El Ayuntamiento de Arrecife ha iniciado este lunes los trabajos para el derribo de las naves de La Rocar, aunque para ver caer toda la estructura de la vieja conservera aún habrá que esperar. De momento, los operarios han empezado a quitar escombros y a separar los distintos materiales acumulados en la zona durante años, y también está previsto tirar abajo algunas naves, pero por ahora sólo las que no tengan techos de amianto.
El resto de las naves tendrán que esperar la intervención de una empresa especializada a la que ha tenido que recurrir el Ayuntamiento, dada la peligrosidad de este material. De hecho, un informe técnico municipal ya advirtió en su momento de la existencia de elementos prefabricados con un alto contenido de amianto, una sustancia considerada altamente peligrosa para la salud.
Hace sólo unos meses, desde Comisiones Obreras recordaban el contenido de ese informe y exigían al Consistorio que extremara las medidas de seguridad en el derribo de las naves. Entre otras cosas, sostenían que la exposición al amianto, ya sea de forma aislada o prolongada, "puede causar enfermedades como el cáncer de pulmón, mesotelioma maligno o asbestosis". Aunque la comercialización del amianto está prohibida desde el año 2002, no existe una obligatoriedad de su retirada en aquellas instalaciones que ya lo tuvieran instalado antes de dicha fecha.
"Ruina inminente"
Tras un pulso con la propiedad que se arrastró durante años, a principios de 2008 el Ayuntamiento decretó la "ruina inminente" de las naves, reforzando así el desalojo ordenado unos meses antes, en noviembre de 2007, por el entonces concejal de Urbanismo, Antonio Hernández.
Así, en marzo los dueños de La Rocar levantaron muros y alambradas impidiendo el acceso a la zona, y desalojando a las personas sin techo que habían convertido la vieja conservera en su hogar. En aquel momento, se derribaron algunas pequeñas chabolas construidas en el interior, pero este lunes, casi un año después, las máquinas del Ayuntamiento han entrado en el Islote del Francés para empezar el paso definitivo hacia la desaparición de lo que un día fue una empresa próspera y, desde hace años, se había convertido en un punto negro de la capital.