Radio Lanzarote sigue acogiendo nuevas propuestas para su concurso de Microrrelatos, en concreto, esta semana ha incorporado 22 nuevas historias. Cabe recordar que el plazo para enviar los relatos para participar en el certamen concluirá el próximo 31 de agosto y que este año la radio rinde homenaje al escritor Rafael Arozarena.
Por ello, la propuesta es construir un relato que suponga una continuación a las palabras finales de la novela "Mararía", que dicen así: "En el cielo, unos pájaros volaban asustados y graznaban furiosos; unos pájaros grandes que se enredaban entre los cuernos del sol; unos pájaros negros..."
Como en ediciones anteriores, la radio deberá formar parte de la historia y la extensión máxima de los relatos tendrá que ser de 100 palabras, incluido el título en el caso de que lo lleve. Cada autor podrá enviar hasta un máximo de cinco relatos, que podrá firmar con pseudónimo, aunque deberá indicar siempre un nombre y un teléfono de contacto.
Las propuestas literarias serán publicadas de forma semanal, si cumplen con los requisitos, en La Voz de Lanzarote. Quienes lo deseen podrán enviar sus obras a la dirección concursorelatos@lanzarotemedia.net, indicando en el asunto del email: Concurso de Microrrelatos 2017.
¡Miedo!
"Gotitas de sudor perfilaban la frente de ella. Labios gordezuelos torcidos en rictus de terror, respiración agitada, cabello revuelto.
Su miedo aumentaba. No podía mover manos...ni piernas: estaba atada a una silla.
Protegido por la oscuridad del rincón, el hombre cruzaba los brazos en actitud dominante: ella estaba a su merced.
Cogió la jaula con los tres pájaros negros acercándola a la delicada cara de ella.
Ojos agrandados. Grito desgarrador en su garganta,...
Los pájaros liberados picotearon con saña la carne femenina..."
-¡Aaahhh...!- grité apagando la radio acurrucada en el sillón.
Cerré las ventanas...nunca se sabe.
Nada
Juntos van. Son hermosos. Negros como el carbón, como el azabache de la noche oscura.
Solo.
Olvido me ofrecían a los que ayudé un día.
Parece un estúpido verso de una estúpida poesía hablando de una estúpida vida. La mía.
Aquí estoy, cual perro aguardando el ansiado paseo cuando su dueño se le antoje el lujo de acordarse de él.
Ni palabras, ni canciones en la radio, ni caricias, ni enfados, ni un "te quiero" despistado, ni carcajadas. La nada me consumía.
Con su manto negro azabache hermosa está la noche. No espero a que llegue el día.
El diluvio universal
Paco me miraba con inquietud, mientras yo leía al aire, dándole satisfacción al absurdo pedido de Don Nicanor Fuentes (un oyente legendario), el final de Mararía : "En el cielo, unos pájaros volaban asustados y graznaban furiosos; unos pájaros grandes que se enredaban entre los cuernos del sol; unos pájaros negros..." Cada palabra que pronunciaba no lograba sustraerse a su mirada insistente. Al terminar de leer , el brazo de Paco me empujó para salir del estudio. Imaginé que diluviaba. Pero no, afuera hacía unos quince minutos que los militares avanzaban resueltamente a quitar otro gobierno civil.
A la deriva
En el cielo, unos pájaros volaban asustados y graznaban furiosos; unos pájaros grandes que se enredaban entre los cuernos del sol; unos pájaros negros. Me asomé un poco más por la escotilla y comprobé que todo seguía en su sitio: el mar, el sol intentando hacerse paso entre esos pajarracos y las nubes de un blanco intenso y las cuerdas cada vez más raídas que sujetaban los cuerpos extenuados. A lo lejos, en algún camarote solitario, sonaba la radio.
Serán cosillas de la edad
En el cielo, unos pájaros volaban asustados y graznaban furiosos, unos pájaros grandes que se enredaban entre los cuernos del sol; unos pájaros negros. Ella desde la ventana de su habitación, que daba a un mar de asfalto, se imaginaba nadando entre sus aguas oscuras. Se sobresaltó al oír el timbre, demasiado temprano, sus hijos y sus nueras no solían llegar hasta el mediodía. Apagó la radio y se apresuró a quitar los post-its de las fotos.
Otro escenario
En el cielo, unos pájaros volaban asustados y graznaban furiosos; unos pájaros grandes que se enredaban entre los cuernos del sol; unos pájaros negros… Fue entonces cuando el niño, desmarcándose de la masa de adultos indignados, alzó con decisión sus brazos, abrió las manos y una decidida paloma subió a los cielos, confundiéndose con tan fúnebre danza. Encendió su viejo aparato de radio, movió concentrado el dial buscando la emisora que escuchaba con su abuelo y dejó que la música clásica contaminará la atmósfera. El silencio interior se apoderó de las almas. Y todo volvió a empezar…
Bendita rutina
Esas palabras, legado de su querido Rafael, acudían fielmente a su cabeza, como cada mañana, cuando terminaba la tertulia de "sabios" en su programa favorito. Consciente de su debilidad carnal, caía una y otra vez en la tentación de estampar contra el suelo su transistor y divorciarse así de la radio. Pero siempre acudían a su rescate los momentos en que las ondas se convertían en su alegría y su compañía. Entonces la habitación se llenaba de cisnes imperiales y espléndidos pavos reales. Se acomodaba en su sofá, subía un poco el volumen y se dejaba llevar.
El presagio
En el cielo, unos pájaros volaban asustados y graznaban furiosos; unos pájaros grandes que se enredaban entre los cuernos del sol; unos pájaros negros que avistaban el mar desde las estrellas de Femes.
Noche tras noche el mismo mal sueño. Aquellos pájaros con sus largas garras y afilados picos, me miraban con ojos ensangrentados.
Para Yaiza, la anciana hechicera, el canto del cuervo era un mal presagio; y yo, soñando una y otra vez con cuervos...
Me despertaba apesadumbrada. Hasta que aquella noche, escuchando la radio, supe que él se había ido para siempre.
Pájaros negros
En el cielo, unos pájaros volaban asustados y graznaban furiosos; unos pájaros grandes que se enredaban entre los cuernos del sol; unos pájaros negros llorando su luto al alba asesina de la más grande ave que los hombres llaman noche en sus programas de radio. Vinieron aves de todas partes hasta que al final del día allanaron por completo el ocaso y al día siguiente no graznaron pues el día siendo noche siguió siendo madre de pájaros negros.
Clarineros
En el cielo, unos pájaros volaban asustados y graznaban furiosos; unos pájaros grandes que se enredaban entre los cuernos del sol; unos pájaros negros mullían los travesaños del enorme sauce de metal. Traían ramas y paja seca para decorar la A de RADIO que adornaba la parte baja de la inmensa antena transmisora. La emisión de sus graznidos rebasó los autos en el tráfico y padres ociosos en la cocina. Aves negras en cada poste, reja y árbol enarbolaron sus oriflamas oscuras y blandieron sus picos como estandartes triunfantes antes de que un grito unísono robara al hombre su silencio.
Cornejas
En el cielo, unos pájaros volaban asustados y graznaban furiosos; unos pájaros grandes que se enredaban entre los cuernos del sol; unos pájaros negros encauzaban en sus gritos el único canto que alguna vez dio al hombre la felicidad robada por las radios. Enjuagaron la vista con sus plumas y los oídos con sus sonoros suspiros secos. Los hombres miraron el suelo de nubes negras y se olvidaron del sol por un instante.
Cuervos
En el cielo, unos pájaros volaban asustados y graznaban furiosos; unos pájaros grandes que se enredaban entre los cuernos del sol; unos pájaros negros descendientes del más viejo ángel dieron besos en las mejillas de cada mujer y hombre que desdeñaron las caricias sangrantes. Una radio, fuera del alcance de cualquier mortal, encendió una pieza en el tímpano de cada ser humano e inmediatamente respondieron las caricias de sus verdugos.
Falsas impresiones
En el cielo, unos pájaros volaban asustados y graznaban furiosos; unos pájaros grandes que se enredaban entre los cuernos del sol; unos pájaros negros que asustaban al miedo. Los vio desde la ventana. Volvió a la cabina de la radio pero un sudor frio comenzó a recorrerle el cuerpo. Sintió que estaba fracasado, que la voz nunca le saldría, que llegaba su final profesional. Se desabotonó la camisa ante la mirada atónita de los contertulios. Lo último que vio fue a ella, su sustituta. "Vaya comienzo en el trabajo", pensó la nueva chica de la limpieza.
Presagio
En el cielo, unos pájaros volaban asustados y graznaban furiosos; unos pájaros grandes que se enredaban entre los cuernos del sol; unos pájaros negros que mordían el horizonte. La zozobra había invadido el tranquilo ambiente de antaño. Ese atardecer de junio una muchedumbre se agolpaba en la calle. El cadáver del locutor de radio se hallaba tendido en la acera. Todos se miraban de soslayo pensando quién sería el siguiente. Entonces, el hijo del técnico la señaló con su dedo acusador. El pueblo, sin conciencia, se fue dirigiendo hacia ella con odio irreversible. Era tan solo una niña.
Ella
En el cielo, unos pájaros volaban asustados y graznaban furiosos; unos pájaros grandes que se enredaban entre los cuernos del sol; unos pájaros negros que sobrevolaban el cuerpo ensangrentado.
La habían vaciado por dentro, para que no tuviera descendencia, las mujeres del pueblo. Su fealdad fue el motivo cuando entraron en su casa, rompiendo todo, quemando hasta la vieja radio, herencia de su abuela, desgarrando así su cuerpo y alma.
Pero sobrevivió. Renació más fuerte que nunca, yerma, pero inquebrantable. Era como la lava del volcán, imparable y abrasadora ante la venganza. Su nombre era Lanzarote.
El cuervo
En el cielo, unos pájaros volaban asustados y graznaban furiosos; unos pájaros grandes que se enredaban entre los cuernos del sol; unos cuervos negros...
¿Negros?... Así lo parecían; espejismos que producen las multitudes, pensaba Candela, sobre el acantilado, mientras su viejo transistor dejaba en el aire un acorde azul.
¿Azul?... Sí; como el océano, como el cielo sobre el que los vencejos dibujaban saetas señalando la huida.
Y entonces... Como cada atardecer, al escuchar su blues, Corax se posó junto a ella para cenar. Ese ser azabache, era el que le hacía creer que podría volar sin perderse.
Sin título
…..como el negro de la ladera que cada día veía al despertar. Tan oscuro como el futuro de pobreza y miseria que le esperaba.
Nunca había salido de la isla. No sabía que había más allá de ese cinturón de azul que les rodeaba, ahogando sus ilusiones.
Iba pensando en sus cosas cuando en la lejanía escuchó una voz varonil que proclamaba: "los seriales radiofónicos emociones por entregas: le harán vivir historias de aventuras en países lejanos, dramas familiares y folletines amorosos tejidos a través de las ondas…".
Ese día escuchó, la primera de entrega del resto de su vida.
Paz estival
En el cielo, unos pájaros volaban asustados y graznaban furiosos, unos pájaros grandes que se enredaban entre los cuernos del sol; unos pájaros negros, tan negros como los ojos que me escudriñan secretamente desde la atalaya, mientras, tiendo la ropa del día y se escucha la dulce melodía que llega a través de la ventana de la cocina, interfiriendo de vez en cuando las ondas radiofónicas un viento del este que refresca mi mente, mientras miro de reojo como se acercan unos ojos grandes y sonrientes cuyos brazos me rodean haciéndome sentir que ningún pájaro negro nublara nunca mi cielo.
Sin título
En el cielo, unos pájaros volaban asustados y graznaban furiosos; unos pájaros grandes que se enredaban entre los cuernos del sol; unos pájaros negros que hacían de compañeros y distracción a Isidrito, junto a su bucio y su viejo transistor, durante sus largas guardias. Una peseta diaria y la comida por estar sentado no parecía un mal trato, pero había dos cosas que no le gustaban, una mientras estaba arriba, la soledad del atalayero, y la segunda, cuando bajaba, estar en deuda con don Sebastián. ¿Cómo podía haberle sucedido a él? ¡Un hombre de principios!
Exposición
Las obras tenían que plasmar el significado del último párrafo de la novela: "Mararía".
Observaba con detenimiento los colores y las formas, intentando descubrir en ellas, la furia y el miedo de esos pájaros negros de alas enormes, que se enredaban entre los cuernos del sol.
Debía, como parte del jurado que era, elegir una obra.
Era, uno de los muchos homenajes, que a lo largo del año de su aniversario, le dedicábamos, las gentes de Lanzarote, a Rafael Arozarena.
En breves instantes, a través de las ondas de la radio, la obra pictórica ganadora, se daría a conocer.
Pájaros asustados
En el cielo, unos pájaros volaban asustados y graznaban furiosos; unos pájaros grandes que se enredaban entre los cuernos del sol; unos pájaros negros cuyos graznidos se colaban por el micrófono del reportero que cubría la noticia del derrame. Su directriz es clara: "Habla sobre ello, pero no menciones el alcance ni las consecuencias". El hombre observa los pájaros que sobrevuelan la nube, que vacilan y caen fulminados; compara su obligación contra sus instrucciones, traga saliva y se decide. "Dadme paso", pide.
Pájaros negros
En el cielo, unos pájaros volaban asustados y graznaban furiosos; unos pájaros grandes que se enredaban entre los cuernos del sol; unos pájaros negros que se posaban sobre los hombres y mujeres amontonados en aquella barcaza neumática. Solo hay un superviviente, un adolescente aferrado a una radio portátil que alguna vez habría emitido música, pero ahora solo captaba estática. Así lo encontró la patrulla de rescate y así salió en las noticias, y semejante testimonio tampoco fue capaz de poner fin a la sangría de pateras que prometían el paraíso y, en realidad, entregaban el infierno.