Historia de una periodista atrapada en Guacimeta

De "vacaciones" en el aeropuerto

16:00 horas. Llego al aeropuerto, maleta y abrigo en mano, preparada para coger un avión con destino Madrid. Miro la pantalla. Todo está en orden. Respiro aliviada y pienso: Bien, por primera vez no hay retraso y conseguiré llegar a ...

4 de diciembre de 2010 (00:00 CET)
De "vacaciones" en el aeropuerto
De "vacaciones" en el aeropuerto

16:00 horas. Llego al aeropuerto, maleta y abrigo en mano, preparada para coger un avión con destino Madrid. Miro la pantalla. Todo está en orden. Respiro aliviada y pienso: Bien, por primera vez no hay retraso y conseguiré llegar a la hora. Ilusa de mí, porque no sabía la que se me venía encima.

16:10 horas. Paso el control de seguridad, después de conseguir dejar en la bandeja todo lo que llevaba encima. Y es que cuando uno va a Madrid en estas fechas tiene que ir bien abrigado. Recojo todo, miro la pantalla y veo que mi vuelo sigue en orden y que a las 17:10 horas partirá rumbo a Madrid. Eso sí, me llama la atención que el embarque sea sólo 15 minutos antes, pero no le doy más importancia.

Tras fumarme un cigarro en la zona de fumadores, me siento a esperar, con un libro en mano, a que anuncien la puerta de embarque. Finalmente, tras unos minutos esperando, ahí sale. Me dirijo a ella, como si de una carrera se tratara ya que, junto a mí, decenas de personas caminan corriendo hacia la puerta, como si pensasen que el avión se va a ir sin ellos.

16:50 horas. Ya estoy en la cola. Eso sí, de las últimas. No quedé en buen puesto en la carrera. Tras unos minutos, veo que no avanza y empiezo a pensar que el vuelo se va a retrasar. No podía ser perfecto, pero al menos, aunque no entiendo por qué la cosa va tan lenta, pienso que el retraso no será para tanto.

Finalmente, a las 17:30 horas, me siento en el avión, que ya tendría que haber salido. Sigue subiendo gente, con demasiada tranquilidad, pero sigo pensando en positivo. Sin embargo, 10 minutos después, cuando todo está listo para partir, escucho la voz del piloto por megafonía y ahí empiezo a pensar que la cosa ya no va bien. "Avisamos a los pasajeros que estamos teniendo problemas con la torre de control. En 10 minutos les avisaremos de la hora a la que podemos partir", dice.

Ahí ya pienso que, finalmente, mi avión no va a salir. Y no me equivoqué. "Hay una huelga de controladores y está cerrado el espacio aéreo. No podemos partir". Pocos minutos después nos desembarcaron a todos y, caminando como hormiguitas, nos dirigimos al mostrador de la compañía.

Empiezan las colas de gente, las hojas de reclamaciones pasando de mano en mano, y entre la multitud de personas, incluso algunos políticos de la isla como Mario Pérez, Enrique Pérez Parrilla, Rita Hernández y Ginés Quintana que, como yo, no han podido volar. Los compañeros de profesión corren de un lado a otro en busca de los testimonios de la gente. Yo, podría haber estado en este lado pero, por una vez, era una de las afectadas y, al menos, intentaba enterarme de lo que pasaba.

Por fin me atiende el personal de Aena. "El espacio aéreo se ha cerrado por falta de controladores", me dice. "No es una huelga". Ah! claro, pienso yo, debe ser que todos los controladores se han puesto enfermos a la vez en toda España o es que querían irse de vacaciones y se han puesto de acuerdo para irse juntos. Todo ello en medio de un puente cuando miles de personas cogen aviones para irse de vacaciones.

Indignada e indefensa. Así es como me siento. Sobre todo, porque me parece increíble que paralicen todo el tráfico aéreo y, encima, pretendan que nos creamos sus pretextos. Estoy de acuerdo en que uno debe defender sus derechos, pero no siempre el fin justifica los medios. Y es que miles de personas se han quedado en tierra, sin poder hacer nada. Familias enteras que han ahorrado, con todos sus esfuerzos, para poder escapar unos días de la rutina, o personas que, como yo, simplemente se dirigían a visitar a sus familias después de meses sin volver a casa.

Sin embargo, parece que para los controladores aéreos todo vale. Y que el perjudicar a miles de personas no les importa. Miles de personas echan horas y horas en el trabajo y su sueldo no llega ni a una cuarta parte de los de los controladores. Gracias a Dios si llegan a fin de mes. Eso, por no hablar de los privilegios. Y, encima, en plena crisis, intentando ahorrar al menos para poder escaparse unos días, uno se encuentra con que, por capricho de otros, ni siquiera puede llegar a su destino.

Dicen que mal de muchos, consuelo de tontos. Pero, aunque así sea, al menos en estos momentos me consuela que como yo hay miles de personas que no han podido llegar a sus destinos. Entre ellos, el propio líder del Partido Popular, Mariano Rajoy, que no ha podido salir de Lanzarote, tras su visita este viernes a la isla. En estos casos, queda claro que el status social de nada vale.

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