Todavía hay quienes despiertan por el canto de los gallos al amanecer en Lanzarote y su sonido se cuela a través de las ventanas y puertas verdes, entre las paredes blancas y los arenados de alrededor. Tradicionalmente, el acceso a la educación en estas zonas rurales de la isla ha venido de la mano de las escuelas unitarias, pequeños centros educativos compuestos por un maestro que da clases a un grupo reducido de menores, donde normalmente se mezcla el alumnado de diferentes cursos académicos. A pesar del crecimiento poblacional que experimenta la isla, estas escuelas unitarias siguen en marcha en algunos pueblos.
Hace unos años, en Lanzarote existían un total de diecisiete escuelas unitarias localizadas en pueblos rurales. En la actualidad, quedan trece que atienden a cerca de 320 alumnos, tras cerrar las de Órzola, Máguez, Teseguite y Tiagua. Todas ellas están agrupadas en un colectivo denominado Red de Escuelas Rurales o CER Lanzarote, coordinado por Chano Acosta. Esta organización asiste a estos centros educativos, alejados de las grandes inversiones e infraestructuras de los colegios convencionales, pero que mantienen los mismos contenidos académicos que el resto.
Al principio, un solo maestro enseña las materias básicas de carácter obligatorio salvo inglés. Más tarde, alternan especialistas formados en Música, Educación Física, Pedagogía Terapéutica o Educación Emocional y para la Creatividad.
A partir de 2017, el equipo educativo junto con familiares, representantes del Cabildo y el Ayuntamiento correspondiente apuestan por la sostenibilidad a través de actividades exclusivas para cada escuela unitaria adheridas al proyecto Colegios de la Biosfera. Además, colabora la Fundación Juan Brito en apoyo a la conservación del patrimonio cultural organizando talleres artesanales e intercambios intergeneracionales.
Mercedes Morales y la vocación de enseñar
La primera vez que Mercedes Morales dio clases fue en la escuela unitaria de Mala. Un lustro después, repitió la experiencia en otro pequeño centro educativo, donde le fue asignada la última plaza libre en la unitaria de Las Breñas. Allí asumió la dirección del centro, mientras ejercía al mismo tiempo como profesora para todo el alumnado. En esta escuela finalmente se jubiló.
La maestra Morales se incorporó a la unitaria de Las Breñas en el curso 91-92, donde enseñó a seis niños de Infantil. Los más pequeños de los menores tenían cuatro años y creaban su propio mundo con juguetes en miniatura: combinaban las partes de piezas planas o bloques de plásticos para construir estructuras. En este espacio, aprendían tareas domésticas y cotidianas, como hacer la compra en una tienda, moldear figuras de plastilina, pintaban, dibujaban, leían libros en la biblioteca y jugaban con tableros de letras y números.
A pesar de lo lejos que el centro educativo estaba de su casa esta maestra rechazó pedir el traslado a un centro más cercano a su casa, localizada en Teguise. "Terminas por quedarte, amando lo que haces", reconoce entusiasmada.
Tres exalumnas, tres recuerdos
Las huellas de Mercedes se prolongan en varias generaciones. Carmen Umpiérrez, que fue alumna y hoy es madre de dos escolares en la unitaria, destaca el ambiente familiar en el que convivían hermanos y compañeros de distintas edades. Mercedes de León, Merche, recuerda la implicación comunitaria en fiestas, excursiones y carnavales. Cristina Alisedo, que llegó desde Galicia con cinco años, pasó de aquella pequeña aula al CEIP Playa Blanca sin trauma alguno, reforzada por la confianza y creatividad cultivadas en Las Breñas. Hoy estudia Filosofía y conserva, dice, “ese interior enorme y gigantesco” que su maestra supo nutrir.
Todas coinciden en un retrato común de Morales: paciencia, comprensión y respeto por los ritmos individuales. Merche habla de ella como “la persona adulta que todo niño necesita para un apego seguro”. Cristina la considera “la mejor profesora” y Carmen subraya cómo les inculcó la originalidad y el valor de lo hecho con las manos.
Más allá del recuerdo, recomiendan esta modalidad educativa: Merche cita la topofilia de Yi-Fu Tuan como un fuerte sentimiento de pertenencia y amor al entorno para reivindicar el cuidado de los espacios; Cristina señala la importancia de aprender a gestionar emociones; y Carmen prefiere la cercanía humana a “ser un número en el CIAL” (Código de Identificación Único del Alumno).
El caso del CEIP Mararía
El futuro, sin embargo, es incierto. Verónica Marrero, directora del CEIP Mararía en Femés, lo sabe bien. Con seis años en la escuela y cuatro como responsable, sostiene el centro junto a otra profesora. Apenas hay niños locales; la mayoría procede de Playa Blanca, donde las familias buscan un entorno de aprendizaje en contacto con el campo.
Para Verónica, una escuela unitaria es “la reina en el tablero del ajedrez”, pero advierte que corren el riesgo de perder la identidad de cada pueblo si no hay coordinación institucional. Mientras tanto, ella y su equipo siguen enseñando, resistiendo y confiando en que la educación rural no se convierta en un eco del pasado, sino en una apuesta de futuro para Lanzarote.