Ciro Molina supo que quería ser cura cuando aún era un niño. Su familia le había inculcado la fe en la religión católica. Sus padres eran practicantes y acudían a misa cada domingo. Él ejercía de monaguillo en la iglesia de su pueblo, pero cuando solo tenía nueve años, las paredes que debían ser su refugio y su esperanza, se convirtieron en una pesadilla.
Un temblor en el muslo le acompaña cuando alguien lo roza, como un acto reflejo. En su mente siguen retumbado las palabras de su agresor. "¿Se te pone durita?", le preguntaba el párraco de su iglesia cuando cada sábado por la mañana llegaba el momento de confesar sus pecados. En un banco y no el tradicional confesionario, el cura debía darle su perdón, pero la dinámica estaba lejos de ser la marcada por dios.
"Te ponía la mano por encima del hombro y te apretaba contra él. Luego, te empezaba a meter mano sobándote el muslo", narra Molina. En aquel banco, el cura pedía a los niños que se confesaran cada vez que se masturbaban, les preguntaba en qué pensaban al hacerlo o de qué manera lo hacían y metía la mano por debajo de sus pantalones. Además, narra que en una ocasión llegó a besarle en la boca y en otra sintió su pene erecto rozar su muslo.
"En esa época tú te estás desarrollando, tampoco sabes ponerle nombre a lo que está sucediendo, te sientes mal, pero no sabes lo que pasa ni lo que te están haciendo", expone Molina. Aceptar que estaba siendo víctima de agresiones sexuales fue difícil de procesar para aquel niño que veía en el cura a una persona a la que admirar y que debía ser reflejo de una actitud acorde a los valores religiosos.
Desde su primera denuncia, presentada hace dos décadas, este superviviente ha encausado una batalla para que la Iglesia reconozca formalmente su dolor y realice un acto de reparación pública en el que se le identifique como víctima y superviviente de la pederastia eclesiástica. Por el momento, solo ha conseguido disculpas en conversaciones escritas o en persona con algunos miembros y que su abusador fuera apartado como cura, once años después de su primera denuncia.
El olor a café y los paseos por El Teide
Con catorce años, Molina decidió continuar su camino en la fe y dio el paso de entrar al Seminario para convertirse en cura. "Creía tanto en Dios, quería ayudar a la gente y cometí ese fallo", recuerda en una entrevista con La Voz. Aquel seminario le obligó a pasar más tiempo con su agresor.
A las confesiones en aquel banco parroquial se sumaron los paseos por El Teide. Molina tardó años en reconciliarse con el monte, en salir a pasear por aquellas laderas volcánicas sin recordar los paseos que antaño dio con su agresor mientras lo manoseaba siendo un niño. También tardó en reconciliarse con el olor a café, que el párroco tomaba antes de confesarle y que le devolvía una y otra vez a esas escenas de terror.
Durante una conversación telefónica, Ciro narra un día en el que temió que los abusos sexuales se agravaran. "Cuando hubo una clara intención de violación fue cuando me llevó a casa de su madre", indica este superviviente. Aún recuerda cómo ese párroco lo sentó encima de él y le empezó a tocarle "más de lo habitual". "En ese momento me puse de pie, me fui contra la puerta y me puse como una tabla", recuerda Molina. "Me dijo 'tranquilo, no pasa nada, ya nos vamos'".
La primera denuncia
Este superviviente supo que lo que le estaba sucediendo también le pasaba a otros adolescentes durante un fin de semana de convivencia. "Escuché que otros monaguillos decían: 'Yo no me confieso con este cura porque es un maricón'. En ese momento, me di cuenta de que lo que me estaba pasando no me pasaba solo a mí", relata. En aquella convivencia se atrevieron a contar a las catequistas que los acompañaban las agresiones que estaban sufriendo. "Hablé porque tenía un hermano más chico que yo y lo que no quería era que él pasara por lo mismo que pasé yo. Eso me impulsó a hablar", relata.
Molina abandonó el Seminario para convertirse en cura en noviembre de 2003. En 2004, sus padres presentaron una denuncia canónica, dentro de la propia Iglesia, ante el entonces obispo de la diócesis de San Cristóbal de La Laguna, Felipe Fernández. "Estos actos de pederastia nos producen un escándalo mayúsculo, y nos parecen, además, muy graves e impropios de un sacerdote", resaltaron sus padres ante el Obispado.
"La Iglesia, los curas de entonces, que algunos ya están muertos, engañaron a mis padres, le dijeron que lo mejor era no ir por la vía penal porque eso me iba a hacer mas daño y lo importante es que yo saliera hacia adelante", indica Ciro Molina.
Entonces, la decisión del Obispado fue sacar al cura de la Iglesia de Tejina y trasladarlo a un convento en Castilla y León. La denuncia de sus padres ante la Iglesia y el hecho de que se hubiera apartado al cura supuso que parte del pueblo comenzara a acosar a su familia. "El terrorismo social que mi familia y yo sufrimos en 2004, llegó hasta tal punto que a mis padres no le daban la paz en la iglesia, llamaban a casa amenazándonos, diciendo que Tejina tenía una mancha y que nos teníamos que retractar", recuerda. Incluso, algunos iniciaron una recogida de firmas para que el cura volviera a la iglesia.
La connivencia de la Iglesia: "Perdonar las debilidades de los demás"
En 2005, con el cambio de Obispado y con la entrada de Bernando Álvarez, su agresor volvió a la isla, donde vive hasta día de hoy. En el verano de aquel año 2005, Molina contactó por correo electrónico con el Monseñor Alfredo Pros de Roma, delegado de El Vaticano para la Congregación del Clero, y le reveló los abusos sexuales que había sufrido por parte del cura de su pueblo. En un correo al que ha tenido acceso La Voz, El Vaticano le respondió: "Creo en tus afirmaciones, pero en lo que más creo es en la capacidad que tenemos las personas de perdonar y de olvidar las debilidades de los demás".
En 2013, con la llegada del Papa Francisco al Vaticano, se creó la Comisión Para la Protección de Menores y en 2019 se abolió el Secreto Pontificio, que hasta entonces permitía a la Iglesia ocultar los casos de abusos sexuales, obstaculizando la justicia civil y silenciando a las víctimas.
Esperanzado por el cambio de rumbo en El Vaticano, en 2014, Molina presentó una denuncia ante el Obispado de La Laguna y se sometió a un peritaje forense para que una psicóloga pudiera determinar la validez de su testimonio. El peritaje determinó que su testimonio era creíble y que se encontraba en tratamiento psicológico a raíz de los abusos sufridos. "Ahí fue la primera vez que me sentí creído", relata el joven.
En 2015, el obispo de Tenerife, Bernardo Álvarez le responde que se suspendió en diciembre de 2014 al sacerdote Carmelo Hernández González y que se inició un proceso administrativo para clarificar los hechos, nombrando como juez al vicario general de la Archidiócesis de Sevilla.
No es un hecho aislado
Un informe del Defensor del Pueblo alertó de que la Iglesia católica ha negado o minimizado las denuncias de abusos sexuales, incluso llegando a presionar a las víctimas o culpabilizándolas de lo ocurrido. Además, resaltó la falta de respuesta institucional y judicial para garantizar la reparación de parte del dolor de los supervivientes.
En el citado documento recomendó a la Iglesia católica la celebración de un acto público para reconocer y reparar a las víctimas por la desatención, más latente entre 1970 y 2020, y la creación de un fondo estatal para el pago de compensaciones, así como poner a disposición de las víctimas los medios necesarios para que puedan recibir tratamientos y la apertura de investigaciones para esclarecer los casos.
Si has sido víctima de la pederastia en la Iglesia en Lanzarote y quieres compartir tu testimonio de forma anónima o con tus datos. Contáctanos a: andrea@lavozdelanzarote.com.