El 30 de mayo no es solo una fecha en el calendario. Más allá de lo institucional, el Día de Canarias se ha convertido en una oportunidad para preguntarnos quiénes somos, cómo nos contamos y, sobre todo, qué relatos nos sostienen a las personas que vivimos en las islas en este presente lleno de fracturas.
La identidad canaria no se hereda como un mito: se escribe. Se va formando, se descompone y se rehace, palabra a palabra. La literatura, desde siempre, ha sido una herramienta útil para pensar lo que somos, lo que fuimos y lo que podríamos llegar a ser. En un territorio cercado por el mar, pero abierto al mundo, escribir es también un modo de tender puentes, de borrar el aislamiento, de dejar constancia de nuestras travesías. Las huellas coloniales, el mestizaje, la insularidad, la memoria del exilio… Todo eso conforma un relato que nunca termina de cerrarse.
La literatura nacida y cultivada en Canarias, ha sido testigo de una evolución que refleja la riqueza y diversidad de nuestra identidad. Desde las primeras expresiones poéticas anónimas como las Endechas a la muerte de Guillén Peraza, hasta los escritores contemporáneos, la literatura canaria ha sido un reflejo de los paisajes, las costumbres y las luchas de sus habitantes.
En este sentido no es casual que este año el Día de las Letras Canarias haya estado dedicado a Alonso Quesada. Su obra Smoking Room es más que un conjunto de relatos con un siglo a la espalda, es una radiografía, una mirada irónica y lúcida sobre las tensiones entre la modernidad incipiente y las raíces que se resisten a desaparecer. Ambientada en una ciudad de Las Palmas en transformación, Quesada retrata con una deslumbrante agudeza los efectos del turismo sobre la vida cotidiana, la homogenización cultural, la identidad en crisis. Cien años después, esas mismas tensiones siguen abiertas, y el turismo, con su cara amable y su reverso depredador, continúa siendo uno de los grandes dilemas de nuestro tiempo.
Y la literatura canaria sigue creciendo. Escritores que llevan décadas de trabajo a la espalda como Félix Hormiga, al que hemos homenajeado recientemente en la Casa de la Cultura de Arrecife o Elsa López a la que hemos podido recibir hace unas semanas en El Almacén siguen explorando nuevas formas de expresión junto a voces más jóvenes como Andrea Abreu, que nos deslumbró a todos con su célebre novela Panza de burro (2020) o el poeta Antonio Martín Piñero, autores que emergen y continúan dando forma a la literatura canaria del siglo XXI. Y no solo de voces locales dentro del archipiélago se nutre la literatura canaria, sino también con autores que, a pesar de estar fuera, mantienen un fuerte vínculo con su tierra.
En este camino, hay nombres imprescindibles como los de Sergio Barreto y Sonia Betancort con los que tuvimos la oportunidad de mantener una conversación el pasado 28 de mayo en la Biblioteca Insular de Lanzarote. Allí, entre preguntas sobre el papel del escritor en nuestra sociedad y sobre si la literatura puede ser una forma de resistencia cultural, emergió una certeza compartida: que escribir, hoy, desde Canarias (o con Canarias en el corazón en el caso de Sonia) es una forma de no rendirse. Que las palabras aún tienen el poder de nombrar lo invisible, de transformar el dolor en belleza, de reconciliarnos, aunque sea por un instante, con lo inevitable.
Sonia Betancort y Sergio Barreto, orgullosos nietos de conejeros y dos de las voces más lúcidas de su generación, han sabido conjugar la raíz y la mirada crítica. Betancort, poeta y académica residente en Madrid, autora, entre otras obras, de La sonrisa de Audrey Hepburn, combina lo poético y lo visual, lo íntimo y lo simbólico, para reflexionar sobre la fragilidad y la belleza. Barreto, por su parte, transita con soltura entre la poesía y la narrativa. Su novela Vs, galardonada con el Premio Benito Pérez Armas, es una alegoría brutal sobre la violencia y la descomposición social. Sus volúmenes poéticos Libro del observatorio o Apariciones consolidan una obra que explora la insularidad desde una profundidad que incomoda y revela a partes iguales.
Ambos, cada uno desde su estética particular, contribuyen a ampliar los límites de lo que entendemos por literatura canaria: no como un género regional, sino como un ejercicio de pensamiento desde la periferia, cargado de universalidad crítica. Es en su obra donde lo
insular deja de ser aislamiento para convertirse en perspectiva, y donde la literatura, una vez más, se vuelve acto de resistencia y afirmación.