Opinión

En defensa del turismo, de Lanzarote y de la dignidad

En este siglo XXI, donde hasta se hacen leyes sobre la memoria “histórica” —discúlpenme si me río un poco—, estudios científicos han demostrado que no hay nada más inexacto, frágil y manipulable que la memoria humana y sin embargo, el pueblo de Lanzarote ha perdido la suya. Digo “el pueblo” en general, aunque está claro que quienes tienen más de 75 años no han perdido esos recuerdos: cuando no había turistas, ni basura, ni “problemas de superpoblación”... pero sí hambre, sí sed, sí necesidad, y mucha. Y el agua no la gastaban los turistas, porque ni turistas había.

No hablo de hace siglos. Hablo de los años 50 y 60. De cuando solo unas pocas familias vivían bien, y el resto, a sufrir de sol a sol, a pasar hambre, a irse de la isla con una maleta de cartón. A dejar atrás a la familia, la cultura, su tierra, para irse a otro país a sufrir otra miseria, nueva, desconocida...

 Porque no lo olvidemos: Lanzarote ha tenido más de 500 años de vida dura. Tierra ingrata, clima aún peor, y alegrías que se podían contar con los dedos. A principios del siglo XX la isla vivía en la miseria. Sequías interminables, pobreza, escasez de lo más básico. Se intentó una economía autárquica durante el franquismo, se impulsó la agricultura de subsistencia... pero el agua no apareció por decreto. ¿El resultado? Otra vez emigración, otra vez la huida.

 Y ahora resulta que tenemos un sector —el turismo— que por fin ha traído riqueza, empleo, oportunidades para todos. No solo para unos pocos, PARA TODOS. Desde finales de los años 70, por primera vez en la historia de esta isla, todos los lanzaroteños han podido ganarse la vida dignamente sin tener que irse. Se crearon puestos de trabajo a montones, se levantaron núcleos turísticos que siguieron criterios estéticos y sostenibles —gracias a César Manrique— y se colocó a Lanzarote como ejemplo mundial de turismo responsable.

¿Se cometieron errores? Claro. Pero ¿qué actividad humana no los tiene? Nada que no se pueda arreglar. El problema no es el turismo. El problema tiene nombres y apellidos: los políticos. Los que han estado mandando durante los últimos 50 años. ¡Y da igual el partido que ha gobernado! Es seis de uno y media docena del otro. Todos los partidos. Todos. Da igual el color de la camiseta: la mediocridad, la desidia y la corrupción no tienen ideología. Y esos políticos son los que han dejado que crezca la ilegalidad, que se construya mal, que se pierdan oportunidades.

Y ahora algunos de ellos, con toda la cara dura del mundo, se atreven a promover manifestaciones contra el turismo. ¡En las playas! ¡En la cara de los turistas que vienen aquí, que pagan, que comen, que duermen, que dejan su dinero en nuestra isla! ¿Pero qué clase de estrategia política enferma es esa? ¿A quién se le ha ocurrido esta barbaridad? ¿Y qué les han contado y prometido a los descerebrados que salen con pancartas de “Stop Turismo” o “Turistas go home”? ¿Qué les han metido en la cabeza para que se traguen el cuento de que el turista es el enemigo? ¿Se han vuelto locos? Es una bofetada a la memoria de generaciones de lanzaroteños que trabajaron la tierra, el mar, que pasaron calamidades para que ahora algunos se permitan el lujo de despreciar lo que funciona. Si quieren protestar de verdad, que lo hagan delante del Cabildo. Allí están los verdaderos responsables. Allí se han firmado todos los planes insensatos. Allí se concentra, metro a metro, una de las mayores tasas de incompetencia por funcionario del mundo. Que no nos vengan ahora con que los culpables son los empresarios. Sí, hay empresarios sin escrúpulos. Pero para eso están las leyes. Y quienes deben hacer que se cumplan son los mismos que ahora agitan pancartas mientras se tapan los ojos ante su responsabilidad. Si no han actuado, es porque no han querido. O porque les ha convenido.

Quien ataca al turismo está atacando a Lanzarote. Y lo que es peor: está escupiendo sobre la memoria de su propio pueblo. Un pueblo que, por fin, había empezado a levantar cabeza.

Ahora nos quieren vender que van a solucionar el problema de la vivienda regulando las casas y apartamentos vacacionales. Un error más. Sí, es necesario ordenar el alojamiento turístico para evitar los abusos y aberraciones que hemos visto en los últimos años. Pero el verdadero problema no se resuelve ahí. Lo que Lanzarote necesita de forma urgente es un plan serio, público-privado, de vivienda de protección oficial. Un plan que garantice techo no solo a quienes trabajan en el sector turístico, sino también a profesores, médicos y demás profesionales que están abandonando la isla porque no encuentran dónde vivir. Y, de paso, convendría recordarles a nuestros políticos que sus sueldos salen de nuestros bolsillos. Por eso, su obligación es cuidar de los ciudadanos, garantizar que podamos prosperar y, con ello, seguir generando los impuestos que sostienen este país. Y por terminar, si no se alquilan las viviendas, no es por culpa de los VV pero más bien por la falta de protección de la propiedad privada. Habría que volver a proteger la propiedad privada que es uno de los tres pilares fundamentales de la democracia, palabra que los políticos repiten con orgullo, pero cuyo significado, a la vista de sus decisiones, parecen no comprender.

Y, por supuesto, de momento: ¡NI UNA CAMA MÁS! No quiero ni entrar en el debate de si caben más camas o no en Lanzarote, pero, por ahora, hay muchos problemas que resolver antes de ampliar el parque turístico: la producción de agua, las colas interminables en los centros turísticos, el acceso en buenas condiciones al litoral, unas playas con sus instalaciones y su seguridad funcionando, unos parkings donde sean necesarios, un servicio de taxi en el aeropuerto, un hospital capaz de atender tanto a la población local como a la turística.

Y no olvidemos que el “turismo de calidad” no se trae por decreto. Primero hay que crear infraestructuras de calidad, y entonces llegará el turismo de calidad.