Opinión

La defensa de la democracia como valor europeo

Hace una semana participaba, por primera vez, en la IV Escuela de Verano que organiza anualmente AEDEUR (Asociación Española para el Estudio del Derecho Europeo), organización que tiene como finalidad promover el estudio del derecho europeo y del diálogo sobre la integración europea, contribuyendo a crear una sociedad más europeísta mediante el fomento de la formación y el intercambio de opiniones.

Acudí como alumno en calidad de jurista e internacionalista para seguir profundizando en las respuestas que la UE ofrece en materia de seguridad y defensa propiciado por un contexto global marcado por las tensiones geopolíticas y la inestabilidad.

La experiencia fue bastante agradable, pero quisiera destacar especialmente la participación de Álvaro de Elera, funcionario de la Comisión Europea. Si algo me llamó la atención de su ponencia fue la seguridad y serenidad con que se refería al estado de la democracia en nuestro país, España. Lo mucho que hemos avanzado, sin perjuicio de todo lo que nos queda por perfeccionar. Reconociendo los retos, insistió en los avances logrados, algo que a menudo se olvida en el discurso cotidiano.

En una sociedad sumamente polarizada e hipersensible, se ha extendido como un comentario compartido que en España “no hay democracia”, y creo que esta afirmación no resiste más análisis: solo que no son conscientes de que estamos en uno de los mejores modelos democráticos, con sus fortalezas y debilidades, por supuesto.

Parece que, si no hablamos desde la hipérbole más exacerbada, el pesimismo más recalcitrante y la queja repugnante, las opiniones no tienen valor. A pesar de conocer las amenazas que nos plantean, tanto a nivel doméstico, con la Ley de Amnistía, como a nivel europeo, donde el proceso de integración europeo se ha visto dañado en su estructura espinal, al constatar que sus Estados miembros han sufrido regresiones democráticas, que han obligado a activar todos los mecanismos de prevención y sanción previstos al efecto, para revertir una situación que expresa una conciencia disonante sin precedentes en un modelo de convivencia común, como es el caso de la Hungría de Orbán y, ahora, también, el de Eslovaquia, bajo el mandato de Fico, no podemos dejar ser arrastrados al ostracismo.

Sin embargo, y pese a que los españoles tengamos esa tendencia a creer que los demás son mejores, lo cierto es que el estado de salud de nuestra democracia goza de buena salud en el ranking de democracias plenas, publicado por Democracy Index o The economist. 

De Elera, comentaba que la adhesión y pertenencia a la UE -cuyo 40º aniversario se celebró el pasado 12 de junjo- es una garantía, per se, de garantía de la democracia en todos los Estados miembros, y por tanto, también de España, y que la defensa de los valores de la Unión Europea no era una prioridad, pues se presumía en un sistema que se creía garantizado y respetado por todos. No obstante, también advirtió que, durante años, se dio por sentada esta garantía, lo que permitió el avance de discursos populistas, alimentados por la desinformación y el desencanto de la ciudadanía.

Por otra parte, la continua aceleración de acontecimientos que presenciamos en el actual tablero geopolítico, casi sin tiempo para asimilar una respuesta coordinada y con calma, nos lleva a recordar la cita “Europa es como una bicicleta. Si no pedaleamos, nos caemos”, que pronunció el francés Jacques Delors, quien fuera presidente de la Comisión Europea entre 1985 y 1995. La UE debe despertar deprisa y dotarse de todos los resortes posibles ante la nueva era a fin de que potencias como Estados Unidos, China o Rusia, no marquen las reglas del juego en un tablero multipolar cada vez más cuestionado, y en el que la democracia lucha por su supervivencia.

Por tal razón, la Comisión Europea ha presentado una multitud de iniciativas para reforzar y promover su autonomía estratégica y política, como el paquete ónmibus de preparación en materia de defensa para agilizar las inversiones en defensa en la UE, la Estrategia de Preparación de la Unión para mejorar la capacidad de prevención y respuesta de Europa ante las amenazas emergentes, así como el Libro Blanco sobre la defensa europea y el Plan ReArmar Europea, entre otros.

No obstante, este giro no ha sido fácil, pues la UE nació como un proyecto de paz duradera, y recuperar el lenguaje de guerra de las trincheras no ha sido sencillo. Sin embargo, la supervivencia de la UE pasa inexorablemente por tener en el horizonte de prioridades una política de seguridad y defensa que le permita tener una voz globalmente relevante en el mundo, en cuya articulación España está jugando un papel clave en este impulso.

Este posicionamiento obliga a proteger el modelo social europeo y la idea europea de democracia frente a las amenazas planteadas por un círculo concéntrico de oligarcas tecnológicos, visceralmente incompatibles con los valores europeos que explican nuestra experiencia de integración supranacional.

Para garantizar el respeto a los valores europeos fuera de la órbita UE, lo que se ha venido llamando “Brussels Effect”, -un término acuñado por la profesora estadounidense Anu Bradford-, la UE se propone sistematizar la agenda de tareas y mandatos a través de la Comisión Especial sobre el Escudo de la Democracia, que refuerce su control frente a la desinformación, las interferencias extranjeras; agentes estatales y no estatales. Con el único objetivo de construir, en el eslabón europeo, un frente común de respuesta capaz de combatir todos los embates que enfrentamos como ciudadanos europeos y que causan en democracia un daño irreversible: desde los discursos de odio, desinformación e interferencias extranjeras, promovidos por el auge de fuerzas autoritarias y de extrema derecha, hasta la vulnerabilidad de nuestras fronteras que nos emplazan a emplearnos denodadamente en garantizar nuestra propia defensa.

Por tanto, la Unión Europea debe preguntarse quién es y quien quiere ser. Solo así podrá proteger la idea europea de democracia haciendo que se edifique sobre un escudo resistente y eficaz, bajo un modelo de convivencia que “una en la diversidad”.