santo.
Las parrandas, los grupos folklóricos y las agrupaciones le entregaron las ofrendas que portaban. Casi todas estaban relacionadas con la alimentación y los productos de la tierra, pero también se ofrecieron bailes, canciones y algún poema. El tradicional baile del romero ponía fin a los momentos de devoción a la virgen.
La fiesta se apoderó entonces de la multitud que se encontraba en la plaza de la ermita de Mancha Blanca. Casi todos bailaron al son de los grupos folklóricos, venidos desde las diferentes islas, aunque también con los ritmos que los romeros cantaban o con las notas de las canciones que sonaban en los ventorillos.
A pesar de la diversión, la hora de volver a casa se convirtió en una odisea para algunos romeros, ya que el servicio de guaguas que instaló el Cabildo no funcionó a la perfección porque se formaron numerosas colas para subirse a la guagua.