En esta hora escribo para distraer la tristeza por la noticia de la pérdida de un escritor y un amigo inolvidable, Félix Hormiga. Un inmenso referente intelectual y humano desde Lanzarote para el mundo. Y, en particular, para mí. Fue una de las primeras personas que conocí al llegar a la isla, gracias a nuestra común amistad con Alberto Omar Walls. A partir de aquella cena en “La Raspa”, su presencia fue una constante en mi vida. Tardes compartidas en la cafetería del antiguo Mercadillo y, después, cuando cerró, algunos cafés en el Boulevard Spínola que soy incapaz de aceptar que no se repetirán. Cafés que siempre eran colectivos, pues a su mesa siempre solíamos arrimarnos tantos y tantos amigos que le queríamos y le admirábamos. En el simple gozo de compartir un rato de conversación. Resulta duro admitir que no volveré a escuchar su voz poderosa, sus anécdotas del antiguo Puerto, sus poemas… Todo regado siempre con su humor extraordinario, sus chistes con los que siempre me hacía reír hasta que me dolían la cara y la barriga.
Elogiar su labor inmensa de gestión cultural, de escritura y su compromiso y generosidad con tantos autores emergentes de Canarias a través de su proyecto “Canarias en Letras” en la Fundación Mapfre-Guanarteme me parece un imperativo esta tarde. Agradecer. Pero también me gustaría recordar su inmensa humanidad y su compromiso con la memoria cultural de Lanzarote y de Arrecife, su ciudad. Él me enseñó, al igual que a todos sus felices lectores, una forma de mirar la ciudad. Que Arrecife mira al mar siempre. Nos enseñó que Arrecife, compendio de sutiles y precisos escollos, se lanza al mar de manera que parte de él queda preso en las faldas de sus calles. Nos enseñó que el mar de Arrecife es una llave maestra que abre las puertas de una isla y sus secretos.
Nunca podré olvidarlo. En este momento me resulta un consuelo apenas suficiente la certeza de que permanecen sus libros, a los que podré acudir siempre que me hostigue la melancolía. Entre sus libros, algunos predilectos: sus excelentes Assa o Arrecife, una declaración de amor a su ciudad. Al mar de Lanzarote, a la tradición marinera y la experiencia del duro trabajo del mar que recogió en esa obra testimonial y hermosísima que es El rabo del ciclón. Seguiré leyendo y releyendo durante toda mi vida los mitos familiares, los testimonios de las generaciones anteriores reflejando la dureza, pero también la belleza, de la vida en Lanzarote en el pasado en los cuentos de Enigmas o de La vieja a veces bebía. Sus deliciosos relatos, profundamente humanos, verdaderos. Y seguiré leyendo sus últimos poemas ilustrados en aquellos papeles coloreados de Una red pintada de palabras.
Arrecife ya no será nunca la misma ciudad sin Félix Hormiga y su memoria prodigiosa. Siempre generoso, compartiendo su experiencia, su sabiduría, entregando su palabra a los amigos, así quiero recordarlo. Su memoria entre el mar y la ciudad que forman parte de nosotros. Su enseñanza (sobre la ciudad): que solo reconociéndonos dentro de Arrecife podremos “redibujarla” y hacerla nuestra. Gracias, Félix, por tanto y, sobre todo, por tu amistad que fue un aprendizaje que no acabará nunca, gracias por tus historias, por tu legado literario imborrable.